50 años de la Marcha Verde y la invasión del Sáhara Occidental – El Sahara Occidental

50 años de la Marcha Verde y la invasión del Sáhara Occidental – El Sahara Occidental
Se cumplen 50 años de aquel 6 de noviembre de 1975 en el que el rey marroquí Hasán II cumplió con su amenaza de ordenar que la Marcha Verde traspasara la frontera entre Marruecos y el entonces Sáhara español. Pasaban pocos minutos de las diez y media de la mañana cuando los primeros manifestantes que iban a la cabeza de aquella marcha convocada semanas atrás por el monarca alauita rebasaban el puesto fronterizo del Tah, abandonado ya por los españoles. Un formidable despliegue mediático orquestado en buena parte por Marruecos cubrió el acontecimiento enseñando al mundo cómo un ejército de “civiles” marroquíes estaba invadiendo el Sáhara Occidental por aquel paso fronterizo.

Pero hubo otra marcha paralela que las televisiones tanto nacionales como internacionales no enseñaron. Los saharauis sí la vieron, porque la sufrieron, pero el mundo no la vio. Todas las cámaras se habían centrado en la Marcha Verde de aquellos civiles desharrapados que habían sido transportados en trenes y camiones desde todo Marruecos hasta ese sector occidental de la frontera, pero esa fue solamente la imagen que quiso ofrecer Hasán II. La otra marcha, la militar, ya había penetrado unos días atrás en el Sáhara Occidental por otro punto de la frontera a unos doscientos kilómetros más al este del paso del Tah invadiendo a sangre y fuego el territorio saharaui y haciendo huir de sus casas a la población civil de la zona. La única oposición que se encontrarían las fuerzas invasoras no sería la del Ejército español, sino la del Frente Polisario, que iniciaba una guerra de resistencia que duraría 16 largos años.

Tres semanas antes, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya había presentado su dictamen con el que rechazaba de plano las tesis que defendían la marroquinidad del Sáhara Occidental, pero, esa noche del 16 de octubre, Hasán II lanzaba un discurso a su nación explicando unas conclusiones de la CIJ tergiversadas y contrarias a las que realmente había dictado el alto tribunal y, dirigiéndose a sus súbditos, declaró:

— ¡No nos queda más que recuperar nuestro Sáhara, cuyas puertas legalmente se nos han abierto!

Con estas palabras, invitó a la población marroquí a que participara en aquella gran empresa que estaba llamada a “recuperar” lo que el monarca llamaba “las provincias del sur”. Hasán II dejaba claro que no buscaba hallar una solución al conflicto del Sáhara, sino que lo que pretendía realmente era imponer su decisión antes de que las vías diplomáticas permitieran una salida basada en las resoluciones de la ONU y, por tanto, en la legalidad internacional.

Al Gobierno español, aquel órdago de Hasán II no le pilló muy desprevenido por muchas explicaciones que utilizaran de excusa después los miembros de último ejecutivo franquista. De sobras se conocían las intenciones de Hasán II, tantas veces verbalizadas antes por él mismo.

El 17 de octubre de 1975, el día siguiente de la publicación del dictamen del CIJ y del discurso del rey Hasán a su nación, el ministro marroquí de Relaciones Exteriores, Ahmed Laraki, anunció que la Marcha Verde echaría a andar desde Tarfaya, en el lado marroquí de la frontera, el 27 de ese mismo mes. Para entonces, la masa de participantes habría sido transportada desde todos los rincones del país hasta Marrakech en una primera fase y luego, hasta la misma Tarfaya, en una segunda.

A dos mil kilómetros de allí, un consejo de ministros deliberaba en Madrid sobre el futuro de la provincia española de Sáhara. Pero los miembros de aquel gobierno tuvieron que presenciar cómo, de pronto, el dictador Francisco Franco abandonaba la reunión por una alarma médica y era trasladado a una habitación contigua donde un equipo médico había instalado unos dispositivos que iban a controlar a distancia el corazón del Caudillo durante el tiempo que durase el Consejo. Antes de empezar la reunión, los médicos habían pedido al jefe del Estado que no presidiera ese consejo de gobierno dada la fragilidad de su salud, pero Franco se empecinó en estar presente dada la importancia de los asuntos que en él se tratarían. Finalmente, tuvo que ser retirado igualmente de la reunión ante la expectación de todos los ministros. El presidente del Gobierno, Arias Navarro, continuó con aquel gabinete que miraba de dilucidar una solución para el conflicto del Sáhara, un asunto que quemaba en las manos de ese ejecutivo que se veía obligado a prescindir, cada vez más, de las decisiones del dictador, cada vez más enfermo y ya en sus últimos días.

