Durante los últimos diez años, como tantas instituciones saharauis, la televisión nacional RASD TV sufrió la fuga de cuadros profesionales y la falta de recursos humanos cualificados. Lo que parecía un sueño imposible, fue convertido en realidad por la perseverancia de un hombre y un pequeño equipo que, a pesar de las burlas de algunos en las altas esferas —“¿Quieres fundar una televisión? ¡Estás loco!”—, decidieron dar un salto hacia lo desconocido. La necesidad era urgente: tras la Intifada de 2005, el apagón informativo en los territorios ocupados imponía crear una ventana para mostrar al mundo la voz y la imagen de los militantes y de las víctimas de la ocupación marroquí.
Esa decisión incomodó profundamente a Marruecos, que intentó por todos los medios silenciar o interferir la señal. Vetó su emisión en satélites y desplegó todo tipo de presiones técnicas y diplomáticas para borrarla. Sin embargo, la cadena resistió y se consolidó como un referente. Lo que se inició como una apuesta casi suicida se transformó en un logro histórico: una televisión que rompía el cerco mediático y que encendía la pasión de la militancia saharaui en todas partes.
Con el paso del tiempo, sobre RASD TV se depositaron esperanzas quizá desmedidas, y algunos la compararon con canales de Estados consolidados que cuentan con presupuestos, experiencia acumulada y plantillas profesionales. Aun así, la televisión saharaui se convirtió en la punta de lanza de un periodismo de resistencia que logró traspasar el muro del silencio en las ciudades ocupadas. Sus limitaciones eran evidentes: escasez de recursos, falta de formación técnica suficiente y ausencia de medios para producir contenidos de gran envergadura. Pero pese a todo, siguió siendo la mejor herramienta mediática de la causa saharaui.
El papel de su director, Mohamed Salem Labeid, fue decisivo. Militante antes que periodista, se convirtió en un ejemplo de compromiso y rigor. Pasaba más tiempo en la televisión que con su propia familia. Quienes le conocieron recuerdan que era el primero en llegar y el último en marcharse, dedicando jornadas de más de doce horas sin apenas descanso. La cadena absorbió su tiempo, su esfuerzo, su salud y su energía. Aun en los momentos de desacuerdo profesional, fue un compañero generoso: preguntaba por todos, ayudaba a quien lo necesitaba, nunca guardaba rencor y mantenía un trato cercano y humilde.
Hoy la nueva dirección tiene la voluntad de impulsar un nuevo ciclo para la televisión saharaui. El reto es grande, pero no imposible: se trata de dotarla de visión, creatividad y capacidad de atraer a jóvenes talentos. Si lo consigue, RASD TV seguirá siendo mucho más que un canal: la voz firme de un pueblo que se niega a ser silenciado.
ARTÍCULO BASADO en: التلفزيون حديث ذو شجون. – رابطة الصحفيين و الكتاب الصحراويين بأوروبا