Rabat/No hay causa para el Estado marroquí –ni doméstica ni exterior– más relevante que la del Sahara Occidental. Toda acción diplomática del Reino queda supeditada a la causa sacrosanta de la soberanía del territorio que fuera colonia española hasta 1976 y que Rabat controla en un 80% de su superficie. Hoy gran parte de las comunicaciones públicas del Ministerio de Exteriores marroquí son la constatación del apoyo, más o menos matizado, de distintos países de los cinco continentes a las tesis marroquíes sobre el Sahara. Una y otra vez a lo largo de los años, el rey Mohamed VI –al tiempo Jefe de Estado y líder religioso de los marroquíes– ha subrayado que el “Sahara no es negociable” porque su marroquinidad es “una verdad inmutable”. “El Sahara será marroquí hasta el final de los tiempos”, afirmó el soberano alauí en un reciente discurso.
Desde 2007, la de una “autonomía avanzada” como propuesta para poner fin al larguísimo conflicto con el Frente Polisario –que la parte reconocida por la ONU como representante del pueblo del Sahara Occidental, rechaza–, con el que Marruecos libró una guerra durante más de 15 años que costó la vida a al menos 7.000 personas.
Estados Unidos, Francia, Israel, España y Alemania, aliados
Mientras el conflicto se acerca al medio siglo sin que las partes sean capaces de sentarse a una mesa a negociar, Marruecos puede presumir de haber logrado en los últimos cuatro años el apoyo explícito a su soberanía sobre el territorio que administra desde 1975 de sus principales socios y aliados: Estados Unidos, Francia, Israel, España y Alemania. La asertiva diplomacia marroquí fue consiguiendo desde 2020 el apoyo –en distintos grados– a la propuesta de autonomía con una estrategia similar: apertura de crisis bilaterales que se acabaron solucionando con un respaldo a la marroquinidad del Sahara.
Todo cambió en diciembre de 2020, cuando el entonces presidente de EEUU Donald Trump anunciaba de manera sui géneris –a punto de expirar su mandato y a través de Twitter– el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. La Casa Blanca exigió entonces a Marruecos la normalización de relaciones con Israel. En noviembre de 2021, con motivo del 46º aniversario de la Marcha Verde, Mohamed VI pedía a sus socios posturas «más atrevidas y claras» en relación al conflicto del Sahara.
Así las cosas, menos de cinco meses después, crisis diplomática mediante –Marruecos enfureció al descubrir que las autoridades españolas permitieron la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño en la primavera de 2021–, España había sucumbido a la presión marroquí: en una carta, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, defendía la propuesta de autonomía como la “base más seria, creíble y realista” para la resolución del diferendo. Una decisión que, a pesar de romper con la tradicional neutralidad española, la antigua potencia colonial, y de que tuvo enfrente a todo el Parlamento salvo al PSOE, el Gobierno no ha explicado ni mucho menos rectificado.
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