Pero ¿qué hace una chica como yo en un tema como este? Una chica de treinta y algo en un tema del siglo XX. Una chica española en un tema de Marruecos. Una chica blanca en un tema (post-, de-) colonial. Una chica feminista en un tema de militares. Una chica de izquierdas en un tema…
Ejem.
Después de aquel primer desconcierto en la plaza Primo, hace más de diez años ya, me puse a indagar en paralelo en dos sentidos. Por un lado, de qué iba en sí misma toda esa historia, la de la colonización española en Marruecos. Por otro, a qué se debía aquella fuerte, inescapable, sensación de no tener ni idea.
Respecto a la segunda parte, lo primero fue constatar que la ignorancia era compartida. Y cuando la ignorancia sobre algo es compartida, o hasta casi general, el problema no suele ser personal. Ese no saber generalizado sobre lo que España había hecho en África durante el tiempo de trazar los mapas con regla y cartabón debía tener algún porqué más colectivo, más estructural.
En el proyecto que presenté para la beca de escritura que me trae ahora a Tetuán saltan a la vista, como listas para ser subrayadas en fosforito, algunas palabras que en las últimas décadas se han vuelto frecuentes en las investigaciones y ensayos, y hasta en las polémicas de actualidad. Colonialidad, poscolonialidad, decolonialidad. Memoria histórica. Estudios culturales. Identidad nacional.
¿Por qué entonces esa sensación de estar ante una página en blanco, ante un silencio denso?
Empezar a desenredar los hechos es como aplicar luz sobre un papel en el que se ha escrito con tinta invisible. Como ramas se van abriendo, tenues pero innegables, las conexiones. En España, la historia de la colonización está fuertemente imbricada con algunos de los episodios más delicados de la historia reciente: la guerra civil, la dictadura franquista, la transición a la democracia. Si ellos mismos formaban hasta hace poco parte de un de eso no se habla que calaba hasta los huesos de todo un país, ¿qué no iba a pasar con estas otras derivadas suyas, más fácilmente ignorables? De esto solo han venido hablando quienes lo habían vivido, y quienes lo habían vivido eran quienes lo habían hecho. O, más concretamente, aquellos de entre quienes lo habían hecho que tenían capacidad de hacer llegar a otros su voz. Básicamente, militares y funcionarios de la administración colonial. Sus historias son, a menudo, nostálgicas: es normal, hablan de un tiempo en el que les fue bien. Sus historias no son, casi nunca, críticas: es normal, hablan de un orden que habían montado ellos.
En un ratín empieza @FLMadrid. Todos los años es un momento bonito, pero esta vez…. 🤭
Mientras escribía 'Arena en los ojos', la Feria del Libro era como un horizonte. "Para entonces ya existirá, será el momento de celebrarlo".
Aquí estamos, pues 🥹☀️ Nos vemos si os apetece. pic.twitter.com/bZMetWy6ll
— Laura Casielles (@lauracasielles) May 31, 2024
En la década de 2010, después de que en el 15M las plazas fueran tomadas por gente que lo que tomaba asimismo era conciencia de que tal vez las cosas no eran como les habían venido contando, los relatos recibidos sobre el siglo XX empezaron a ser sacudidos. De sus bolsillos cayeron las monedas que algunos habían acumulado en el camino y unos cuantos papeles viejos que había que aprender a leer de otra manera. La memoria histórica comenzó a ser un tema habitual en leyes, periódicos y novelas. Se retiraron nombres de fascistas de las calles, se bajaron monumentos de sus pedestales, se exhumaron fosas comunes, se cuestionaron expresiones equidistantes, se empezó a llamar al pan, pan y al asesino, asesino. Cultura de la Transición pasó a significar algo más que una coordenada temporal en la que situar determinadas producciones para referir a un modo de hacer las cosas: pensadores como Guillem Martínez extendieron el uso de ese término para señalar a todo el entramado de pactos de silencio, consensos y acuerdos implícitos de no meter el dedo en ninguna herida a la hora de contar lo ocurrido durante el más de medio siglo anterior, y también al convertirlo en novelas o películas.
Pero tampoco entonces se habló de colonialismo.
Otros países no han podido evitarlo tanto tiempo. Las sociedades y los poderes de Francia, Bélgica, Estados Unidos incluso, se han visto obligadas a hacer un ejercicio de revisión crítica de su historia en este sentido. Les obligó a ello la posición firme de los pueblos antes colonizados; la de los nuevos ciudadanos y ciudadanas llegados desde ellos a las viejas metrópolis que cuestionaban con sus mismas vidas las ficciones de hegemonía; la de los intelectuales que pensaron a fondo sobre estos temas y fueron contagiando poco a poco a la opinión pública de la necesidad de no dar los mapas y los cuentos por sentados.
