EL TURISMO FLORECE MIENTRAS EL CONFLICTO SAHARAUI PERMANECE INVISIBLEDajla, un paraíso ocupado – Samuel Nacar
Desde la ocupación marroquí en 1975 de la República Árabe Saharaui Democrática, muchos saharauis se vieron obligados a marcharse de sus casas rumbo a los campamentos de refugiados situados en medio del desierto del Sahara, al sur de la ciudad argelina de Tinduf. Hoy, la ocupación continúa sobre casi todo el territorio. También en Dajla, un nuevo destino turístico explotado por Marruecos y que mantiene invisibilizada la realidad saharaui ante la llegada de nuevos visitantes.
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SER UNA MINORÍA EN TU PROPIA CIUDAD
Llegar a Dajla como periodista es atravesar un umbral invisible. Marruecos se esfuerza en que nadie cuente lo que ocurre allí, y todos los caminos llevan la misma advertencia. Después de meses de planificación y de hablar con colegas deportados o bloqueados en el intento, decidimos optar por la discreción: ser turistas de ocasión, surfistas improvisados. Volamos primero a Senegal, donde nos esperaba un todoterreno. Recorreríamos los 1.500 kilómetros que separan Dakar de Dajla con tablas de surf en el maletero. Los sellos fronterizos contarían la historia oficial: dos europeos más, seducidos por el viento y las olas que Marruecos cuidadosamente ofrece a los ojos extranjeros. Así entramos. Éramos parte de ese decorado diseñado para distraer miradas, mientras al fondo, tras las dunas, sucedía lo que nadie debía contar.
«Uno de nuestros principales problemas en los territorios ocupados es la falta de monitoreo de derechos humanos. La ONU no ha logrado obtener acceso a estas áreas, lo que deja a la población saharaui sin una supervisión internacional efectiva para proteger sus derechos», explica Tome. El Sahara Occidental está cerrado para la prensa, salvo para los periodistas locales, quienes se enfrentan a largas condenas de cárcel o una vigilancia constante, como en el caso de Nazha El Khalidi, detenida mientras grababa una manifestación pacífica en El Aaiún. El Gobierno la acusó de delitos que podrían conllevar hasta cuatro años de cárcel, y actualmente vive en el exilio. Del Sahara Occidental apenas sale información.
La militarización de la ciudad es evidente. Dos barcos patrullan la laguna constantemente, y la única carretera de acceso a Dajla tiene un punto de control permanente. «Dajla solo tiene una entrada, y ese checkpoint es un filtro puesto por Marruecos para saber quién entra y quién sale», explica Hassan Zerouli. «La última vez que lo crucé, venía de El Aaiún, y cuando llegamos ahí, nos pararon y nos metieron en una pequeña habitación cerca del checkpoint para torturarnos».
Hassan Zerouli es un activista saharaui que vive en Dajla junto a su familia, y denuncia que «la realidad es que somos una minoría en nuestra propia ciudad». Aunque Dajla está viviendo una explosión económica, la juventud saharaui tiene unas tasas de paro altísimas porque se le impide acceder a puestos de trabajo. «Luego está la represión: jóvenes con altas penas de cárcel por hacer pintadas, una vigilancia constante; yo, por ejemplo, tengo una furgoneta delante de casa todos los días, y nos despiertan a horas intempestivas haciendo ruidos. Muchas familias denuncian diariamente que se les está quitando terrenos y viviendas para la construcción de hoteles».
Y eso solo en Dajla. En el resto de ciudades del Sahara Ocupado, como en Bojador, la represión es igual o mayor. La activista saharaui Sultana Jaya, que actualmente vive en el exilio, fue torturada tan brutalmente que le sacaron un ojo a porrazos. «No hay nada peor que sentir cómo te rompen toda la ropa que llevas y que te violen», me explicaba Sultana hace unos meses. Es solo otra forma de las torturas, la vulneración constante de los derechos humanos y la escasa información que sale de los territorios ocupados.
