La ciudad de Dajla se ha convertido en uno de los principales escenarios de propaganda del régimen marroquí en el Sáhara Occidental ocupado. Lo que antaño fue Villa Cisneros, núcleo estratégico de la colonización española, es hoy un escaparate colonial del Majzen, utilizado para mostrar al mundo una falsa imagen de prosperidad, progreso y estabilidad. Bajo las fachadas pintadas de hoteles de lujo, puertos pesqueros y proyectos turísticos, se esconde la dura realidad de la ocupación: represión contra la población saharaui, expropiación de tierras, expolio de recursos y un proceso sistemático de colonización destinado a borrar la identidad del pueblo saharaui.
Desde hace años, Marruecos presenta a Dajla como “la perla del Atlántico”, una ciudad ideal para el turismo deportivo y para la inversión extranjera. Foros internacionales de negocios, cumbres africanas, competiciones de windsurf y kitesurf, congresos de pesca o ferias de energías renovables se celebran allí con frecuencia, en un intento deliberado de legitimar la ocupación. La estrategia es clara: desplazar el foco del conflicto político y jurídico hacia la imagen de una ciudad abierta al mundo, mientras se oculta que el territorio sigue figurando en la lista de las Naciones Unidas como “territorio no autónomo pendiente de descolonización”.
Detrás de este relato se esconde una verdad incómoda: la mayoría de los saharauis originarios de Dajla no participan en estos proyectos de supuesto desarrollo. Por el contrario, sufren marginación sistemática en el acceso al empleo, a la vivienda y a los servicios básicos. Los puestos de trabajo generados por la industria turística o por las explotaciones pesqueras son ocupados mayoritariamente por colonos marroquíes instalados en la ciudad gracias a incentivos estatales. El resultado es una alteración premeditada de la composición demográfica que convierte a los saharauis en minoría en su propia tierra, en una estrategia de sustitución poblacional que recuerda a las peores prácticas coloniales del siglo XX.
La colonización de Dajla no es solo económica: también es cultural y política. Las expresiones identitarias saharauis son reprimidas, los activistas que denuncian la ocupación son acosados o encarcelados, y la vigilancia policial es constante. El Majzen busca imponer una narrativa oficial en la que Dajla aparece como modelo de “marroquinidad” y ejemplo de éxito del plan de autonomía. La realidad, sin embargo, es que esta ciudad no es un espacio de convivencia, sino un laboratorio de la ocupación donde se ensayan fórmulas de control social, político y económico sobre un pueblo sometido a represión constante.
El expolio de los recursos naturales es otro de los pilares de esta política colonial. Dajla cuenta con una de las zonas pesqueras más ricas del mundo y es un enclave estratégico para la exportación de fosfatos y productos agrícolas. Empresas extranjeras —especialmente europeas e israelíes— participan en estos negocios al amparo de acuerdos ilegales que han sido reiteradamente anulados por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el cual ha dejado claro que Marruecos no tiene soberanía sobre el Sáhara Occidental ni puede explotar sus recursos sin el consentimiento del pueblo saharaui. Aun así, Rabat continúa actuando como propietario, en flagrante violación del derecho internacional, con la complicidad de gobiernos que prefieren priorizar contratos y negocios por encima de la legalidad.
La puesta en escena tiene también un objetivo geopolítico: desactivar las críticas internacionales mostrando una supuesta “normalidad” en el Sáhara Occidental. Cada vez que delegaciones de diplomáticos, periodistas o empresarios son invitadas a Dajla, se les ofrece un recorrido cuidadosamente diseñado para ocultar la represión y mostrar únicamente la parte brillante del decorado colonial. Se trata de una estrategia de blanqueamiento de la ocupación que reproduce los mismos patrones que otros regímenes coloniales en la historia, desde el apartheid sudafricano hasta la ocupación israelí en Palestina.
Sin embargo, la realidad se impone. Las calles de Dajla son también escenario de manifestaciones reprimidas violentamente, de huelgas de pescadores saharauis marginados, de denuncias de jóvenes activistas que exigen su derecho a la autodeterminación. Esa otra cara de la ciudad es sistemáticamente silenciada en los medios internacionales, pero persiste como testimonio de resistencia. Dajla no es solo el escaparate del Majzen: es también un lugar donde se expresa la dignidad de un pueblo que se niega a desaparecer y que sigue luchando, incluso bajo las formas más duras de ocupación.
Por eso, hablar de Dajla como “escaparate colonial” no es una metáfora literaria: es una denuncia precisa contra una estrategia de ocupación que busca legitimar lo ilegítimo y normalizar lo inaceptable. Cada foro celebrado en Dajla, cada congreso turístico, cada inversión extranjera en la ciudad no es un gesto neutro: es un acto político de complicidad con el colonialismo marroquí. Frente a esa propaganda, debemos reafirmar que ningún desarrollo puede construirse sobre la negación de un pueblo, y que ningún proyecto económico puede justificar la violación del derecho internacional.
El próximo 14 de noviembre se cumplirán cincuenta años de los Acuerdos de Madrid, aquel pacto ilegal que entregó el Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania a espaldas del pueblo saharaui. Medio siglo después, Dajla es el símbolo más visible de esa traición y de sus consecuencias: ocupación, colonización y represión. Pero también puede convertirse en símbolo de denuncia si logramos revelar su verdadero rostro. Decir “Dajla, escaparate colonial del Majzen” es recordar que no hay progreso posible sin justicia, que no hay turismo inocente en una tierra ocupada y que no hay fachada que pueda ocultar la verdad del colonialismo.
La lucha del pueblo saharaui no se mide en congresos turísticos ni en megaproyectos coloniales. Se mide en la resistencia diaria de quienes siguen reclamando su derecho a la autodeterminación, en la dignidad de los presos políticos, en la voz de los exiliados y en la esperanza de quienes sueñan con regresar a una Dajla libre. Porque solo entonces, liberada de la ocupación, Dajla dejará de ser un escaparate colonial para convertirse en lo que siempre debió ser: parte de un Sáhara Occidental independiente y soberano.
VICTORIA G. CORERA – Plataforma No te olvides del Sáhara Occidental