De cómo el Land Rover inspiró poesías saharauis | Público

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De cómo el Land Rover inspiró poesías saharauis | Público

 

DAVID BOLLERO

Tercer día en los campamentos de refugiados saharauis. Es octubre pero el calor sigue siendo intenso, apenas sopla el viento –las moscas se encargan de recordárnoslo todo el tiempo- y quienes han llegado por vez primera a este inhóspito rincón del mundo se ven aplastados por la realidad de las distancias kilométricas.

La extensión de los campamentos se pierde en el horizonte y desplazarse de un lugar a otro es una empresa titánica si se hace a pie bajo este sol abrasador. Incluso hacerlo en coche no está exento de sus riesgos: el verano pasado se publicó una circular con la que se prohibía la circulación entre las 13:00 y las 18:00 horas para evitar accidentes provocados por los neumáticos en mal estado derretidos en el asfalto por las elevadas temperaturas.

Así pues, quien tiene un coche, tiene un tesoro y si es un Land Rover, un auténtico Potosí. El mítico todoterreno que Maurice Wilks dibujó en una playa de Anglesey (Reino Unido) hace más de 70 años es, sin duda alguna, el rey de los vehículos en el Sáhara. Lo preciado de este vehículo no viene motivado únicamente por su durabilidad, por esa resistencia espartana que no se deja superar por una terreno y una climatología terriblemente adversos, sino por lo fácil que resulta repararlo cuando se avería.

«Si se te rompe la correa de distribución es tan sencillo como cambiarla por un cinturón». Con esta afirmación podría resumirse el porqué un Land Rover con cuatro décadas a sus espaldas, con arena hasta en el mismo depósito y una chapa que a duras penas recuerda a la original puede ser más preciado que un Toyota con muchos menos kilómetros en sus ruedas. Incluso en caso de accidente, algo que es frecuente en este pedregal irregular de firme traicionero, su carrocería no se convierte en chapa cortante a diferencia de los modelos más modernos.

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