El conflicto del Sáhara Occidental es silenciado por gobiernos cómplices y medios de comunicación que prefieren mirar hacia otro lado. Pero la causa saharaui sigue viva en la memoria de los pueblos y en las voces que se niegan a aceptar la injusticia. Ni las presiones diplomáticas, ni la represión marroquí, ni la indiferencia internacional han logrado borrar de la conciencia global la ocupación ilegal de Marruecos ni el derecho inalienable del pueblo saharaui a la autodeterminación.
Esta resistencia persiste gracias a las organizaciones no gubernamentales que denuncian con valentía el saqueo de los recursos naturales del Sáhara Occidental y las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en los territorios ocupados. Sus informes, investigaciones y campañas rompen el muro de silencio y hacen visible ante el mundo la explotación económica y la represión política que sufre el pueblo saharaui bajo el régimen de ocupación.
También son imprescindibles los comités de solidaridad en las instituciones y en la sociedad que, desde ciudades tan distantes como Madrid, París, Montevideo o Johannesburgo, mantienen viva la llama de la causa saharaui. Cada manifestación, cada concentración, cada acto público es un recordatorio de que el colonialismo y la ocupación no tienen cabida en el siglo XXI. Son expresiones de una conciencia internacional que no olvida que la lucha del Sáhara Occidental es parte de la lucha de todos los pueblos por su libertad.
A ello se suman sindicatos, universidades y colectivos sociales que integran la causa saharaui en sus reivindicaciones más amplias. Denuncian la marginación de los trabajadores saharauis, exigen el fin de la impunidad marroquí y enseñan a las nuevas generaciones que este conflicto no es una reliquia del pasado, sino una herida abierta en el presente de la humanidad. Porque defender al pueblo saharaui es defender los principios universales de justicia, dignidad y soberanía de los pueblos.
Pero, sobre todo, la resistencia vive gracias a la juventud saharaui. Los que nacieron en los campamentos de refugiados de Tinduf, en medio del exilio y la espera; los que resisten día a día en las calles de El Aaiún, Bojador o Smara bajo la represión policial; los que usan las redes sociales para denunciar el racismo, la violencia y la explotación impuestas por Marruecos. Son jóvenes que no se resignan a ver morir su nación bajo la bota marroquí y la indiferencia mundial. Ellos y ellas son la prueba de que la resistencia no muere y de que los pueblos, por más tiempo que pase, no olvidan.
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