RELATO

A veces siento pánico de la soledad, un miedo profundo que me lleva a sentir cada momento como un nuevo desafío. Es en ese miedo placentero donde encuentro claridad y nace una reflexión profunda que me lleva a lejanos recuerdos. Allí está el viaje de Ulises y su regreso a Itaca; Robinson Crusoe en el interior de una isla, un náufrago superviviente, el capitán Ahab persiguiendo Moby Dick en medio de océanos helados y vientos huracanados.

Es el interior de cada página y recuerdo el que me hace comprender el viaje de los Tuareg en el desierto del Tenere. Una estrella, una luz los guía hacia las salinas de Fachi. Otro viaje al límite de la vida humana es el que hacen los Inuit desde Siberia hasta Alaska detrás de los caribús.

Todos estos viajes se recrean en mi interior cuando encuentro la soledad y siento la lejanía de la ciudad de mi infancia. Es esa pequeña urbe de Dajla asentada sobre la Ría de Oro, una ciudad que mira como el viento de arena desaparece en el pequeño poblado de Argub. Es la soledad de cada momento la que me hace revivir la nostalgia del pasado, en ese naufragio que me ha llevado por muchos lugares sin nunca olvidar aquellas calles. Esas paredes blancas donde se refleja el sol.

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