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Sin embrago, el impacto político de un acto tan simple como el de irse de vacaciones tiene consecuencias. Implica la legitimación de la ocupación marroquí en un territorio que está en disputa desde hace décadas. Marruecos promueve el turismo en Dajla como una forma de consolidar su control sobre el Sahara Occidental. Al atraer turistas, Marruecos busca presentar la región como una parte integral y pacífica de su territorio, minimizando la disputa internacional y la lucha de los saharauis por la independencia. Al visitar Dajla, los turistas pueden, sin saberlo, estar apoyando una narrativa marroquí que normaliza la ocupación.
Como explica la abogada, «el traslado de población y la explotación de recursos bajo ocupación constituyen crímenes de guerra según las convenciones internacionales». Así, el turismo se convierte en parte de la explotación económica que Marruecos ejerce sobre el territorio.
Aunque para los saharauis significa mucho más: «El turismo europeo o occidental en el Sahara Occidental representa una participación en la ocupación marroquí. Es un lavado de cara, ya que muchos de esos turistas solo ven el lado bonito que Marruecos les intenta vender, pero no la realidad de los saharauis, quienes estamos dentro, invisibles y sufriendo las consecuencias y la represión de la ocupación. Estas visitas no ayudan en nada a los saharauis; más bien, contribuyen a la narrativa y propaganda de Marruecos para promover el turismo», explica Hassan Zerouli.
I LOVE EVERYTHING OF DAJLA
Hay lugares que, cuando llegas por primera vez, hay algo que no llegas a entender. Todo está en construcción, como cuando una fábrica llega a un pueblo, como cuando las periferias se convierten en barrios, o cuando el turismo gentrifica una ciudad. Es esa creación de un no lugar, un sitio donde no hay arraigo, hay dinero, no hay ciudadanos, hay trabajadores y no hay cultura, hay souvenirs. Dajla se ha convertido en algo parecido a eso. Grandes avenidas llenas de luces que iluminan carteles de hoteles que están por construir, descampados que pretenden ser un barrio, hoteles de lujo por estrenar y trabajadores que han llegado aquí de todas las partes de Marruecos con la intención de irse.
Entre las estrategias que el Gobierno marroquí ha desarrollado para el arraigo de los colonos está la exención de impuestos. Dajla es conocida por esta y otras razones como la pequeña Dubái. Y los jóvenes marroquíes van a estudiar, a trabajar y a disfrutar de esta ciudad de vacaciones. Zakaria, que está surfeando junto a otros jóvenes en la playa situada junto al Westpoint Hotel, tiene 20 años y ha venido desde Agadir para estudiar en la universidad. «Me gusta todo de Dajla, el tiempo, los spots y la comida». Esa tarde las olas no son muy buenas, pero siguen dentro del agua hasta que se pone el sol. Junto a él está Ali, de 19 años, de padre es saharaui y madre marroquí. «No tengo problemas con Marruecos ni con los saharauis, es la paz, estamos todos bien aquí. El problema es la política. Hay paz en Dajla ahora, pero si vas a Smara o El Aaiún, ahí sí que hay problemas».
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LA REALPOLITIK
A pesar de que Dajla es llamada la pequeña Dubái, su crecimiento ilustra la impunidad con la que Marruecos ha actuado durante años, como si el último territorio africano pendiente de descolonización ya le perteneciera. Y es que los últimos años han sido un ejemplo del poder que Marruecos actualmente tiene a nivel internacional. «El reconocimiento de la soberanía marroquí por parte de Estados Unidos en 2020, seguido por España y Francia, ha inclinado significativamente la balanza a favor de Marruecos. Al otro lado, los saharauis se encuentran cada vez más solos, sin ningún gobierno con suficiente peso internacional que apoye su causa más allá de declaraciones formales», explica Jesús Núñez Rodríguez, experto en relaciones internacionales, seguridad internacional y prevención de conflictos violentos en el mundo árabe-musulmán.
«Desde mi punto de vista, Marruecos entiende que el tiempo corre a su favor. No va a haber un cambio definitivo a corto plazo, pero día a día, a través de los hechos, está consiguiendo crear una realidad socioeconómica y demográfica distinta en la parte ocupada. Marruecos ha estado llenando los territorios ocupados con población marroquí desde hace mucho tiempo. De hecho, si algún día se celebrara un referéndum, Marruecos ya ha creado una realidad demográfica que garantizaría en gran medida el resultado deseado».
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