En el mar de jaimas el rumor del agua es un espejismo. La ‘hamada’ argelina es uno de los rincones más inhóspitos del planeta, con temperaturas que alcanzan los 50 grados en verano. Un infierno en la tierra en el que resisten desde hace medio siglo los saharauis que escaparon a la invasión del entonces Sáhara español por Marruecos. Y, en medio de un paraje hostil y yermo, se ha obrado una suerte de milagro que hace las delicias de los más pequeños, aquellos que no cuentan con la fortuna de viajar a España en el veterano programa “Vacaciones en paz”.

En los dos últimos años la instalación de unas piscinas portátiles -similares a las que se venden para uso doméstico- han alterado el paisaje estéril en el que se hallan instalados los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia), donde sobreviven alrededor de 175.000 personas, testigos de un conflicto que permanece congelado en el tiempo, sin visos de resolución. El agua se ha abierto paso por un océano de arena. «Lo más emocionante fue ver llorar a un niño al tocar el agua por primera vez», reconoce a El Independiente Xavier Servat, vicepresidente de la Fundació Fluidra.

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