En el suroeste de Argelia resiste un pueblo abandonado por la comunidad internacional con unos valores humanos dignos de imitar, que supera adversidades inmensas y lucha para liberar su tierra de las garras represivas y corruptas de la dictadura marroquí. La bondad, la hospitalidad, el cariño, la alegría, la tolerancia, la igualdad… convierten la desesperación saharaui y la hostilidad del desierto en un lugar lleno de esperanza.
En esta historia lo deseado no coincide con lo necesario. La provisionalidad de los campamentos tiene que cada vez más tintes de permanente. Un ejemplo son las viviendas. Los ladrillos de adobe, que se derretían con las lluvias torrenciales que se repiten cada década, dan paso hoy al bloque, que a simple vista es actualmente mayoritario en las construcciones.
Es el caso de la casa de Radaja y sus 3 hijos Ahmed, Sahel y Hoseini. Un oasis de convivencia y familiaridad, en el que no hay prisas, ni agobios superfluos, ni casi horarios. La puerta permanece abierta día y noche. Constantemente entran y salen niños y mayores. Las carreras y los juegos de los pequeños ambientan tertulias de adultos en las que nunca falta un té con altas dosis de azúcar.
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