DESDE un punto de vista aparente, las recientes declaraciones de José Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, sobre el futuro del Sahara son esperanzadoras. El pasado 5 de enero abogó por una “solución política justa”, aunque sin aludir a la fórmula que estimaba conveniente para que las dos partes enfrentadas se sentaran a negociar: un referéndum o la autonomía del territorio. Sobre todo, después del apoyo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al plan planteado por Marruecos de convertir el Sahara en una provincia con un status especial. Lo más paradójico del asunto es que Borrell, cuatro meses atrás, había abogado por dar cabida a un referéndum decisorio. Ahora, en cambio, con una nueva opinión calificaba la labor y los esfuerzos de Rabat para alcanzar un acuerdo de “serios y creíbles”. Sin embargo, lo que no resulta creíble, a día de hoy, es su cambio de parecer, cuando ha sido Marruecos, desde los años 70 hasta la actualidad, la que ha puesto palos en la rueda de molino. De hecho, Borrell fue más lejos y dio su aval al proceso negociador de Staffan de Mistura, mediador de la ONU, que pretende, según sus palabras, ofrecer una solución “realista, pragmática y mutuamente aceptable para ambas partes”…

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