Mientras tanto, en las instancias internacionales, España seguía comprometiéndose ante los saharauis y el mundo entero repitiendo que respetaría el derecho de autodeterminación para la población del Sáhara Occidental, pero la verdad fue que se fue gestando un acuerdo con Marruecos que cada vez había tomado más forma hasta llegar a ese Consejo de Ministros del 17 de octubre de 1975, en Madrid, en el que finalmente se tomó la firme decisión de entregar el territorio no solamente a Marruecos, sino también a Mauritania.

Al día siguiente, 18 de octubre, Franco escribía su testamento político. Por su parte, Arias Navarro, presidente del Gobierno, dio orden al Alto Estado Mayor de abandonar el Sáhara a partir del 10 de noviembre.

Todo estaba más que decidido. El Gobierno de Arias Navarro había traicionado al pueblo saharaui, a la propia ONU y, por decirlo de alguna manera, también a todo el Ejército desplegado en el Sáhara, cuyo sentir mayoritario de los allí destinados era defender con las armas el territorio. ¡Qué lejos quedaban aquellas palabras de Carrero Blanco, entonces ministro subsecretario de la Presidencia, cuando, en 1957, escribió en una carta dirigida al entonces gobernador general del Sáhara diciendo aquello de que el Sáhara era “tan territorio español como la provincia de Cuenca”!

Se dice que Franco, en uno de sus últimos momentos, dijo de ir a la guerra contra Marruecos para defender el Sáhara. No podemos saber si eso hubiera acabado ocurriendo o no, pero lo que sí parece ser es que, de no estar tan enfermo Franco, la Marcha Verde no hubiera entrado nunca. Entonces, no hubiera funcionado ningún chantaje del rey Hasán. Pero la realidad es que, en ese momento, el dictador se debatía entre la vida y la muerte y las presiones en la esfera internacional a propósito de la cuestión del Sáhara asfixiaban al Gobierno español en un sentido y en el contrario. El país vivía momentos críticos y, en el ya desgastado Gobierno de Arias Navarro, no existía una verdadera conciencia por mantener el territorio del Sáhara ni un interés suficientemente sólido como para hacer frente a las presiones de la monarquía alauita ni tampoco a las de Francia y Estados Unidos, interesados en que España sucumbiera al pacto con Marruecos.

Por su parte, Hasán II estaba decidido a intensificar esas presiones incluso fuera del ámbito diplomático. Aquel día, varias minas marroquíes harían saltar por los aires “tres vehículos pertenecientes a una unidad de misión de vigilancia[1] de la Legión en la zona fronteriza de Temboscai, al noreste de Daora, habiéndose que lamentar la muerte del legionario Manuel Torres Álvarez y cuatro heridos de diversa gravedad.

Ese día 20, con el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas reunido y en presencia también del presidente de la Asamblea General, Kurt Waldheim, España denunció a Marruecos por boca de su embajador ante la ONU, Jaime de Piniés:

—La marcha sobre el Sáhara anunciada por el rey de Marruecos constituye un acto de fuerza preparado y realizado por súbditos y autoridades marroquíes con el propósito de atentar contra la integridad territorial del Sáhara y de violar una frontera internacionalmente reconocida. De llevarse a cabo tal y como ha sido concebida, constituiría un acto internacionalmente ilícito, contrario a los principios y propósitos de la Carta y en contradicción con las resoluciones de la Asamblea General sobre la descolonización del Sahara[2].

Por su parte, Hasán II hacía alarde, ese mismo día, de un mensaje enviado al secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, en el que le comunicaba su determinación para seguir con la marcha sobre el Sáhara español a menos que España reconociera el derecho de Marruecos sobre el territorio[3]. Hasán II sabía bien lo que se hacía. No en vano, el secretario de Estado norteamericano había sido informado meses atrás sobre la marcha sobre el Sáhara. Kissinger, que vio en la Marcha Verde una magnífica oportunidad para los intereses militares, estratégicos y económicos de Estados Unidos sobre la región, no solamente aprobó el proyecto, sino que exigió también la máxima reserva para que Madrid no supiera nada al respecto. El visto bueno definitivo por parte del secretario de Estado americano llegó el 21 de agosto anterior, cuando la embajada americana en Rabat recibió un telegrama desde la embajada de Estados Unidos en Beirut con un enigmático texto: “Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses, él la ayudará en todo”. “Laissa” era la Marcha Verde y “él”, Estados Unidos.

A partir de entonces, Estados Unidos entró directamente en el juego y no solo planificó la organización de la marcha sobre el Sáhara y asesoró a los marroquíes para su ejecución, sino que también proporcionó a Marruecos equipos, armamento y logística para llevar a cabo la operación. Un gabinete de estudios estratégicos en Londres se encargaría de proyectar la invasión y las monarquías del Golfo Pérsico aportarían los petrodólares para financiar el plan.

(…)

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