? Artículo de Investigación | El rol de Argelia en la cuestión del Sahara Occidental

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ARTICULO DE INVESTIGACIÓN
 
Por M. Salem Abdi /ECS 
 
Granada (ECS). 
 
Introducción 
 
La cuestión del Sahara Occidental se ha convertido en uno de los principales frenos para la integración del Magreb. Este «conflicto congelado o conflicto olvidado» (Darbouche y Zoubir, 2008: 91) que desde hace más de 46 años enfrenta a Marruecos y al Frente Polisario ha sido un escenario donde Argelia y Marruecos han mantenido posturas antagónicas. Mientras que Marruecos considera que la antigua colonia española es una parte inseparable del Reino, Argelia defiende que se trata de un Territorio no Autónomo (TNA en adelante) cuyo estatuto definitivo debe decidirse en un referéndum de libre determinación. 
 

Desde la vuelta a las hostilidades entre el Frente Polisario y Marruecos el 13 de noviembre de 2020 y el reconocimiento de Trump de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental (Alandete, 2020) la tensión entre Argel y Rabat ha ido en aumentos. A finales de agosto de 2021 el Gobierno argelino anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Marruecos (González, 2021) y el 31 de octubre el cierre del Gaseoducto Magreb Europa (GME) que atraviesa Marruecos y por el que en 2020 España recibió 6.000 millones de metros cúbicos de gas (Menéndez, 2021). El ataque marroquí el 1 de noviembre en la franja del Sahara Occidental controlada por el Frente Polisario que causó la muerte de tres camioneros argelinos y la respuesta de Argelia asegurando que habrá consecuencias acerca la posibilidad de una confrontación directa entre los dos países más importantes del Magreb (Kadi, 2021). 

De alguna forma la razón del empeoramiento en las relaciones argelino-marroquíes ha tenido que ver con el conflicto saharaui que lleva décadas estancado. El CS ha hecho un llamamiento a las partes y a los países vecinos para reactivar las negociaciones sin condiciones previas que permitan hallar una solución definitiva al contencioso (Consejo de Seguridad, 2021). Rabat se ha negado a negociar con el Frente Polisario ya que considera que quien debe sentarse en la mesa de negociación es Argelia1. Por su parte Argel defiende que en las conversaciones solo deben participar Marruecos y los representantes de la población saharaui. 

La posición argelina en la cuestión del Sahara Occidental apenas ha variado desde que la ONU empezara a emitir resoluciones sobre la antigua colonia española. Argelia ha sido un tradicional apoyo para los Movimientos de Liberación Nacional (MLN), siendo un fervoroso defensor de las causas palestina y saharaui. Este trabajo pretende estudiar la trayectoria de este país en el conflicto del Sahara Occidental, con el objetivo de averiguar si, como viene afirmando Marruecos, es realmente la otra parte del conflicto. La hipótesis de partida es que la controversia saharaui tiene origen en un proceso de descolonización frustrado en el que las partes son el Frente Polisario y Marruecos que desde la salida española luchan por la soberanía del territorio. 

La elaboración de este trabajo se ha centrado en varias fases. En primer lugar, hemos dividido la investigación en tres bloques claves. La primera pieza se ha centrado en los hechos más relevantes del conflicto del Sahara Occidental desde las primeras resoluciones de la ONU. La segunda cuestión analizada es el rol jugado por Argelia en esta controversia y su interacción con las organizaciones saharauis. Además, hemos estudiado la evolución de las relaciones argelino-marroquíes desde la independencia de Argelia hasta la actualidad, su influencia en el contexto regional y los factores que mantienen el clima de tensión entre ambos países. 

Seguidamente hemos delimitado nuestras fuentes, estableciendo primero un marco teórico compuesto de trabajos que han abordado las tres piezas de nuestra investigación desde los ámbitos de la Historia, las Relaciones Internacionales y las Ciencias Jurídicas. A estas referencias hemos añadido documentos oficiales emitidos por los actores en los que se centra nuestro estudio como Resoluciones de los distintos Organismos de la ONU y los Informes de su Secretario General (SG), Cartas y Declaraciones del Gobierno de Argelia, y Declaraciones oficiales de Marruecos y del Frente Polisario, entre otros. 

La estancia llevada a cabo en la Universidad de Skikda (Argelia) y en los Campamentos saharauis nos ha permitido obtener información directa y relevante de la situación de los refugiados en Tinduf y de la percepción que los argelinos tienen del conflicto saharaui y de las relaciones con Marruecos. Por último, hay que añadir el seguimiento puntual que hemos realizado de los acontecimientos a través de la prensa nacional e internacional y de las redes sociales. Estas herramientas nos han permitido consultar los últimos acontecimientos relacionados con el estudio. 

En las páginas que siguen realizamos un repaso desde las perspectivas históricas y politológicas del rol jugado por Argelia en la cuestión saharaui y su interacción con los otros actores que en la misma intervienen. Prestamos especial atención a las relaciones argelino-marroquíes y su influencia en el desarrollo del Magreb. La línea temporal que trazamos se inicia con la independencia de Argelia, pasando por las etapas claves que han concluido con el bloqueo de la cuestión saharaui para terminar con la crisis diplomática entre este país y Marruecos y su impacto para el Magreb y la Unión Europea. 

Argelia y los inicios de la cuestión saharaui 

Después de 130 años de ocupación francesa, Argelia se convirtió en Estado independiente el 5 de julio de 1962. Pero el camino de los argelinos para llegar a esta meta no fue nada fácil, teniendo que pagar un coste extremadamente alto en vidas humanas y sufriendo los efectos de una política totalmente discriminatoria (Mañé et al, 2016: 11-12). Casi 60 años después, las cicatrices de la colonización francesa siguen presentes en la sociedad argelina que de forma unánime presume de su lucha por la independencia2. Quizás esta sea una de las razones por las que Argelia ha basado su política exterior en dos principios que se han mantenido en gran medida hasta la actualidad: por una parte, la defensa de la integridad territorial propia y la no injerencia en asuntos internos de terceros Estados, y por otro el apoyo activo a la autodeterminación de los pueblos (Darbouche y Zoubir, 2008: 94). Después de la independencia el Frente de Liberación Nacional (FLN) comenzó a proporcionar ayuda logística y financiera a otros MLN haciendo que Argel sea calificada por muchos como «la Meca de los revolucionarios». Esta posición activa con el proceso de descolonización permitió acrecentar su prestigio entre el Movimiento de Países No Alineados donde adquirió mucha importancia a principios de los setenta (López-Pozas, 2015: 161-167). 

En su primera visita Argelia en marzo de 1963 Hassan II sacó a relucir la cuestión de las fronteras, un tema muy espinoso que disparó las tensiones entre ambos países hasta dar lugar a la «Guerra de las Arenas». Marruecos alegó que las regiones de Bechar y Tinduf le habían pertenecido hasta poco antes de la independencia argelina y que éstas debían ser recuperadas en el marco del «Gran Magreb» (Torres, 2013: 10-11). Fue la Organización para la Unidad Africana (OUA) quien consiguió mediar entre las partes para que acepten aplicar el principio uti possidetis iuris y firmar el 30 de octubre un alto al fuego (Zunes, 1995: 29). 

La retrocesión de Ifni en 1969 supuso un cambio en la estrategia de Hassan II en el Magreb. Con la entrega de esta región el Gobierno español pretendió que Marruecos cesara en sus crecientes reivindicaciones sobre el Sahara, sin embargo, este hecho no hizo más que acentuarlas (Ruiz Miguel, 1995: 127-128). El apoyo de Argelia y Mauritania era imprescindible para forzar la salida española de este territorio después del descubrimiento de las minas de fosfato y el incremento significativo de las inversiones que en el bienio 1966-1967 habían superado los 550 millones de pesetas3. 

