
RELATO
Cuando me aproximé a aquel perro, noté cierta tristeza en su mirada, le llamé varias veces por su nombre, y le ofrecí un cuenco lleno de comida. No acudió, me observaba con cierta desconfianza. Él pastoreaba las cabras. Siempre estaba al sur del rebaño, olfateando los caminos que tenía que recorrer todos los días.
Los enormes muros de piedra, donde vivía su dueño. Aquel anciano de barba blanca, mirada misteriosa y una sonrisa que se dibuja de forma permanente en sus labios. Siempre te llevaba al pasado más remoto, cuando empezaba a hablar de cómo las dunas, con el paso del tiempo han ido avanzando sobre la escasa vegetación, hasta rodear aquella cordillera que sirve de abrigo al profundo pozo, que sigue siendo el único punto donde acuden los hombres y animales en busca de agua.
El viejo siempre colocaba su cojín sobre el pequeño montículo de arena, y observaba de forma detenida como las cabras acompañadas de su perro pastor, iban entrando en aquella construcción de piedra. Se levantaba, y empezaba a inspeccionarlas. El perro pastor movía su cola, las vigilaba una por una. Mientras el sol se iba ocultando detrás de aquella bruma que nacía del calor y el viento suave que trasladaba la arena que cubría el dique de piedras negras. Aquel dique que escondía en su interior, grabados y símbolos de la prehistoria.
El perro, las cabras y aquel hombre de enormes pisadas. Se mezclaban en su largo trayecto de cada mañana, con las tumbas gigantes que la arena engulló. Ellos pertenecían al mundo de las hogueras, de las estrellas y de las largas e interminables distancias que ofrecía aquel paisaje esculpido por el viento.
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Leer texto completo en el original: El anciano de la casa de piedra – pressenza.com