Como era de esperar, la llegada de Donald Trump a su segunda presidencia de los Estados Unidos está sacudiendo, desde un inicio, tanto la política interna del país como la de proyección más internacional. Había dudas en si se apresuraría tanto en empezar a hacerlo de forma tan expeditiva como lo ha hecho, pero, una vez más, el ahora 47º presidente estadounidense no ha defraudado a sus más acérrimos seguidores y, ya desde el primer día de mandato, firmó numerosas órdenes ejecutivas con el fin de dar un giro político radical en el país desde el principio.
Esta celeridad en aplicar las directrices políticas de la nueva administración estadounidense también ha llegado a lo que concierne al conflicto del Sáhara, pues, a pesar de que se daba por hecho que el regreso de Trump a la Casa Blanca supondría una vuelta a sus políticas en favor de la ocupación marroquí sobre el Sáhara Occidental, no se esperaba que, tan solo dos días después de su toma de posesión como presidente de los EEUU, la CIA ya hubiera modificado el mapa del territorio saharaui para incluirlo dentro de Marruecos.
Estamos asistiendo al inicio de una nueva era donde los EEUU quieren imponer un liderazgo internacional marcadamente hegemónico, agresivo y de dominación plena incluso sobre sus aliados. Para ello, el nuevo Gobierno de Trump recuperará viejas agendas de su anterior mandato y unas dinámicas de las que la administración Biden fue, en la mayoría de las ocasiones, continuista, aunque con un perfil más dialogante y diplomático.
Una de estas agendas recuperadas por Trump es la dedicada al conflicto del Sáhara Occidental, para el cual el actual presidente estadounidense ya emitió, el 10 de diciembre de 2020 y a tan sólo seis semanas de abandonar la Casa Blanca al final de su primer mandato, un comunicado oficial en el que señalaba que «un Estado saharaui independiente no es una opción realista para resolver el conflicto y que la autonomía genuina bajo soberanía marroquí es la única solución factible«.
Ese mismo día, Trump publicó también un tweet en el que se podía leer: “Marruecos reconoció a los Estados Unidos en 1777. Por lo tanto, es apropiado que reconozcamos su soberanía sobre el Sáhara Occidental.” Efectivamente, la administración Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. A cambio, Marruecos normalizaría relaciones bilaterales con el Estado de Israel.
Aunque realmente el entendimiento entre Tel Aviv y Rabat viene de más lejos, la presión de Trump para que Marruecos estableciera relaciones diplomáticas con Israel hay que enmarcarla dentro de la lógica de los Acuerdos de Abraham, con los que Trump pretendía establecer la normalización de relaciones diplomáticas entre el Estado hebreo y algunos países árabes.
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