Por ello el monarca reconoció al Estado mauritano que hasta poco antes había reivindicado estableciendo relaciones diplomáticas plenas en enero de 1970. El acercamiento a Argelia se llevó a cabo de forma progresiva. En la Cumbre de Ifrán (15 de enero de 1969) los dos países «firmaron un tratado de fraternidad y cooperación» y acordaron constituir una comisión mixta para delimitar las fronteras. En la Cumbre de Tlemcen (27 de mayo de 1970) Hassan II y Boumediene acordaron la explotación conjunta de los yacimientos de hierro de Gar Ybeilat en Tinduf (Villar, 1982: 163-164). Como se observa Marruecos renunciaba a reclamaciones sobre territorio argelino y Argelia debía favorecer la anexión del Sahara o disminuir sus apoyos a la descolonización del territorio. 

A pesar del consenso generado entre los tres países sobre la necesidad de concluir el proceso de descolonización del Sahara, existieron grandes diferencias de interpretación entre ellos que se pusieron de manifiesto en la Cumbre de Nuadibú (14 de septiembre de 1970) en la que se reunieron los tres mandatarios. Mientras Marruecos defendía la anexión del territorio tras la marcha española, Argelia veía oportuna la celebración de un referéndum como venía exigiendo la Asamblea General (AG) de la ONU. Mauritania era favorable a esta vía, viendo con buenos ojos la creación de un Estado tapón que termine de amortiguar la amenaza marroquí a su integridad territorial. Pero en esas fechas se aparcaron las diferencias para lograr la evacuación de España. 

En la Cumbre de Rabat, celebrada en junio de 1972 —con motivo de la IX Cumbre de la OUA— Hassan II y Houari Boumediene dejaron prácticamente cerrado el conflicto fronterizo con la firma de un convenio por el que Marruecos reconocía las fronteras heredadas del colonialismo, y otro para la explotación conjunta de los yacimientos de Gar Ybeilat. Tras la firma de estos acuerdos el presidente argelino reafirmó su apoyo a Marruecos para recuperar «sus territorios que aún se encuentran bajo dominación colonial»4.

Aunque posteriormente Boumediene alude al Sahara Occidental y señala que es el momento de aplicar la política definida por los tres Estados en la Cumbre de Nuadibú (acelerar la descolonización del territorio con un referéndum de libre determinación), sus declaraciones fueron interpretadas como una predisposición a aceptar un reparto del Sahara Occidental con Marruecos y Mauritania desinteresándose de la cuestión (Villar, 1982: 192-193). 

Después del Golpe de Estado fallido de Sjirat (julio de 1971) y las presiones del nacionalista Partido Istiqlal no era imaginable que Hassan II pudiera renunciar a lo que en Marruecos llaman el «Sahara Oriental» a cualquier precio. Ni siquiera una explotación conjunta de los yacimientos, que seguramente habría servido de impulso para la tan esperada cooperación magrebí. Pero tampoco parece lógico pensar que Argelia, que había acrecentado su prestigio en el Movimiento de Países No Alineados y en la OUA gracias a la defensa del principio de libre determinación, pudiera aceptar el abandono del caso saharaui. Las especulaciones generadas en torno a este acuerdo no han sido pocas puesto que los detalles de las negociaciones se desconocen. Se barajó incluso que podría tratarse de un acuerdo secreto entre Boumediene y el general Mohamed Oufkir (estrecho colaborador del rey desde la matanza de Sjirat y ministro de Defensa) para derrocar a Hassan II. El 16 de agosto de ese año tuvo lugar otro intento de Golpe de Estado organizado por el propio Oufkir que muere horas después del ataque (Torres, 2013: 11-12). 

La aceptación de Argelia del reparto del Sahara Occidental entre Marruecos y Mauritania parece improbable porque, de ser así, este hecho habría contribuido para cerrar la cesión del Sahara a sus vecinos. Marruecos no llegó a ratificar el acuerdo de fronteras, la cooperación regional se frustró y desde ese momento las relaciones entre ambos países se enfriaron. Dos semanas después de la Cumbre de Rabat el entonces ministro de Exteriores argelino Abdelaziz Buteflika visitó Madrid y volvió a reafirmar la necesidad de encontrar una solución basada en las resoluciones de la ONU (Villar, 1982: 195). Las relaciones de Argelia con la potencia administradora del Sahara en estas décadas no fueron muy buenas. Aunque España reconoció inmediatamente la independencia de Argelia, las diferencias ideológicas fueron el principal motivo de distanciamiento entre ambos Estados. Argelia acogió al Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC) que luchaba contra el régimen franquista por la independencia de las islas (Thieux y Jordá, 2012: 70). También apoyó a Marruecos en las reivindicaciones que realizó de Ifni. En los foros internacionales defendió abiertamente el derecho de libre determinación del pueblo saharaui en contra de los intereses de Madrid. 

En 1969 se fundó la Organización Avanzada para la Liberación del Sahara (OALS), la primera entidad política moderna saharaui que solicitó abiertamente la independencia del Sahara desde dentro. El 17 de junio de 1970 la Organización promovió una manifestación en El Aaiun contra las políticas coloniales en el territorio. Las autoridades españolas terminaron reprimiendo con dureza la movilización de Zemla provocando decenas de fallecidos y heridos y la desaparición de Basiri, considerado el padre del nacionalismo saharaui (De Dalmases, 2010). 

Como la posición argelina era favorable a un proceso de descolonización del Sahara que no necesariamente le conduzca a formar parte de Marruecos, optó por apoyar a las organizaciones que luchaban por la independencia del territorio. Los primeros contactos directos entre el Gobierno de Boumédiène y las distintas organizaciones que se disputaban la representatividad de la población saharaui fueron con miembros de la OALS quienes solicitaron a Argelia apoyo diplomático y militar. Los argelinos habrían accedido a entrenar a un grupo de 150 saharauis por si fracasan las negociaciones con España (Ahmed Abdalahe, 2015: 103-105). Pero el desmantelamiento de la OALS y la detención de sus responsables frustraron estos planes. 

El 10 de mayo de 1973 se fundó el Frente Popular para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro (Frente Polisario) y pocos días después comenzó a atacar a las Fuerzas españolas. Tras el intento fallido de la OALS de negociar con las autoridades españolas, el Movimiento saharaui se propuso la independencia del territorio a través de la lucha armaday puso a la revolución argelina como uno de los referentes para lograr sus objetivos. Sin embargo, los primeros años el Gobierno argelino se abstuvo de apoyar a los guerrilleros saharauis. El Frente Polisario había instalado sus bases en territorio mauritano desde donde gestionaba el grueso de su actividad. Este había dependido de precarias donaciones particulares (de armamento y víveres) y en cierta medida de la ayuda de Gadafi quien sí se apresuró en apoyar a la guerrilla desde prácticamente sus inicios. 

Un año antes se había instalado en territorio argelino el encargado de una organización pro marroquí denominada Mouvement de Résistance des Hommes Blues (MOREHOB) que alegaba ser un Movimiento para la liberación del Sahara. Cuando los promotores del Frente Polisario se trasladaron a Argel para buscar ayuda el FLN alegó que ya existía un Movimiento de liberación saharaui. Fue necesario organizar una especie de debate entre ambas organizaciones en la que quedaron claras las intenciones de la Organización pro marroquí (Villar, 1982: 216-218). Evidenciada la relación del MOREHOB con Rabat, los argelinos cesaron su apoyo al líder de esta Organización que tuvo que abandonar el país y optaron por esperar a la creación de un Movimiento de Liberación que persiga la independencia del Sahara. 

