‘Vacaciones en Paz’ ha conseguido que 96 niños saharauis puedan disfrutar de este verano en familias de acogida vizcainas, tal y como lo hizo Bachir Habub
¿Cómo fue su infancia en un campamento de refugiados en el Sahara Occidental?
—Yo nací en el año 1992 en un hospital de guerra de Tifariti. Después, como tal todos vivimos en los campamentos que se formaron a raíz del exilio que hubo del Sahara Occidental hacia la zona más desértica del territorio argelino. En nuestra infancia todos teníamos una escolarización completa y todos estudiábamos, teníamos todos el mismo camino. Nuestro día a día consistía en ir al colegio a la mañana y a la tarde, y los ratos libre aprovecharlos para jugar. Cuando llegas a sexto de primaria, si quieres continuar estudiando tienes que irte a Argelia, así que decidí marchar del campamento para seguir estudiando.
—Sobre todo la temperatura, lo que más sorprende son los extremos. En invierno puede que haya días de 30 grados durante la jornada y luego a la noche bajo cero. Por otro lado, en el colegio también dependía de carencias alimenticias y para evitarlo cuando llegábamos nos daban algunas galletas o batidos. Nosotros vivíamos a base de ayuda humanitaria y había temporadas en las que había más y otras en las que menos. Pero el principal problema era el agua. La tenían que traer en unas cisternas y a veces pasabas temporadas sin agua. Recuerdo que una cosa que siempre nos decían a los niños era que no había que desaprovechar el agua. Había cierta cantidad y no podíamos jugar todo lo que queríamos porque nos deshidratábamos.
¿Con cuántos años vino a Bizkaia de acogida por primera vez?
—Cuando tenía 6 o 7 años. Había mucho orden en los campamentos y muchas cosas estaban estipuladas por inercia. Tener la oportunidad de ir a una familia de acogida era lo típico.
¿Cómo reaccionó cuando le avisaron de que iba a estar un verano de acogida?
—Pues no eres consciente, era muy pequeño. El cambio de entorno es tan importante que piensas que estás en un sueño. Me acuerdo que era todo diferente. Lo que más te contrasta al principio es la naturaleza y la vegetación. Todo es totalmente diferente.
¿Cómo fue su experiencia durante sus primeras semanas en Bizkaia?
—Los primeros días son de adaptación. Mi familia de acogida puso todo de su parte para que me integrase. Pero no deja de haber una barrera lingüística muy importante y dificultades de entendimiento. Cuando llegas no sabes cómo se enciende la luz, no sabes que hay que cruzar por un paso de peatones ni lo que es un semáforo. El primer verano es bastante duro, porque para cuando ya estás adaptado más o menos tienes que volver al campamento.
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