Si seis semanas nos parecen una eternidad, en el Sahara Occidental el confinamiento dura ya 44 años. Pero es aún peor. La alarma y la crisis siempre ha sido bélica, humanitaria, sanitaria, en definitiva, de derechos fundamentales. La ocupación de Marruecos a la última colonia africana, pendiente de celebrar un referéndum de autodeterminación tras el abandono de España en 1975, es una pandemia que no se cura con una vacuna, sino con justicia.
Está claro que no se puede comparar un confinamiento con una guerra, sino que se lo digan a las más de 200 mil saharauis que tratan de sobrevivir y de tener una vida en los campamentos de personas refugiadas al suroeste de Argelia y a las que viven bajo el hostigamiento del régimen marroquí en los territorios ocupados. Hay generaciones que no conocen otra cosa. Tan solo algunos de los menores de los campos refugiados, a través del programa Vacaciones en Paz, pueden venir a España durante el verano para tratar de suplir la inexistencia de agua y cubrir las revisiones médicas ante la falta de recursos, casualmente, casi lo mismo que hace falta para frenar la pandemia de la covid-19.
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