Pero en España, la teoría desarrollada —sobre todo en las décadas de 1970 y 1980— en esos otros países se estudió fundamentalmente como un producto extranjero, perteneciente a un contexto ajeno. Los departamentos de literatura inglesa y francesa de las universidades abrieron sus corpus a las teorías poscoloniales sin traducir mucho más que las palabras. Era algo que aplicaban allí. Era interesante, pero no parecía tener gran cosa que ver con aquí. Muy pocas voces apuntaron a un: Oye, ¿y no tendremos también algo que barrer en casa? Así, cuando esas ideas pasaron a la opinión pública y al activismo, no lo hicieron tampoco, casi nunca, acuerpando los hechos reales de nuestro contexto. Se intentaron trasponer conceptos y luchas con los moldes de la negritud estadounidense o de las identidades árabes de la banlieue francesa.
No funcionó, claro. También los conceptos cambian al viajar.
Y lo peor es que, mientras se busca algo que no existe de ese modo, lo que sí existe crece desapercibido ante los ojos como una enredadera.
Ante la falta de revisiones críticas sólidas, en España sigue viva la idea de que nuestra colonización habría tenido un espíritu diferente a la impuesta por algunos de los vecinos europeos: que en el protectorado marroquí y en el Sáhara Español no había una segregación entre población local y metropolitana, que no se ejerció violencia, incluso que se trató de una presencia basada en algo así como una voluntad de contribuir al progreso. Los monumentos coloniales no se quitan, los nombres de calles que celebran al imperio no se cambian, en los libros de texto se sigue hablando del desastre de Annual. Cuando alguien recuerda aquel tiempo es casi siempre desde la perspectiva de una mitificada mili en África o incluso desde la reivindicación de los soldados españoles que murieron en batallas de conquista, como las de la guerra del Rif.
Es así como, además del de silencio, parece que sobre toda esta historia también ha ido creciendo un manto de sospecha. Como si preguntar por ella fuera caminar necesariamente hacia la legitimación o la complicidad.
Así que eso es lo que hace una chica como yo en un tema como este, supongo. Decir que no a esa inercia. Decir que es posible, necesario y, de hecho, una responsabilidad ineludible mirar este tema desde otra ventana. Intentar poner una lamparita sobre la conciencia de que hablar de franquismo y hablar de colonialismo es hablar de un mismo régimen, de un mismo sistema de maneras criminales que perpetró violencia acá y allá. Y de que es un mismo silencio el que lo sigue encubriendo a día de hoy.
Cuando doy clases o charlas, cuando escribo artículos o simplemente tengo conversaciones que intentan abrir la puerta a empezar a pensar sobre lo colonial y sus secuelas, hay una noción que se me ha ido revelando como muy útil. Es lo que llamo el mientras tanto.
En un primer sentido, muy básico, se trata de intentar tener siempre presente que, además del lugar desde el que miramos, también existen otros, en los que también están pasando cosas.
Hace tiempo escribí un poema sobre eso. Empezaba así:
Mientras una mujer en la Provenza
se abrochaba el corsé,
cinco mujeres preparaban sus cuencos de henna
en un harén no muy lejos de Tánger.
Mientras se escribía sobre el Cid,
se escribían también las Rubaiyyat.
Mientras se libraba una guerra entre Prusia y Austria,
miles de tártaros eran expulsados de Crimea.
A la vez que Carlomagno,
Kaya-Magan.
Citarse a una misma nunca es muy elegante, pero no creo que lo logre explicar mejor que ahí de otra manera. El poema terminaba diciendo: «Si son anécdotas, todas son anécdotas. // Si son hechos importantes, todos ellos son hechos importantes».
En un segundo momento, pensar en el mientras tanto lo que nos pide es ver cómo se relacionan unas cosas con las otras. Tener en mente el escenario de los países colonizados cuando se piensa en la historia del país colonizador despliega nuevas capas de sentido: el mundo se amplía y el relato se complejiza. Te propongo que lo pruebes. La próxima vez que pienses sobre tal golpe de Estado, sobre tal coronación, sobre tal ley o tal protesta o tal victoria o cualquier otro evento del siglo xx , pregúntate: ¿qué estaba pasando a la vez en Marruecos, en el Sáhara Occidental, en Guinea Ecuatorial?
Ante el mientras tanto, todo ofrece nuevas aristas: los hechos, nuestro papel en ellos, las bisagras entre causa y consecuencia. Porque el colonialismo es una pieza imprescindible en el puzle de nuestra historia y de nuestra memoria reciente. Una sin la cual nunca lo estaremos entendiendo del todo.