Desde hace tres años el ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Albares, se ha arrogado, deliberadamente, el derecho de ser el portavoz del pueblo saharaui. Con un afán indisimulado, de tal forma que le preocupa que el conflicto lleve ya cincuenta años, que, para él, es demasiado tiempo y le ofende que perdure medio siglo más. Y que, para evitar la prolongación de esa situación, se debe aceptar el plan de autonomía que ‘generosamente’ ofrece Marruecos, y que “los supuestos principios” que sustentan el legítimo derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación son cosa del pasado.

Una falaz defensa de quien sirve más bien a los intereses y voluntades del reino de Marruecos que a la misma legalidad internacional y legitimidad de los pueblos por su derecho a decidir libremente su destino, que con tanto ahínco pregona en los foros internacionales. Que para salir por la tangente se vale de que él ha sido el canciller que más reuniones ha mantenido con el enviado personal de la ONU, que España ofrece una aeronave para facilitar su labor en la región, que este Gobierno no escatima en apoyo humanitario.

Quien realmente eterniza su sufrimiento y perpetua su espera son ese tipo de actitudes y argumentos que algunos socialistas españoles, asumen sin rechistar, a un régimen con tintes dictatoriales

El señor Albares (y muchos otros) obvian que el pueblo del Sahara Occidental lo que ha buscado durante este medio siglo es precisamente su libertad e independencia, aferrándose con Derecho, razón y valentía, a sus legítimas reivindicaciones; y que quien realmente eterniza su sufrimiento y perpetua su espera son ese tipo de actitudes y argumentos que algunos socialistas españoles, asumen sin rechistar, a un régimen con tintes dictatoriales que expulsa compatriotas suyos, que encarcela, que chantajea, que utiliza a la inmigración como herramienta política para condicionar posicionamientos políticos como el de España, entre otros.

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