De nuevo, el albergue provincial de Cerro Muriano se ha llenado este domingo de abrazos, besos y lágrimas de las más de 140 familias que este año participan en el programa Vacaciones en paz; un proyecto que este año cumple la friolera de 30 años permitiendo que niños que viven en campamentos de refugiados en Tinduf puedan disfrutar durante dos meses de una estancia en Córdoba, rodeados de amor y diversión. De todas estas familias, más de un centenar proceden de la provincia y el resto, de la capital. La mayoría son repetidoras porque, más que una oportunidad para los menores, supone para ellas un verdadero choque emocional que les lleva a apreciar todo aquello que tienen, desde lo más importantes hasta lo más trivial, como es tener un grifo del que salga agua.
Con incertidumbre y miedo, padres, madres, hermanos y abuelos de estos menores se despidieron de ellos en Tinduf este sábado. Saben que cuando lleguen a España, un territorio del que les separan miles de kilómetros, estarán en buenos manos. Permitir que sus hijos participen en este programa es todo un ejercicio de generosidad – qué es, si no, ser madre y padre-. Durante dos meses no podrán tocar a sus hijos, pero ese sacrificio lo hacen para que ellos conozcan otro lugar donde todo es posible. “Los padres saben que esta es la única manera, la única vía de escape, para que sus niños puedan tener revisiones médicas y alimentarse bien”, señala a Cordópolis la directora de la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños y Niñas Saharauis, Ana Ramos.
Además, las familias saharauis ven en las de Córdoba a simpatizantes de su lucha. “Ellas ven que no están solas en su causa de un Sáhara libre, que también es la nuestra como asociación, y no vamos a parar hasta conseguirlo. Estamos hablando de la independencia y de la libertad del pueblo saharaui. ¿Puede haber algo más justo que eso? Ellos son niños a los que se les ha despojado de su tierra”, explica Ramos. Pero, después de estos dos meses de verano, ¿qué? La directora de Acansa asegura que todos los menores dan “lecciones de vida”. “Para ellos es bueno conocer lo que hay aquí y establecer esa comparativa. Vienen de una tierra con recursos y de un país maravilloso, por lo que sus padres esperan que luchen como lo hacen ellos y como lo hicieron las generaciones anteriores. Ojalá algún día este programa no se tenga que hacer porque eso significará que estas familias están en su tierra y no en un campamento de refugiados”, argumenta Ramos.
Los menores han pisado suelo español este domingo, sobre las 5:00, cuando han aterrizado a Málaga. Después, han puesto rumbo a Córdoba y sobre las 9:00 han llegado al albergue de Cerro Muriano. En sus miradas era muy fácil percibir la alegría y las ganas de reencontrarse con su familia de acogida. Ha habido menores, a través de la verja del albergue, gritaba a alguno de los niños que se encontraban en el interior. Son “hermanos de acogida” y entre ellos se recogen.
Antes de ser recibidos por las familias, los niños han pasado revisiones oftalmológica, buco-dental y auditiva gracias a la colaboración del Hospital La Arruzafa, la clínica Libertad y el centro auditivo Audika. Los resultados de las mismas han sido trasladadas a las familias y, en los casos más graves, los niños podrán ser operados de las dolencias que tengan. La malnutrición es otro grave problema que sufren estos niños, “por lo que estos dos meses, además de divertirse y disfrutar, suponen para ellos una apuesta a punto para cuando regresen a los campamentos a finales de agosto”, apunta Ramos, que está rodeada de todo un equipo que hace posible que este proyecto siga adelante.
Beatriz Sánchez es una de ellas. Ha sido la encargada de vivir el momento, sin duda, más emocionante de esta mañana: la entrega de los menores a sus familias. Visiblemente emocionada, ha ido informado a cada una de ellas de los últimos pormenores del proceso, despidiéndose con un “disfrutad del verano”.
Virginia y Andrés es una pareja joven, residente en Nueva Carteya, que lleva seis años participando en el programa. Este domingo han recogido a los dos menores que les llevan acompañado durante los últimos tres años. En todo este tiempo han abierto su casa a hermanos y lo seguirán haciendo hasta que puedan, afirman. De Nueva Carteya también son Inmaculada y José, un matrimonio para quien este año es su primera vez. Inmaculada cuenta que supo del programa a través de su hija, quien no puede acoger “porque tiene un niño pequeño y ella trabaja en agosto”. Así, ella y su marido decidieron apuntarse y durante dos meses estarán con Isra, a quien, aseguran, tratarán como “una hija más”.
Carmen forma parte de otra de las familias de acogida. Desde temprano se le podía ver a las puertas del albergue, con las lágrimas aún contenidas en los ojos y portando un cartel rosa donde se podía leer “Bienvenida, Salima”. Cuando la pequeña la ha visto, aquellas lágrimas que pedían paso, han salido a relucir en el rostro de Carmen y de su hermana María. También en las caras de sus padres, Inma y Jose, quienes son también los progenitores de acogida de Salima, que tiene nueve años. Para esta familia es su segundo año participando en Vacaciones en paz. María explica que “siempre” habían querido hacerlo, pero nunca se habían decidido. “Un día, cuando iba en el autobús, vi una imagen en la que la asociación buscaba familias de acogida. Pasé la fotografía al grupo de WhatsApp de mi familia y tuvimos la suerte de poder participar”. La emoción de esta familia baenese es un claro reflejo de los lazos que se crean gracias a este programa.
Para esta familia, la primera experiencia le supuso todo un shock y un proceso de aprendizaje. “Nos sorprendió el agradecimiento que Salima hacía por todo y su saber compartir desde el minuto uno. No tenía nada para ella y si podía comerse algo, lo hacía después de ofrecérselo a las personas con quienes estuviera. De verdad, es una auténtica felicidad”, exponen con orgullo tanto Inma como Jose, quienes afirman que “todas las familias” deberían adentrase en este programa “porque los niños aportan mucho más de lo que nosotros les podemos dar”. Este matrimonio y sus hijas -a quien se suma Paula, que no ha podido acudir al albergue- llegaron al Muriano en 2023 siendo cinco. Desde entonces, y sin saberlo, dejaron de ser un quinteto para ser seis. Los besos y abrazos que durante este año han enviado de manera virtual, este domingo se han podido materializar.