No fue hasta 1975 cuando Argelia aceptó hacerse cargo del adiestramiento de combatientes saharauis en sus bases de Tinduf y Bechar (García, 2002: 127-128). Una de las razones de este tardío apoyo tendría que ver con las relaciones de Argelia y España que, si bien es cierto que no fueron del todo buenas, eran generalmente estables. Prestar ayuda al Polisario, que en esas fechas se dedicaba a hostigar a las Fuerzas españolas, pondría en riesgo las mencionadas relaciones (Jiménez Sánchez, 2014: 131-132). 

Otro motivo que pudo estar detrás del tardío apoyo argelino es que después de la experiencia del MOREHOB los argelinos estimaron necesario dar un tiempo prudencial a la guerrilla saharaui. De esta forma verían sus verdaderas intenciones y su capacidad para ganarse la confianza de la población nativa y erigirse como su representante auténtico. Lo cierto es que desde 1975 la posición argelina se ha mantenido durante todo este tiempo sin grandes cambios «a pesar de las profundas transformaciones políticas, económicas, sociales internas que ha conocido el país y de los nuevos retos que presenta su entorno geoestratégico» (Thieux, 2016: 231). 

Las reivindicaciones marroquíes y mauritanas sobre el Sahara se intensificaron tras el auge de un nacionalismo saharaui organizado que claramente defendía la independencia. En este pacto Mauritania garantizaba su integridad territorial frente a las pretensiones marroquíes y el apoyo mauritano suponía una baza más que Hassan II emplearía para presionar a España (Cordero y Lemus, 2019: 308). Argelia, quien siguió apostando por un referéndum que dé acceso a la independencia de los saharauis, quedó al margen de esta ofensiva diplomática. 

Los ágiles movimientos de la diplomacia marroquí consiguieron parar la propuesta española de autonomía que debía concluir con la independencia del Sahara. Entonces la alianza marroco-mauritana alegó que el estatuto de la región no estaba del todo claro y que debía ser sometido a la Corte Internacional de Justicia para estudiar posibles vínculos históricos que acrediten su soberanía sobre la ex colonia española (Villar, 1982: 263-278). 

En contra de lo que se podía esperar, Argelia votó a favor de la propuesta para que la AG emitiera la consulta a la Corte considerando que el fallo declararía tajantemente que no existían lazos de soberanía entre el Sahara y sus vecinos cuando los españoles llegaron y que este impulsaría el proceso de descolonización. Los argelinos estimaron que un dictamen de la CIJ debía ser un argumento irrefutable para terminar con las pretensiones marroquíes. Este pudo ser un «craso error de cálculo» a la vista de lo que acabó sucediendo (Soroeta, 2001: 48). El 16 de octubre de 1975 la CIJ se pronunció sobre la cuestión planteada respondiendo que no había vínculos de soberanía entre el Sahara y los dos países vecinos que impidan la aplicación de la Resolución 1514. No obstante, asentó que sí hubo vínculos jurídicos entre algunas tribus saharauis y el Sultán de Marruecos, «pero solo algunas» (Corte Internacional de Justicia, 1975, párr. 107). 

Con esta ambigüedad la Corte legitimó las aspiraciones de las partes implicadas. Mientras reafirmaba el derecho de libre determinación del pueblo saharaui, daba argumentos al Rey Hassan II para ocupar el territorio (Guindo y Bueno, 2016: 15). El pronunciamiento de la CIJ fue el pistoletazo de salida de una movilización de 350.000 marroquíes para ocupar el Sahara Occidental que llevaba meses planeándose (Ruiz Miguel, 1995: 184). Estos acontecimientos marcaron el inicio de una guerra entre el bloque mauritano-marroquí y el Frente Polisario. 

La respuesta argelina a la guerra del Sahara Occidental 

La firma de los Acuerdos de Madrid con los que España entregó el Sahara a Marruecos y Mauritania dejaron a Argelia al margen de la cuestión saharaui y alejaba la posibilidad del referéndum para la independencia de un Estado aliado. Hassan II alegó que el proceso de descolonización había concluido puesto que el pueblo saharaui ya se había expresado a través de la Yamaá —compuesta por los jeques tribales— (Hernando de Larramendi, 2010: 3). Lógicamente el Gobierno argelino se opuso a los Acuerdos tripartitos pues entendió que no contaron con la aprobación del pueblo saharaui o la de sus representantes (Soroeta, 2001: 141). También alegó que la administración del territorio no autónomo solo puede ser cedida a las Naciones Unidas para que concluya el proceso de descolonización6. La ocupación militar del Sahara Occidental obligó a la población a huir a Tinduf donde se establecieron los Campamentos de refugiados saharauis. La elección de esta región tiene lógica ya que era la única salida posible para no entrar en los territorios marroquí al norte y mauritano al sur y este. Ante este escenario Argelia se volcó en la asistencia a los refugiados que llegaban en penosas condiciones. El escenario dejado por los Acuerdos de Madrid, favorable a una política de hechos consumados, hacía que en términos estratégicos la aceptación de campamentos de refugiados (que a su vez debían servir como base administrativa del Frente Polisario) fuera la única alternativa para que la posibilidad de un Estado saharaui aliado siga viva. 

En febrero de 1976 el Ejército marroquí atacó a un batallón argelino, matando a 200 hombres y cautivando a otros tantos, además de conseguir armamento y combustible7. Tras estos acontecimientos el presidente Boumédiène ordenó a sus tropas que se abstuvieran de intervenir en la guerra saharaui. En nuestra opinión una intervención continuada de Argelia habría supuesto una victoria segura y rápida para los intereses saharauis y de forma indirecta para Argelia pues los Ejércitos marroquí y mauritano estaban desbordados con las operaciones del Polisario. Sin embargo, los argelinos decidieron abstenerse. En la decisión pudo influir la presión internacional ejercida sobre el Gobierno argelino (Ruiz Miguel, 1995: 242-245). 

El repetido secuestro de ciudadanos franceses en territorio mauritano por parte de los guerrilleros saharauis provocó las protestas de Francia que acusó a Argelia de estar detrás de estas operaciones. Para tratar de parar la sangría que sufría Mauritania a causa de la guerra el Gobierno galo ejecutó la denominada Operación Lamantin enviando a una unidad militar compuesta por 200 hombres, y aviones Jaguar que despegaban desde Dakar para atacar al Polisario. Además, Francia envió instructores a Atar para el entrenamiento de oficiales mauritanos. Así se consumó la participación directa francesa en la guerra saharaui (Besenyő, 2010: 91-92). 

Simultáneamente se llevaba a cabo otra batalla feroz entre saharauis y marroquíes en el terreno diplomático. El grueso de estos enfrentamientos giró en torno a la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) el 27 de febrero de 1976. Marruecos denunció que se trataba de una entidad «falaz» proyectada por Argelia para «quebrantar su integridad territorial» (Vagni, 2014: 666). Los saharauis iniciaron una carrera para lograr el reconocimiento internacional de su país consiguiendo numerosas victorias especialmente entre los países africanos y latinoamericanos8. Sin lugar a dudas el mayor éxito logrado por el Frente Polisario es la integración de la RASD en la Organización de la Unidad Africana (OUA) como Estado de pleno derecho en 1984. El apoyo diplomático argelino fue imprescindible para los reconocimientos del Estado saharaui (Zoubir, 2015: 58). La diplomacia argelina también jugó un papel muy importante en las negociaciones entre el Frente Polisario y Mauritania. La guerra saharaui agravó la crisis económica mauritana y sumió al país en la miseria (Cordero y Lemus, 2019: 328-331). Este panorama que provocó varios golpes de Estado llevó a Nuakchot a renunciar a sus reclamaciones sobre el Sahara Occidental y a la firma de un acuerdo de paz con el Movimiento saharaui en 19799. El Gobierno argelino estaba interesado en este acuerdo en cuanto que dejaba fuera al más débil de los adversarios de su aliado, pudiendo el Ejército saharaui centrar sus esfuerzos en Marruecos. Otra razón que pudo motivar a Argelia es que el armisticio favorecería la normalización de las relaciones con Mauritania, lo que le permitiría influir para ejercer algún tipo de presión sobre Marruecos. 

