Cómodamente repantingado en la tumbona y en plena galbana estival conecto la radio y escucho una entrevista que atrae mi atención. La periodista ha localizado a un cordobés que ejerce de anfitrión en la campaña de “Vacaciones en paz” que vienen organizando desde hace cuatro décadas las asociaciones de solidaridad con el pueblo saharaui. Dicha campaña consiste en facilitar el traslado de niños condenados por la dramática situación de su pueblo a vivir con sus familias en la durísima hamada argelina para que puedan disfrutar de su período vacacional en nuestro país adecuadamente acogidos por familias españolas. El personaje que escuché había acogido este verano un niño saharaui, pero con una particularidad: que era hijo de una madre saharaui que de niña ya había estado en España y en su misma casa, cuando ella y él tenían más o menos la misma edad, por lo que cuando se refería a ella, lo hacía calificándola de “mi hermana saharaui”.
Esta oleada de espontánea generosidad, que en casos como el que comentamos es reiterada y pertinaz, y que han venido ejerciendo a lo largo de cuarenta años miles de familias españolas, es un ejercicio de hospitalidad que adquiere particular relevancia. En primer lugar, porque permite a esos menores disfrutar, al menos durante unos meses, de unas condiciones de vida que les resarce de tantas penalidades. En segundo lugar, porque algunas comunidades autónomas aprovechan dicha estancia para dotar a todos los beneficiarios de la acogida de la condición de residentes temporales y les someten a una exhaustiva revisión médica con el fin de comprobar su estado de salud y detectar posibles patologías. En tercer lugar, porque esta convivencia estrecha unos lazos de hermandad entre españoles y saharauis que se iniciaron durante la época colonial, estuvieron en peligro de romperse por la indigna conducta seguida desde 1975 por todos los gobiernos de Madrid, pero que la sociedad española trata de cauterizar con esta magnífica acción solidaria. Y, en fin, por si esto no fuera suficiente, las familias de acogida ejercen de espontáneos y voluntariosos agentes del Instituto Cervantes haciendo que esos niños y niñas adquieran en un brevísimo lapso de tiempo un conocimiento cabal de la lengua española. No pierdo la esperanza que cualquier día alguna institución o entidad otorgue un reconocimiento -¿quizá un premio Princesa de Asturias?- a esta extraordinaria y desinteresada labor colectiva ejercida por gentes que lo hacen de corazón sin pretender ningún protagonismo..
Mientras tanto, nuestro presidente del Gobierno veranea en Marruecos que es, precisamente, la potencia que impide que esos niños no solo veranen, sino que puedan vivir todo el año en su propia tierra ocupada. Son, por lo visto, su “vacaciones en paz”. Ver para creer.
Origen: Vacaciones en paz – catalunyapress.es