En 2027, la izquierda francesa y europea se enfrentará a una evidencia: la cuestión del apoyo a la descolonización del Sáhara Occidental ya no podrá ser esquivada. Desde hace casi cincuenta años, el pueblo saharaui espera la aplicación de un derecho fundamental: el de decidir libremente su futuro, conforme a las resoluciones de la ONU. El Sáhara Occidental figura en la lista de territorios no autónomos desde 1963, pero permanece bajo ocupación marroquí desde 1975, en violación flagrante del derecho internacional y de las decisiones del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
La izquierda no puede eludir esta responsabilidad. Esta lucha, en el corazón mismo del legado anticolonialista, nos obliga. Defender el derecho del pueblo saharaui es defender el derecho internacional, la justicia y la igualdad entre los pueblos. Es también afirmar que los intereses económicos, los contratos de armamento o las alianzas energéticas no pueden justificar la colonización.
La cuestión resulta aún más apremiante porque el paralelismo con Gaza se impone por sí mismo. Allí también, un pueblo sufre la opresión, la ocupación y hoy un genocidio ante los ojos de la comunidad internacional. El silencio, la ambigüedad o el doble lenguaje de algunas fuerzas políticas no hacen sino alimentar la dominación y la violencia.
En el Sáhara Occidental como en Gaza, se trata de un mismo combate: el del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos frente a la ley del más fuerte. En 2027, la izquierda deberá elegir. O bien se muestra a la altura de su historia, fiel a las luchas anticoloniales, a la solidaridad internacional y a los valores de justicia universal. O bien renuncia, en nombre del pragmatismo o de los intereses de poder, y se compromete con quienes pisotean el derecho internacional.
La credibilidad de la izquierda, en Francia como en Europa, dependerá de esa posición. Porque no se trata únicamente del Sáhara Occidental o de Gaza: se trata de decidir si queremos construir un mundo basado en el derecho, la dignidad y la igualdad, o si aceptamos un mundo gobernado por la fuerza, el colonialismo y la negación de los pueblos.
En 2027, esta cuestión será un marcador político decisivo. Y dividirá profundamente entre una izquierda fiel a su herencia y otra dispuesta a abandonarlo.
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