El fallecimiento del presidente argelino Houari Boumédiène en diciembre de 1978 abrió una interrogante sobre la continuidad de la ayuda argelina a los saharauis. La época de Chadli Benjdid (1979-1992) se caracterizó por ser «más pragmática y más moderada» que la de su antecesor Houari Boumédiène, tratando de impulsar relaciones con Marruecos, EEUU y Francia, sin abandonar su posición tradicional sobre el Sahara Occidental (Zunes, 1995: 28). En 1989 Rabat y Argel restablecieron relaciones diplomáticas abriendo sus fronteras décadas después10 (Moral Martín, 2017: 6). 

En este contexto se dieron importantes pasos para la estabilidad y el desarrollo de la región del Magreb. Quizás el más importante fue la creación de la Unión del Magreb Árabe (UMA) que se puso en marcha el 17 de febrero de 1989. La Organización regional magrebí estaba compuesta por Argelia, Libia, Marruecos, Mauritania y Túnez11. Otra iniciativa en este clima de distensión entre argelinos y marroquíes fue la construcción del Gaseoducto Magreb-Europa que conectaba los yacimientos argelinos de Hassi R´mel con la red europea de gaseoductos, pasando por Marruecos12. Este contexto favoreció la firma del Plan de Arreglo de 1991 para el alto al fuego entre saharauis y marroquíes (Secretario General de las Naciones Unidas, 1990). 

El rol argelino en el proceso de paz 

El conflicto armado en el Sahara Occidental se estancó y ninguna de las partes era capaz de conseguir avances importantes (Fuente y Mariño, 2006: 119-134). La guerra generaba un alto coste para Marruecos mientras que Argelia —que se había convertido en el principal soporte de los saharauis desde la ruptura de relaciones de estos con Gadafi— se sumergió en una importante crisis económica. En 1988 las partes aceptaron poner fin a las hostilidades y celebrar un referéndum que dé a la población del territorio la posibilidad de decidir su estatuto definitivo. El 6 de septiembre de 1991 entró en vigor el alto al fuego y comenzaron los preparativos para poner en marcha el plebiscito que se tendría que haber celebrado en enero de 1992. 

El declive de la situación económica en Argelia13 provocó lo que algunos autores han llamado el «divorcio» entre el FLN, único partido legal hasta finales de los ochenta14, y el pueblo argelino (Uruburu, 2011: 216-218). Las movilizaciones lideradas por el Frente Islámico de Salvación (FIS) se hicieron habituales y fueron endureciendo sus críticas al Gobierno. La caótica situación del país a principios de los noventa desembocó en una cruenta guerra civil conocida como el «Decenio negro» (Mañé et al, 2016: 29). Los continuos atentados del Grupo Islámico Armado (GIA) se multiplicaron y obligaron al Gobierno argelino a dar prioridad a los asuntos internos (Sánchez Rojas, 2012: 6) y ello provocó una reducción del apoyo argelino al Polisario, sin que ello suponga un acercamiento a Marruecos (Thieux, 2017: 126). 

En este contexto las tensiones de Argelia con Marruecos volvieron a los niveles habituales. El clima favorable a la aprobación del Plan de Arreglo evolucionó tras el estallido de la guerra civil argelina a una desconfianza mutua. Tras el atentado terrorista en Marrakech el 24 de agosto de 1994 que costó la vida a dos turistas españoles Marruecos acusó a los servicios de inteligencia argelinos de estar detrás de los atentados e impuso visado a los ciudadanos de este país. Argelia cerró las fronteras terrestres que permanecen así desde entonces (Torres, 2013: 13). 

Esto perjudicó al desarrollo de la UMA pues a medida que fueron pasando los primeros meses desde su creación el optimismo de los países iba decayendo. Fueron apareciendo diferencias entre los dos países decisivos en el proceso de integración que antes habían sido tapadas por el clima de optimismo. Como era previsible, la cuestión del Sahara Occidental fue una de las principales razones del fracaso del proyecto (Hernando de Larramendi, 2012: 53-56). 

Tras la entrada en vigor del alto al fuego y el compromiso de la ONU de celebrar un plebiscito desplegando para ello a la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO), el conflicto parecía estar en su última fase. Sin embargo, los continuos aplazamientos del plebiscito por profundas diferencias entre las partes entorno al censo de votantes —con la movilización de más de 300.000 ciudadanos por parte de Rabat para buscar «un censo a la medida» que le asegure la victoria en el referéndum (Hernando de Larramendi, 2010: 5-6)— y la incapacidad de la ONU para impulsar una solución paralizaron la aplicación del Plan de Arreglo. En mayo de 1996 el CS suspendió el proceso de identificación porque entendió que las partes no estaban cooperando con la MINURSO y evacuó a la mayor parte del personal desplegado en el Sahara y en los Campamentos de refugiados (Consejo de Seguridad, 1996). Al poco de tomar posesión en 1997 como SG de la ONU Kofi Annan nombró al norteamericano James Baker como Enviado personal para el Sahara Occidental con la misión principal de realzar el proceso15. Baker consiguió organizar conversaciones directas entre las partes. Las rondas de Lisboa (23 de junio de 1997), Londres (19 y 20 de julio), Lisboa nuevamente (finales de agosto) y Huston (19 de septiembre) concluyeron con avances espectaculares y suficientes para desbloquear la situación (Secretario General, 1997). El acceso de Mohamed VI al trono tras el fallecimiento de su padre Hassan II en 1999 fue un hecho esperanzador pues se entendió como el inicio de una nueva era en Marruecos que debía favorecer el desbloqueo del conflicto. 

Ese mismo año llegaba a la presidencia argelina Abdelaziz Buteflika quien prometió que trataría de mejorar las relaciones con el vecino marroquí (Thieux, 2016: 235-236). Un clima de distensión entre Argelia y Marruecos como el vivido a finales de los ochenta debía favorecer los avances en la cuestión saharaui y salvar el proyecto de integración magrebí. Buteflika consiguió restaurar la imagen de Argelia después de la guerra civil y dar un impulso a la política exterior promoviendo el acuerdo de paz entre Etiopía y Eritrea en 2000 o la formación de la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD) (Boukhars, 2019: 244-245). 

El 30 de diciembre de 1999 la MINURSO hizo pública la lista final de votantes que iban a poder participar en el referéndum. De las 185.000 solicitudes que se presentaron solo se admitió a 86.425. El Gobierno marroquí presentó 131.000 alegaciones llevando el proceso al colapso y amenazando con abandonar la posibilidad del referéndum. Desde la llegada de Mohamed VI al trono Marruecos ha ido descartando el referéndum con la opción de la independencia, empleándose para demorar el proceso al máximo para que el agotamiento y las duras condiciones en los Campamentos terminen empujando a los saharauis a renunciar a su emancipación en favor de una solución «realista». De esta forma el conflicto saharaui entró en un callejón sin salida. 

