EL SALTO: Inauguramos una serie de cinco artículos de investigación donde se exploran diversos pilares que contribuirían a mantener la situación de excepcionalidad en los territorios ocupados del Sahara Occidental.
“Disculpen las molestias, pero nos están matando”. Aquí nadie habla ya del elefante en la habitación, pero reconocer la realidad es imprescindible. Y duele. Mucho. Hace tiempo que se han apagado las luces del patio trasero de la política española para ocultar las averías del Estado de Derecho en lo que al Sahara Occidental se refiere. En el guion, las opiniones oficiales son tan solemnes, difusas y tóxicas que el incienso que desprenden emborracha a la audiencia a la salida del teatro. Las conciencias están acomodadas en la barbacoa donde se salpimienta la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Faltaría equilibrar la información y no centrarse solo en los campamentos de refugiados saharauis y en la hermosa y necesaria campaña anual de Vacaciones en paz que lleva en activo desde 1979. Hay que seguir iluminando sin prudencia la precariedad de la vida en los territorios ocupados. La vida (o la infravida). Se ha instalado la idea de que el conflicto del Sahara Occidental es una cuestión moral y humanitaria, antes que política y económica, algo que sirve muy bien al Estado español y a Marruecos.
Y no es una exageración. Solo cuatro apuntes independientes y recientes.
Uno: el último informe anual del Secretario General de las Naciones Unidas al Consejo de Seguridad, del 23 de septiembre de 2020. Dos: el llamamiento urgente de Amnistía Internacional del 30 de noviembre en el que se apremiaba de forma urgente a “la observación e información imparcial e independiente de la ONU sobre los derechos humanos en el Sáhara Occidental”. Tres: el informe de la reconocida organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW) que el 18 de diciembre resumía la situación actual de represión en los Territorios Ocupados con un titular en el que se podía leer que Marruecos tomaba medidas enérgicas contra los activistas. Y cuatro: el informe del departamento de Estado estadounidense publicado el pasado 30 de marzo en el que se obvian las últimas voluntades de anexión del expresidente Trump y se hablaba de las violaciones de Marruecos en los territorios saharauis.
Se ha instalado la idea de que el conflicto del Sahara Occidental es una cuestión moral y humanitaria, antes que política y económica, algo que sirve muy bien al Estado español y a Marruecos
Además, en el Informe mundial 2021, de HRW, se subraya lo siguiente: “las autoridades marroquíes impiden sistemáticamente reuniones en el Sáhara Occidental en apoyo de la autodeterminación saharaui, obstruyen el trabajo de algunas organizaciones no gubernamentales locales de derechos humanos, incluso bloqueando su registro legal, y en ocasiones golpean a activistas y periodistas bajo su custodia y en las calles”.
¿Entonces? No es un asunto de contabilidad subversiva y dotar de cifras alarmantes (y comprobadas) un artículo periodístico para que trascienda los canales informativos habituales. Más bien se trata de visibilizar la trama de un guion psicópata escrito principalmente por el Estado español, Francia, Estados Unidos, Mauritania y la Unión Europea. ¿Por qué no existe una campaña internacional de bloqueo a Marruecos, de martilleo informativo diario sobre lo que hace el país vecino y de cómo España contribuye a ello?
¿El país del futuro?
Las preguntas que surgen sobre el estado de la población saharaui en los territorios ocupados en 2021 suelen disiparse en las mismas calles donde se ventila la vida a golpe de silencio. En los territorios ocupados hay un incesante bombardeo de agresiones que tratan de corromper el pronombre que más quebraderos de cabeza le provoca al gobierno marroquí: nosotros. Una población que no desfallece y que inspira a las generaciones venideras. “La guerra, y me sabe mal decirlo, es una opción que siempre ha estado encima de la mesa. No tenemos nada que perder porque ya estábamos muertos”, responde por teléfono Youseff Duihi, hijo de la activista saharaui Mina Duihi, y quien trabaja de camarero en un restaurante de Barcelona tras exiliarse de su ciudad natal, El Aaiún.
El futuro del Sahara Occidental pasa por soñar un país que están desvalijando a plena luz del día en la mejor partida de ajedrez del mundo. Pero ese futuro, se encuentre donde se encuentre, permanece con los saharauis. Las bocas que resisten en los territorios ocupados están pensadas para ser calladas a los ojos de las autoridades marroquíes. El refugio más próximo pueden ser las improvisadas jaimas en algunas terrazas que desafían el status quo, pero ahora, la música y la cultura saharaui tratan de sobrevivir estoicamente como pueden.
“Lograremos aquello que queremos.
Nación libre, pueblo feliz.
Lograremos un Sahara libre,
Una nación libre,
Un pueblo feliz”.
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En los territorios ocupados hay un incesante bombardeo de agresiones que tratan de corromper el pronombre que más quebraderos de cabeza le provoca al gobierno marroquí: nosotros
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