Salem Abdelhay.
Desde la reanudación de la guerra del Sáhara Occidental, el vandalismo diplomático marroquí ha abierto frentes contra todo aquel que no apoye su ocupación militar, desplegando un chantaje y enojo artificial en Alemania, España e incluso en Bruselas. Incluso recientemente mostró su decepción con su »aliado histórico», los EE.UU por no haber aprobado el reconocimiento que hizo Trump, aferrándose al acuerdo de normalización con Israel, reconociendo que incluye el reconocimiento de soberanía que hizo Trump, al contrario de lo dicho en Diciembre e insistiendo en que es un documento vinculante.
Todo venía gestándose de hace meses debido a la alergia de Marruecos a la legalidad internacional y su estrategia de autodestrucción y huida hacia adelante calcada de los tiempos del dictador Hassán II. Esta dinámica no hace más que hundir a Marruecos en el creciente rechazo al que se enfrenta y allana el camino a más tensiones diplomáticas con otros países por el mismo tema: El Sáhara Occidental. El proceder que tiene Marruecos al manejar la descolonización del Sáhara Occidental pone de relieve sus debilidades y atestigua que el régimen marroquí tiene un problema real de cara al futuro del territorio que ocupa por mucho que trate de maquillarlo. La fuerza de cualquier política es limitada cuando la contradicción con los hechos es demasiado grande, el régimen marroquí tarde o temprano se verá obligado a ceder y modificar su estrategia diplomática.
En declaraciones a la agencia EFE, el canciller marroquí criticó el gesto humanitario de España por acoger a Ghali y se atrevió a supeditar las relaciones con su mayor socio comercial en función de una elección a todo o nada. Las palabras del ministro provocaron incluso estupefacción en el propio Marruecos, ya que muchos comentaron que Bourita repetía como un vocero lo que el Májzen y los círculos elitistas de Rabat veían. No contento con Madrid, lanza otra rabieta contra Alemania y llama a consultas a su embajadora. Un giro torpe teniendo en cuenta que Alemania domina la UE y controla la poderosa Comisión de Exteriores del Parlamento Europeo. Las advertencias y enfados de Marruecos, renunciando a los principios básicos de las relaciones públicas e internacionales, revelan en el horizonte sus flaquezas en la gestión del conflicto saharaui ante sus vecinos y la UE.
La debacle en África y la UE solo hará empeorar. El próximo Junio se emitirá la sentencia del TJUE que, con toda seguridad y en base a las sentencias dictadas con anterioridad, determinará que Marruecos está comercializando con productos sobre los que no tiene soberanía ni autoridad alguna. Probablemente la UE comenzará a desarrollar una política regional respecto al Sáhara Occidental y teniendo en cuenta su rechazo a la soberanía marroquí anunciada por Trump, los dictámenes del TJUE y las actuales tensiones diplomáticas, Rabat deberá prepararse para pagar por sus imprudencias.
La no ratificación de Biden del reconocimiento que hizo Trump demuestra que Marruecos solo fue un peón más en el juego estratégico de Washington, que se apuntó una victoria diplomática bajo los Acuerdos de Abraham pero que dejó a Marruecos en muy mal lugar ante su país y la comunidad internacional. La forma (trueque) en que se consiguió la normalización limita considerablemente su éxito e impide el desarrollo de relaciones al máximo nivel con el estado judío, ya que las mismas dependen del reconocimiento que hizo Trump y que ahora sigue en el aire. Casi seis meses después de la normalización, Marruecos solo ha obtenido pérdidas, EE.UU una posición incómoda e Israel asiste al circo como daño colateral. Marruecos se ha estrellado al tratar de implicar a la comunidad internacional en su ocupación ilegal del Sáhara Occidental.
Un análisis de las dinámicas internas de la política exterior estadounidense nos muestra con claridad la incomodidad en la que se encuentra Biden: en un momento en el que busca a toda costa un acuerdo nuclear con Irán tal y como hizo cuando era vicepresidente junto a Obama, incluso Arabia Saudí ha comenzado a descongelar sus relaciones con los iraníes, Marruecos se dedica a señalar a Irán y romper relaciones bajo acusaciones que solo responden a su agenda expansionista. La posición de los Estados Unidos en la última sesión del Consejo de Seguridad dedicada al Sáhara Occidental está a medio camino entre revertir las políticas de Trump en busca de la aprobación de Irán y no sacudir demasiado el tablero global para el cual la escasa fuerza diplomática de Rabat simplemente no está preparada.
La administración Biden no se encuentra en condiciones políticas para aceptar la decisión de Trump, dejándola en standby con el objetivo de alargar su ambigüedad respecto a la misma, sin revocarla ni aprobarla, de modo que va intercambiando los papeles de negación plausible y silencio para satisfacer a las dos partes en conflicto. No obstante el tiempo juega directamente en su contra, ya que es el país que redacta las resoluciones del Consejo de Seguridad sobre el conflicto saharaui, por lo que la neutralidad es obligatoria, siendo en este caso necesaria como garantía en el proceso de paz. Finalmente, a juzgar por las recientes declaraciones desde la Casa Blanca, es altamente probable que la administración Biden se distancie de Marruecos a base de medidas a medias inclinándose poco a poco hacia el derecho internacional y la ONU.
También es llamativo el hecho, y que ha pasado totalmente desapercibido, es la poca intervención de los ministros marroquíes en la cuestión saharaui, que rechazan las llamadas de todos los periodistas extranjeros. Una posición radicalmente opuesta a la de la RASD, cuyos ministros, embajadores y representantes aparecen con normalidad en los medios de comunicación opinando sobre el conflicto abiertamente. La autocensura es virtud sine qua non para ser ministro en Marruecos, casi que se podría decir que es su razón de ser, dada la opacidad del ejecutivo marroquí en pronunciarse acerca de la guerra, la política exterior y todo lo que rodea el tema saharaui. Los ministros y políticos marroquíes no hablan y se mantienen silenciados por temor a recibir represalias del Májzen.