A partir de esta fase Argelia fue ganando protagonismo en la controversia asumiendo un rol más activo en las conversaciones directas entre Marruecos y el Frente Polisario y haciendo observaciones a las propuestas presentadas por James Baker. El presidente argelino dijo en relación al Acuerdo marco o Plan Baker I que este no era apropiada porque «privilegia un solo criterio, el de la integración del Sáhara Occidental al Reino de Marruecos», alejándose del principio de libre determinación y de la posibilidad de lograr «una solución política que sea mutuamente aceptable» (Secretario General, 2001: 14-20). Lógicamente la propuesta no fue aceptada por el Frente Polisario. 

En febrero de 2002 el SG de la ONU Kofi Annan presentó al CS cuatro opciones para solucionar la controversia entre las que destacamos la de dividir el territorio entre Marruecos y el Frente Polisario de acuerdo a la partición llevada a cabo en 1976 con Mauritania. El propio SG afirmó que esta propuesta sería apoyada por Argelia como una solución viable (Secretario General, 2002). Pero la iniciativa tampoco pudo prosperar puesto que tanto el CS como las partes la rechazaron. 

En mayo de 2003 James Baker trajo una segunda propuesta que planteaba un periodo transitorio del Sahara en Marruecos para después celebrar el referéndum con la novedad de incluir la opción de la autonomía permanente como «tercera vía» (Soroeta, 2005: 11-17). Argelia volvió a presentar sus observaciones (Secretario General, 2003: 44-58) en las que objetaba algunas cuestiones de la propuesta. Sin embargo, este país habría sido clave para que el Polisario terminara aceptando el Plan Baker. Pero la negativa tajante de Rabat a todo referéndum con opción de la independencia y el incondicional apoyo de Francia en el CS hicieron fracasar el Plan Baker II y el diplomático estadounidense dimitió, consciente que ya no podía conseguir más avances (Theofilopoulou, 2006: 12). Tras su marcha Baker aseguró que en las manos de Argelia estaba la decisión de volver a la guerra: «Mientras Argelia le diga al Polisario que no combata, no va a combatir»16. 

Tras la presentación de la iniciativa marroquí de autonomía para el Sahara en 2007 el CS llamó a las partes para entablar negociaciones directas. La ONU pudo celebrar cuatro rondas de negociaciones en Manhasset (Nueva York)17 entre el Polisario y Marruecos además de la participación de Argelia y Mauritania que asistieron en calidad de observadores a las rondas de apertura y clausura (Riquelme Cortado, 2012: 315-317). Sin embargo, las negociaciones terminaron fracasando. Una de las razones de este fracaso fue la negativa marroquí a negociar con el Frente Polisario puesto que considera que es Argelia quien debe sentarse a negociar. Desde entonces el conflicto se encuentra bloqueado. 

La parálisis de la diplomacia argelina y sus consecuencias para el conflicto saharaui 

El bloqueo de la controversia saharaui ha influido en el cambio de estrategia de las partes para conseguir avances. Abandonada la posibilidad del referéndum para concluir el proceso de descolonización, la diplomacia marroquí ha evolucionado para defender que el conflicto es una diferencia regional que debe tener una solución pragmática basada en el entendimiento con Argelia. A pesar de este nuevo enfoque el Gobierno marroquí considera que la resolución de esta controversia debe ser competencia exclusiva de la ONU. Una de las razones que explican esta postura es el apoyo incondicional de Francia en el CS para bloquear cualquier iniciativa que conduzca al referéndum favoreciendo así la congelación del conflicto. 

Por su parte los saharauis han ido desplazando el foco de su lucha a los Territorios ocupados del Sahara Occidental con manifestaciones pacíficas favorables a la autodeterminación. La represión con las que habitualmente eran respondidas estas manifestaciones por parte de las autoridades marroquíes18 y el desarrollo y generalización de las nuevas tecnologías ha llevado a la parte saharaui a centrar su estrategia la denuncia de las violaciones de los Derechos Humanos (DDHH en adelante) ante los foros internacionales. La Intifada saharaui de 2005, la huelga de hambre de la activista Aminatu Haidar en Canarias en 2009 o el violento desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik —próximo a El Aaiun, la capital del Sahara Occidental— han conseguido la atención internacional a la precaria situación de DDHH en el territorio (Fernández-Molina, 2015). Algunos observadores coinciden en señalar que el campamento protesta saharaui fue el primer capítulo de la Primavera Árabe. 

Las movilizaciones que han sacudido el mundo árabe provocando las caídas de los regímenes de Mubarak (Egipto), Ben Ali (Túnez) o Gadafi (Libia) apenas se han notado en Argelia y Marruecos. La baja intensidad de las protestas en comparación con otros Estados y las estrategias de choque de ambos Gobiernos han dejado sin efecto las movilizaciones. La aprobación de una Constitución (Ruiz Miguel, 2012)19 en julio de 2011 y algunas medidas formales de apertura por parte del Rey han bastado para dejar sin efecto las manifestaciones. Las consecuencias devastadoras de las revueltas en Libia, Egipto y Siria y el reciente recuerdo del «Decenio Negro» han sido utilizados por el Gobierno argelino para contener las protestas (Hernando de Larramendi, 2018: 4). 

Tras más de una década de relaciones gélidas, Marruecos realizó un tímido acercamiento a su vecino del este, aprovechando la nueva era que parecía iba a marcar la Primavera Árabe. Ejemplo de ello fue la visita en enero de 2012 —la primera que realizaba— del entonces ministro de Exteriores marroquí Al Othmani a Argel para fomentar una estrecha cooperación entre ambos países que en un futuro podría servir para suavizar la posición argelina sobre la cuestión saharaui. Pero este acercamiento quedó en nada cuando una delegación marroquí se retiró del funeral del ex presidente argelino Ahmed Ben Bella por la asistencia de una representación de la RASD (ABC, 2012). Las declaraciones del presidente Buteflika en Abuja (Nigeria) en las que mostró su apoyo para que la Minurso vigilara los Derechos Humanos en el Sahara Occidental provocó la retirada del embajador marroquí en Argelia (Thieux, 2016: 235-236). Con estos gestos Argel y Rabat han dejado claro la firmeza de sus posiciones en la cuestión del Sahara. El escenario devastador dejado por las revueltas árabes y los pasos para afrontar esta nueva realidad reflejan que el Sahara Occidental es solo una de las batallas —eso sí, la más importante— de la guerra que argelinos y marroquíes libran por la hegemonía en el Magreb. 

La diplomacia argelina ha sabido jugar un rol relevante en la escena internacional20, primero como abanderado de la lucha anticolonial y después como un referente para combatir el terrorismo (Zoubir, 2015: 63-65), lo que contribuyó para fortalecer las relaciones con países como EEUU, especialmente después de los atentados del 11-S. Los norteamericanos habían mostrado mayor interés en Marruecos y Túnez mientras que Argelia era considerado una especie de «chico malo» (Zoubir y Benabdallah, 2005: 197). Por otro lado, el país magrebí es un socio estratégico para la Unión Europea. Además de la estrecha colaboración en ámbitos como la lucha antiterrorista o el control de fronteras este país es el origen del 20% del gas que se consume en la UE (Sánchez Ortega, 2019: 234). 

Desde la década de los noventa la dependencia de España del gas natural argelino ha ido incrementándose y favoreciendo la proliferación de relaciones económicas entre compañías del sector de ambos países (Mañé Estrada, 2009). Esto ha permitido a las autoridades argelinas llevar a cabo una «diplomacia energética» para modular la posición de algunos países europeos sobre la cuestión del Sahara Occidental. Un ejemplo es el incremento del 20% del precio de la energía en España tras la visita de Juan Carlos I a Marruecos en 2007, interpretada esta visita como un apoyo al plan marroquí de autonomía para el Sahara (Govantes, 2019: 119). 

