Los diplomáticos rusos afincados en Rabat se quejan de que las autoridades marroquíes subordinan la discusión de cualquier tema al reconocimiento del supuesto carácter marroquí del Sáhara Occidental. Una actitud que acabó molestando a Moscú, que lo ve como un inaceptable chantaje permanente. La brecha continúa ensanchándose entre el régimen marroquí y el gran aliado de Argelia, que sigue con gran preocupación los acontecimientos que reinan en la región, y que amenazan directamente la seguridad e integridad territorial de Argelia, cuestión que Sergey Lavrov ha incluido en su agenda para discutir con su homólogo argelino, Ramtane Lamamra, además de otros conflictos como el libio o el saharaui, centrarán las discusiones a unos meses de celebrarse la Cumbre de la Liga Árabe en Argel.
Tanto en Mali como en Libia, la presencia rusa incomoda a Francia, que está tratando de convencer a Argelia de que la ayude a permanecer allí integrándola en un grupo de trabajo que estaría dirigido desde París. Lo que Argelia no solo rechaza categóricamente, sino que trabaja para prevenir cualquier injerencia francesa en la región y prefiriendo la cooperación diplomática con países que no albergan ningún objetivo expansionista en África. Este es el caso de Rusia y China, que están trabajando para reducir la influencia francesa en el continente mientras forjan alianzas con los países africanos, que son cada vez más conscientes de la necesidad de liberarse de la tutela de la antigua potencia colonial.
Los rusos, sorprendidos por los excesos de la diplomacia marroquí, no son los únicos que expresan su irritación ante la constante presión de Rabat. Tanto España, Alemania y la mayoría de los estados europeos se niegan a unirse al enfoque que intenta imponer Marruecos, que busca arrebatar su apoyo a la supuesta soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Mohamed VI, que cree haberse ganado la «amistad» de la entidad sionista, ignora que a largo plazo perderá en todos los frentes. Por entonces, Israel, ya se habrá infiltrado en todos los engranajes del Estado con la complicidad de una figura influyente, André Azoulay.