REPRESIÓN EN MARRUECOS | Oleada de protestas de la Generación Z: hospitales en lugar de estadios

REPRESIÓN EN MARRUECOS | Oleada de protestas de la Generación Z: hospitales en lugar de estadios

Por Victoria G. Corera – Plataforma “No te olvides del Sáhara Occidental”

En Marruecos, el país que el régimen de Mohamed VI pretende mostrar como un modelo de estabilidad y modernidad, la juventud ha roto el silencio. Bajo la etiqueta #GenZ212, miles de jóvenes han salido a las calles en Rabat, Casablanca, Agadir y otras ciudades para reclamar hospitales, educación y dignidad, en lugar de los estadios millonarios que el Gobierno construye para la Copa Africana de Naciones y el Mundial 2030. El hartazgo se desató tras la muerte de ocho mujeres embarazadas en un hospital público de Agadir, símbolo del colapso del sistema sanitario y del abandono de los servicios básicos en favor del lujo y la propaganda.

El contraste es brutal: mientras el Estado gasta 5.000 millones de dólares en estadios e infraestructuras deportivas, los hospitales carecen de material básico y la pobreza sigue golpeando a millones de ciudadanos. Según datos del propio Consejo Económico y Social marroquí, una de cada cuatro personas jóvenes entre 15 y 24 años no tiene acceso ni a educación ni a empleo, y la desigualdad territorial es cada vez más evidente. Lo que estalló en las grandes ciudades se ha extendido ahora a zonas rurales como Ait Amira, donde el desempleo, la construcción ilegal y la falta de servicios públicos han hecho de la precariedad un modo de vida. Como señala Reuters, “las protestas han sido las más amplias y violentas desde las revueltas del Rif en 2016 y la Primavera Árabe de 2011”.

En los hospitales y plazas, los lemas resumen el sentir de toda una generación: “No queremos el Mundial, la salud es lo primero” o “Somos un país agrícola, pero las verduras son caras para nosotros”. Una frase recogida por El Confidencial lo expresa con claridad: “que en un país donde el fútbol es casi una religión la juventud reclame hospitales en lugar de estadios es revelador del desasosiego de gran parte de su población”. Esta Generación Z marroquí, desconfiada de los partidos y del Parlamento, ha encontrado en Discord, TikTok e Instagram un espacio de organización y expresión. En solo una semana, el canal principal del movimiento pasó de 3.000 a 188.000 miembros, coordinando manifestaciones, compartiendo vídeos de abusos policiales y debatiendo estrategias.

La respuesta del régimen no se ha hecho esperar. Según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, más de 500 manifestantes —incluidos menores— han sido detenidos, y varios centenares se enfrentan a juicios exprés en Rabat, Casablanca y Meknés. Amnistía Internacional ha documentado el uso deliberado de vehículos policiales para atropellar a manifestantes pacíficos, lo que constituye una violación flagrante del derecho internacional. Ante la magnitud del movimiento, el Gobierno intenta ahora ganar tiempo. El primer ministro Aziz Akhannouch, convertido en símbolo del poder económico y político, ha prometido “diálogo”, mientras el rey Mohamed VI prepara un discurso ante el Parlamento el 10 de octubre, con el que pretende ofrecer concesiones limitadas que calmen las calles antes del inicio de los grandes eventos deportivos.

Sin embargo, la revuelta #GenZ212 va más allá del momento político: refleja la fractura estructural entre el Marruecos de los negocios y el Marruecos real, donde millones sobreviven entre el desempleo y la falta de servicios. Lo que comenzó como una protesta sanitaria ha mutado en un cuestionamiento general del sistema, de sus prioridades y de su propaganda. Marruecos, que presume de modernización ante Europa y el Golfo, enfrenta hoy su mayor crisis interna en una década. Las calles piden justicia social, pero el régimen responde con represión, censura y silencio.

El malestar también pone en evidencia el fracaso del modelo económico marroquí, sostenido en el endeudamiento externo, la privatización de los servicios públicos y la dependencia del turismo y las remesas. Mientras las élites próximas al palacio acumulan fortunas, el 60 % de la población activa trabaja en el sector informal y carece de seguridad social. Las regiones del interior y del sur, marginadas de los grandes proyectos, se han convertido en focos de exclusión y pobreza, alimentando una frustración que ya no puede contenerse. La “modernización” que exhibe Rabat es, en realidad, un escaparate de desigualdades y una huida hacia adelante que reproduce los errores de los regímenes autoritarios que precedieron a las revueltas árabes.

La comunidad internacional observa en silencio, prisionera de su propio cálculo geopolítico. Europa, que sigue firmando acuerdos comerciales y de control migratorio con Rabat, evita cualquier condena por miedo a desestabilizar a su “socio estratégico”. Pero ese silencio es también complicidad: mientras se ensalza al reino como ejemplo de estabilidad, se ignora que esa estabilidad se impone con represión. La ola de protestas juveniles ha desenmascarado un sistema que no solo oprime a sus ciudadanos, sino que mantiene una ocupación ilegal en el Sáhara Occidental con la misma lógica de control y violencia.

Desde el Sáhara, el paralelismo es evidente. El mismo Estado que atropella hoy a sus jóvenes con vehículos policiales lleva medio siglo oprimiendo al pueblo saharaui. La violencia que sorprende ahora en Rabat, Agadir o Tánger es la misma que padecen los saharauis en El Aaiún, Smara o Dajla. No existen “dos Marruecos”: solo un régimen sostenido en la impunidad y la represión, tanto dentro de sus fronteras reconocidas como en los territorios ocupados. Mientras las luces del Mundial y la propaganda intentan distraer al mundo, la juventud marroquí y el pueblo saharaui comparten un mismo clamor: justicia, libertad y dignidad.

Plataforma «No te olvides del Sahara Occidental»