Mientras Argelia atravesaba la guerra civil la diplomacia marroquí se reforzó y empezó a lograr que algunos Estados rompan relaciones con la RASD y revoquen su reconocimiento (Belkaid, 2009: 341). Este hecho se ha acentuado desde 2013 tras la enfermedad de Buteflika cuando se hizo evidente el retroceso de la diplomacia argelina (Boukhars, 2019: 248). El presidente, que cuenta con una amplia experiencia en este ámbito —fue ministro de Exteriores durante más de 16 años coincidiendo con la época dorada de la diplomacia argelina de los sesenta y setenta—, se ha reservado el grueso de las decisiones de la acción exterior. Ello explica que durante su periodo activo el presidente haya conseguido restaurar la imagen de su país que había quedado muy deteriorada tras la guerra civil, y tras su enfermedad la acción diplomática argelina se haya paralizado. 

Argelia ha sido objeto de críticas por su negativa a participar en la ofensiva internacional para combatir a los grupos extremistas en la región. La decisión de las autoridades argelinas de no participar en las operaciones Serval Barkhane promovidas por Francia en Mali —invocando el principio de no injerencia en asuntos de otros Estados—limitándose a ceder su espacio aéreo a las fuerzas francesas ha deteriorado la imagen que el país venía construyendo de aliado indispensable para combatir el terrorismo internacional (Ammour, 2015). La gestión del secuestro de la planta de gas de Ain Aminas (en Ilizi) en enero de 2013 por parte del Gobierno argelino que culminó con la matanza de 45 personas ha abierto interrogantes sobre la capacidad del país para proteger zonas estratégicas de su territorio (Arteaga y Escribano, 2013). 

Otro factor que ha influido en el deterioro de la renta diplomática argelina ha sido la profunda transformación sufrida por los servicios de inteligencia a lo largo de la pasada década (Mañé et al, 2016: 33-38). A ello hay que sumar que Argelia ha sido muy proteccionista en comparación con otros países vecinos como pone de manifiesto la Ley de Finanzas de 201621 que limitaba la participación extranjera en las empresas argelinas al 49% lo que ha limitado la inversión en el país. Por último, aunque el régimen argelino ha salido ileso de la Primavera Árabe su legitimidad ante los países occidentales ha quedado muy tocada. 

La parálisis argelina se ha contrarrestado desde Rabat con una diplomacia más activa. Con su llegada al trono Mohamed VI ha otorgado un enfoque distinto a las relaciones con los países africanos donde la cuestión del Sahara se había convertido en un obstáculo y por ello Marruecos se ha visto obligado a abandonar la censura contra los Estados que reconocen a la RASD para favorecer relaciones más pragmáticas (Boukhars, 2019: 251). Las tres giras realizadas que el monarca llevó a cabo en los primeros diez años de su reinado han supuesto el origen de importantes lazos económicos22 y políticos. En los países del África Occidental y del Sahel la diplomacia marroquí ha tratado de crear una zona de influencia propia —para lo cual el puesto fronterizo de Guerguerat entre el Sahara Occidental y Mauritania ha jugado un papel clave — tratando de competir con Argelia y restar apoyos a la RASD (Barreñada, 2021: 253-254). La inestabilidad generada tras la caída de Gadafi y la rebelión de los Tuareg en Mali ha convertido al Sahel en un nuevo escenario donde Rabat y Argel rivalizan por ejercer su influencia (Hernando de Larramendi, 2018). 

La vuelta de Marruecos a la UA el 31 de enero de 2017 en la Cumbre de Addis Abeba se ha interpretado como una victoria diplomática puesto que además de desarrollar los lazos que ya tiene con los países africanos permitiría la expulsión de la RASD desde dentro. Sin embargo, el Polisario se apunta la victoria ya que Marruecos aceptó sentarse al lado del Estado saharaui y ratificó sin reservas el Acta Fundacional de la Unión Africana que supone aceptar la independencia e integridad territorial de los otros Estados miembros (Mateo, 2017). La expulsión de la RASD a día de hoy no se contempla y por ello la idea del retorno podría responder a, por un lado, suavizar la posición de países muy activos en la cuestión saharaui como Tanzania o Nigeria mediante la creación de lazos económicos que a largo plazo puedan decantarse por las tesis marroquíes y, por otro, acabar con la hegemonía que Argelia se había ganado en África por su apoyo a los procesos de descolonización. 

Durante el mencionado impasse de la diplomacia argelina las relaciones con la RASD han seguido siendo excelentes23. Argelia ha mantenido desde los primeros años una estrecha cooperación con las autoridades saharauis en ámbitos tan esenciales como la Educación y la Salud pública24. Aunque el Frente Polisario controla cerca de un tercio del Sahara Occidental, los Campamentos de refugiados en Argelia son su base administrativa y funcionan de forma provisional como un Estado independiente dentro de otro. Desde la llegada de los refugiados saharauis la Media Luna Argelina trabaja haciendo un seguimiento del reparto de alimentación y equipamiento para atender a las necesidades de este colectivo. A ella se han ido sumando otras organizaciones argelinas como Recontre et Developpment, SOS Femmes en Detresse o AFAD para el reparto de productos higiénicos (Trasasmontes, 2011: 306). 

Rabat, basándose en esta cooperación, siempre ha defendido que este es un conflicto artificial, creado y sostenido por Argelia que arma al Polisario y acoge a los refugiados saharauis. Si bien es cierto que Argelia es el principal soporte de la guerrilla saharaui, hay que destacar que no es el único. La ayuda militar proporcionada en su día por Gadafi, como reconocen desde el Polisario, fue crucial para los resultados cosechados en la primera guerra del Sahara Occidental. 

Tampoco se puede ignorar el creciente activismo de Sudáfrica en los foros internacionales para la defensa del derecho de libre determinación del pueblo saharaui. La colaboración de Cuba con los saharauis en ámbitos tan sensibles como la Educación o la Salud se ha mantenido desde los primeros años de conflicto. ¿Por qué no afirmar también que estos países son parte directa en la cuestión del Sahara Occidental? 

Es bien conocido que Argelia ha favorecido tradicionalmente a los MLN que luchan por la independencia de sus territorios (Boukhars, 2019: 244). Los Gobiernos argelinos apoyaron la lucha de las guerrillas en los procesos de liberación de la mayoría de países que hoy forman la Unión Africana (Zoubir, 2015: 56). Buteflika llegó a asegurar que si el pueblo saharaui se decanta por la integración en Marruecos él sería el primero en felicitar esa unión (Thieux, 2017: 123) lo que da una idea de la posición formal de Argelia, favorable al referéndum y dispuesto a aceptar sus resultados. Hoy en día el país magrebí se ha convertido en uno de los mayores defensores de la causa palestina. ¿Por qué Argelia no iba a tener el mismo rol en un territorio vecino como es el Sahara Occidental? 

Tampoco parece un argumento acertado hacer de Argelia una parte del conflicto saharaui porque en ella se encuentren refugiadas cerca de 200.000 personas. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio (UNRWA) calcula que más de 5,7 millones de refugiados palestinos se encuentran repartidos en cinco áreas: Gaza, Cisjordania – incluida Jerusalén Este-, Jordania, Siria y Líbano (UNRWA, 2021). Aplicando el razonamiento marroquí, ¿sería viable afirmar que Jordania, Siria y Líbano son partes directas en el conflicto palestino-israelí porque en ellos se encuentran importantes núcleos de población palestina? 

