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Campo de refugiados de Esmara, en Tinduf, Argelia // Rogério Ferrari

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Fuente y fotos: La Diaria / por Ana Fornaro

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Difícil de encontrar en los titulares, la causa de la soberanía de los saharauis -primero colonizados por España, luego asediados desde Marruecos- ha atravesado seis décadas de ocupación, exilio, cárcel y torturas. En 2008, Ana Fornaro recorrió el Sahara Occidental junto al fotógrafo Rogério Ferrari y recogió testimonios de miembros del movimiento independentista. Trece años después volvió a contactarlos: la lucha continúa.

Es normal

Autos sin placas que nos siguen. Policías de civil frente a nuestros parajes. Que nos paren fuerzas de seguridad en la mitad de la calle, que pregunten dónde vamos, qué estamos haciendo. Que sólo podamos entrevistar a militantes en sus casas después de las doce de la noche, cuando el control cesa un poco. Que tengamos que guardarnos las notas —yo— y los rollos de fotos —Rogério— debajo de nuestra ropa para volver al hotel. Que demos vueltas en círculos para despistar a la Policía. Que vivamos una persecución en un mercado como una película de espías, entrando y saliendo de tiendas intentando no mirar atrás. No poder dormir una noche porque desde la habitación de al lado nos golpean la pared. ¿Quién golpea la pared?

Viajar en auto escondidos hasta llegar a un pueblo donde vive otro de los entrevistados. Funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instalados como reyes en zonas de conflicto miran con sus lentes Rayban desde las camionetas sin hacer nada. Testimonios de torturas, años de desaparición, familias separadas, violaciones en las cárceles, segregación, desprecio cultural y resistencia. Que mejor no avisar a Reporteros Sin Fronteras porque nos van a denunciar con el gobierno de Marruecos.

Es normal. Eso nos responde Naama. Cuando dice “normal”, unas diez veces al día, Naama Asfri sonríe. De alguna manera, su sonrisa me tranquiliza. A Rogério no. Rogério está preocupado. Yo le digo: “Dice Naama que es normal”. Rogério me responde que no es normal estar tan expuestos.

Naama es nuestro primer contacto saharaui en Marruecos, un militante joven y fervoroso del Frente Polisario que nos irá guiando a lo largo del viaje. Naama habla hassanía —la variante del árabe magrebí que hablan los saharauis— y francés. Yo hablo con Naama en francés, Rogério entiende pero me habla en portuñol y me pide que le traduzca, Naama a su vez traduce lo que decimos a su gente en hassanía. La comunicación es por etapas, pero funciona.

Para Naama la independencia del Sahara Occidental del yugo marroquí es la razón de su vida. Pero no siempre fue así. Su padre es un exdetenido desaparecido y él, si bien vivió bajo la sombra del terrorismo de Estado, empezó su activismo hace un par de años, cuando volvió de Francia, donde estudió Derecho. Tiene esposa, tiene padres, a quien conoceremos en nuestra primera noche en Tan-Tan, una ciudad al sur de Marruecos.

Llegamos allí desde Agadir por tierra, viajamos en ómnibus durante medio día. Agadir es una ciudad balnearia conocida por el turismo sexual europeo. Nuestra llegada allí fue táctica: necesitábamos disimular los primeros días y desde allí ir bajando a la región del Sahara Occidental. El disimulo consistía en decir en los check-points que Rogério era antropólogo (lo es, además de fotógrafo) y que yo era maestra (no lo soy), que estábamos casados (no lo estábamos ni lo estamos) y de luna de miel. Lo que no podíamos decir era que estábamos allí para hacer un reportaje sobre los saharauis que viven en una zona ocupada bajo un estado policial. Yo viajaba con mi pasaporte italiano y tengo pinta de alemana y Rogério viajaba con su pasaporte brasileño, aunque podría ser magrebí perfectamente. Nuestra ficción absurda y voluntad de pasar desapercibidos no funcionaron para nada: llamábamos mucho la atención, y eso fue lo primero que nos dijo Naama cuando nos buscó en Tan-Tan para llevarnos a la casa de su familia. Se rio con nuestro cuento:

—La Policía sabe que están acá. A mí me tienen vigilado, así que ahora a ustedes también. Hay que andar con cuidado.

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