El camino hacia la convulsión 

En clave interna, Argelia ha vivido una crisis política sin precedentes. El anuncio de Abdelaziz Buteflika para presentarse a un quinto mandato en las elecciones presidenciales ha sido el origen de las mayores protestas en la historia reciente del país (Bustos, 2019). Tras la intensificación de las protestas y el aumento de sus demandas, el presidente Buteflika anunció su dimisión a principios de abril de 2019 (De Andrés, 2019). Después de un proceso de diálogo con las fuerzas políticas se pudieron convocar elecciones presidenciales el 12 de diciembre. En la primera vuelta resultó vencedor Abdelmajid Tebboune con el 58% de los votos tomando posesión el 23 de diciembre (Oficina de Información Diplomática, 2020: 4). A pesar de estas transformaciones hay quien defiende que el sistema no ha cambiado (Amirah Fernández, 2019: 2). 

En este nuevo contexto muchos se vuelven a preguntar sobre el apoyo de los argelinos a la causa saharaui. Es complicado hablar de una posición unánime del Hirak sobre esta cuestión por la pluralidad de organizaciones que en él han participado, sin embargo, algunas figuras representativas del movimiento ciudadano como Abderrazak Makri o Karim Tabú se han pronunciado a favor del referéndum25. Parece evidente que existe un consenso social sobre esta cuestión. A pesar de algunas voces divergentes como la del ex secretario general del FLN Amar Saadani26, gran parte de la población se alinea con el Gobierno para promover la descolonización de Palestina y el Sahara Occidental. 

Se ha especulado con los intereses que podrían estar detrás del apoyo argelino a los saharauis. Quizás la más referida sea la búsqueda de una salida al Océano Atlántico para exportar los minerales extraídos de Gar Ybeilat (130 km al sureste de la ciudad de Tinduf). En este sentido recuerda Zunes que Argelia tiene 700 millas de costa (más de 1100 km) en el Mediterráneo —incluyendo algunos puertos—, todas las carreteras y líneas de ferrocarril para el comercio internacional están orientadas al Mediterráneo y si quisiera una salida al Atlántico para transportar los minerales de hierro cercanos a Tinduf podría llegar fácilmente a un acuerdo con Marruecos o Mauritania, sin necesitar un Sahara independiente (1995: 27-28). 

Pocos días después de las elecciones presidenciales fallecía el Jefe del Estado Mayor y hombre fuerte durante el periodo transitorio Ahmed Gaid Saleh. El mismo día se anunció que el comandante de las Fuerzas de Tierra Said Chengriha sería el sustituto. Curiosamente Chengriha participó en la «Guerra de las Arenas» en 1963. Poco antes de su nombramiento como Jefe del Estado Mayor había sido jefe de la 3ª Región —cuyos efectivos custodian Tinduf—del Ejército de Liberación Popular de su país y su simpatía a la causa saharaui no es un secreto. El nombramiento de Chengriha ha sido un gesto claro de Tebboune para confirmar la tendencia de distanciamiento con Marruecos y acentuar aún más si cabe su apoyo al Frente Polisario. 

«La Guerra Fría del Magreb» que libran Argelia y Marruecos se encuentra en su momento más tenso desde hace cuatro décadas y con tendencia al alza (Amirah Fernández, 2021). En los últimos años la rivalidad entre ambos Estados ha estado caracterizada generalmente por enfrentamientos verbales y algún que otro capítulo de tensión que no ha ido más allá (Echeverría, 2012: 221). Sin embargo, en los últimos años se ha producido un deterioro notable en las relaciones diplomáticas, llegando a una situación límite para la estabilidad de la región. 

Argelia y Marruecos son los mayores compradores de armas en el continente. En el periodo 2015-2019 Argelia fue el sexto mayor importador de armamento del mundo con el 4,2% y el segundo de África. Rusia es el principal proveedor de Argelia en este mercado pues el 67% del material adquirido proviene de Moscú (SIPRI, 2020: 7). Por su parte Marruecos aumentó su importación más del 500% en el periodo 2011-2015 (SIPRI, 2016) y ha reforzado la cooperación militar con el Consejo de Cooperación del Golfo y los países europeos, especialmente Francia (Moral Martín, 2017: 6-14). El presupuesto que el Gobierno argelino destinó a Defensa en 2018 rondó los 10.000 millones de dólares (Amirah Fernández, 2019: 3). 

La situación en el Magreb ha empeorado considerablemente tras la reanudación de las hostilidades entre Marruecos y el Frente Polisario el 13 de noviembre de 202027. La evidente incapacidad de la ONU para encontrar una solución ha ido dando paso a la frustración en muchos sectores de la población saharaui. Reflejo de ello es el bloqueo de Guerguerat por activistas venidos de los Campamentos y de la franja del Sahara Occidental controlada por el Frente Polisario para denunciar su uso ilegal por parte de Marruecos. Las FAR terminaron saliendo a la zona «desmilitarizada» para rehabilitar el tráfico acabando definitivamente con el alto al fuego y abriendo una nueva fase en el conflicto. 

De inmediato Argelia reforzó su frontera con el Sahara Occidental y dejó claro que estas eran «una línea roja» y que si son alcanzadas intervendría en la contienda (Salem, 2020). La reforma de la Constitución28 argelina a finales de octubre de 2020 habilita al Ejército para poder intervenir fuera de las fronteras del país en misiones de paz o cuando los intereses nacionales se vean amenazados (Ouabou, 2020). Esto abre la posibilidad de una intervención argelina en el Sahara que en última instancia no se alejaría de lo que pedía la Resolución 2983 (XXVII) de la Asamblea General aprobada en 197229. 

El 10 de diciembre Donald Trump reconoció oficialmente la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental (González Vega, 2021)30 acentuando aún más si cabe el clima agitado tras la ruptura del alto al fuego. El paso dado por el presidente estadounidense antes de abandonar la Casa Blanca se enmarca en el contexto de los Acuerdos de Abraham para la normalización de las relaciones entre el Estado de Israel y algunos países árabes, entre ellos Marruecos. Trump reconocía la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental y a cambio Marruecos establecía relaciones diplomáticas con Tel Aviv que a su vez favorecería la cooperación trilateral Marruecos-Israel-EEUU. Se habló entonces de la venta de los F-35 por parte de Washington a Rabat, la apertura de un consulado estadounidense en Dajla y la construcción de una base militar en Guerguerat. Este hecho ha elevado el nivel de alerta en el ejército argelino que ha intensificado los entrenamientos a gran escala como el llevado a cabo el 18 de enero de 2021 en la región de Tinduf con la presencia de Said Chengriha. Argelia ha tratado de contrarrestar esta alianza firmando acuerdos militares con Rusia como el concluido por el Jefe del Estado Mayor en su visita a Moscú a finales de junio de 2021 por valor de 7.000 millones de dólares (Vílchez, 2021). En el último año Moscú ha tratado de fortalecer sus relaciones con Argelia como aliado estratégico para ganar presencia en el Magreb y contrarrestar los acuerdos firmados por EEUU. Algunas informaciones apuntan a la compra del caza furtivo Sukhoi Su-57 por parte de Argelia —lo que la convertiría en el primer país del mundo en obtenerlo— y del sistema de defensa antiaérea S-400 (Román, 2021). 

En relación al Sahara Occidental, Rusia venía mostrando su respaldo a la celebración del referéndum y descalificando a la decisión de Trump31 y este pudo ser el detonante de una crisis bilateral con Rabat. En octubre de 2021 el embajador ruso en Marruecos Valerian Shuvaev fue convocado por su Gobierno sin trascender mucha más información al respecto. Un gesto especialmente significativo fue la recepción de una delegación saharaui por parte de altos cargos del Gobierno ruso en Moscú el 20 de octubre de ese año (SPS, 2021). La decisión de recibir a la delegación del Frente Polisario pudo ser un guiño de la estrategia rusa en el Sahara Occidental (Alaoui, 2021). Esta hipótesis se hace más fuerte observando el rol mucho más activo de Moscú en los debates para aprobar la última resolución del CS, posición a la que se ha sumado China (Meneses, 2021). 

La llegada de Sabri Boukadoum al ministerio de Exteriores en 2019 supuso la reactivación de la diplomacia argelina después de años en un segundo plano. Argelia anunció el 24 de agosto de 2021 la ruptura de relaciones diplomáticas con Marruecos al considerar que Rabat había violado los compromisos fundamentales aceptados en 1988 para restablecer relaciones, entre ellos el apoyo a «una solución justa al conflicto del Sahara Occidental a través de un referéndum de autodeterminación»32. Previamente la Misión permanente de Marruecos ante la ONU apoyó el derecho de libre determinación de la Región de Cabilia. Una de las primeras consecuencias de la crisis entre argelinos y marroquíes fue el cierre del Gaseoducto Magreb Europa (GME) que conecta a Argelia y España pasando por Marruecos. Esta medida afecta también a España que tendrá que pactar con Argelia fórmulas alternativas al GME para cubrir la demanda (Talegón, 2021). 

La Unión Europea mira con expectación este cuerpo a cuerpo entre dos Estados donde tiene intereses estratégicos considerables. La falta de posiciones comunes evita un papel más relevante de la Unión tras la escalada en el Sahara Occidental, centrando su acción en el ámbito humanitario (Barreñada, 2021: 257). La UE ha confirmado que su posición en el conflicto saharaui no ha cambiado “basada en el pleno respeto de la legalidad internacional de acuerdo con las Resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”33. El Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) ha anulado recientemente dos acuerdos comerciales con Marruecos por aplicarse al TNA del Sahara Occidental sin el consentimiento de la población saharaui o de sus representantes34. 

Tras la decisión de Trump la diplomacia marroquí encabezada por Nacer Bourita ha tratado de forzar a los Estados europeos a que sigan los pasos de EEUU. El rechazo de Alemania —que ha sido uno de los países más críticos con la decisión35— a las pretensiones marroquíes ha provocado una crisis diplomática con Marruecos que continúa hasta la fecha en que se redacta este artículo (Mohsen-Finan y Jamai, 2021). Marruecos intentó por todos los medios que España como potencia administradora del territorio muestre un apoyo rotundo a su soberanía sobre el Sahara, pero el Gobierno de Sánchez se ha negado aferrándose a la posición de la ONU. La acogida en España del líder del Frente Polisario Brahim Ghali, después de su contagio por COVID-19, ha sido utilizada por Marruecos como pretexto para romper relaciones diplomáticas. Hasta la fecha no se ha materializado ninguno de los acuerdos firmados con EEUU para el reconocimiento del Sahara, lo que ha acentuado aún más la frustración de Bourita. 

El estallido del conflicto armado entre el Polisario y Marruecos y los hechos que ha desencadenado ponen a la Unión en una situación muy comprometida. Las dimensiones y las consecuencias de este nuevo panorama son aún inciertos, pero en estas condiciones no se puede descartar ningún escenario. Una guerra entre Argelia y Marruecos cada vez parece más cercana. La muerte de tres ciudadanos argelinos a manos de las FAR en el Sahara Occidental y la contundente respuesta del Gobierno argelino anunciando que habrá represalias son reflejo del nivel de tensión alcanzado (Cembrero, 2021). En tal escenario la intervención extranjera de otras potencias y la diversificación de actores es algo muy probable. El cierre del GME que afecta a España y Portugal hace pensar que si la tensión en el Magreb confirma su tendencia al alza los efectos de la misma se notarán con fuerza en la UE. 

Conclusiones 

La naturaleza del conflicto del Sahara Occidental debe quedar fuera de toda clase de dudas, en cuanto a claro caso de descolonización que la IV Comisión de la AG de la ONU analiza cada año. A pesar del rol jugado por los países vecinos, parece quedar muy claro que Marruecos y el Frente Polisario son las únicas partes directas de esta controversia, pues son los que reivindican abiertamente la soberanía del territorio y buscan cuantos apoyos sean necesarios para implantar sus proyectos políticos. Argelia se ha posicionado en esta cuestión claramente a favor del derecho de libre determinación del pueblo saharaui en línea con la posición tradicional de este país en otras controversias similares. Esto le ha hecho convertirse en el aliado por antonomasia del Frente Polisario a quien la ONU reconoce como el representante legítimo de los saharauis. Marruecos nunca ha aceptado esta postura y acusa a Argelia de ser la llama que mantiene encendido a este conflicto. 

En nuestra opinión el apoyo argelino a los saharauis se basa también en factores geoestratégicos, enmarcados en la clásica rivalidad con Marruecos por la hegemonía en el Magreb, donde un Estado saharaui aliado de Argelia decantaría definitivamente la balanza a favor de Argel. Las diferencias entre Argel y Rabat son anteriores al contencioso saharaui y se han reproducido en otras regiones. El Sahara Occidental se ha convertido en un escenario más de lucha por la hegemonía en el Magreb donde los dos regímenes han dejado claras sus posiciones antagónicas. Por otro lado, no hay que descartar que, una vez asegurado el Sahara, los marroquíes activen las viejas reivindicaciones sobre el oeste argelino. De esta forma Argelia, apoyando a los saharauis para lograr su independencia, también protege su integridad territorial frente a futuras reivindicaciones. 

Algunos autores han defendido que la cuestión del Sahara Occidental es un conflicto trilateral entre Marruecos, el Frente Polisario y Argelia. Si bien es cierto que Argelia ha ido tomando cada vez más protagonismo en la cuestión saharaui, siendo el soporte más fuerte del Frente Polisario desde el cese del apoyo libio en 1984, no parece acertado colocarla como una parte directa en la disputa. Si se considera que Argelia es parte por su apoyo al Frente Polisario necesariamente habría que implicar a otros Estados que han llevado a cabo una actuación crucial para apoyar los intereses marroquíes como Francia, EEUU o algunos países del Golfo que aportan ayuda material y logística para la ocupación del Sahara. También habría que convertir en partes a otros aliados del Frente Polisario que han mostrado su decidido activismo en favor de un referéndum que permita a los saharauis decidir su estatuto definitivo. 

Situar a Argelia como la otra parte del conflicto responde a la estrategia marroquí para mover a la controversia hacia un ámbito regional, alejándola de la agenda de la ONU para poner fin al proceso de descolonización. Es un intento más por parte de Rabat para ignorar la existencia del pueblo saharaui a quien considera un invento argelino. Lamentablemente el pueblo saharaui que debía ser el actor central de este drama ha sido despojado de su tierra y privado de la posibilidad de decidir su futuro. 

Más de 50 años han pasado desde que la ONU empezara a ocuparse de esta cuestión en la que sigue comprometida con el derecho de libre determinación. Pero en este periodo, especialmente desde la firma del alto al fuego entre Marruecos y el Frente Polisario en 1991, ha quedado evidenciada la incapacidad de la Organización para encontrar una solución. La activa apuesta de Francia en el CS por el statu quo esperando que la política de los hechos consumados se termine imponiendo ha sido esencial para llegar a la actual situación. Los últimos acontecimientos en la región son especialmente preocupantes para la UE que se vería afectada en gran medida de lo que allí suceda. 

Origen: El rol de Argelia en la cuestión del Sahara Occidental