Ebbaba Hameida, periodista y escritora, nacida hace 32 años en los campos de refugiados de Tinduf, Argelia, creció en un entorno marcado por el éxodo, la identidad y las luchas colectivas.El desierto y el exilio se entrelazan en su memoria. De su niñez saborea la libertad auténtica de ese lugar sin fronteras. El desierto, a pesar de ser el refugio de un pueblo desterrado, para Ebbaba es un lugar de conexión profunda con la naturaleza y la comunidad. “En el desierto una niña lo que siente es mucha libertad. Viví ahí solo hasta los 5 o 6 años, pero recuerdo una infancia feliz, libre, lejos del peligro, sobre todo una infancia en comunidad. Te recuerdas con muchas madres, la tuya, pero también tus tías, tu abuela, las vecinas”, mujeres que tejían la vida, la esperanza y la resiliencia en cada rincón.
Las huellas del trauma de generaciones anteriores fueron invisibles en su infancia, porque las historias compartidas sobre el Sahara no estaban cargadas de dolor, sino de memoria colectiva, de un pueblo que, aunque disperso, sigue viviendo en el corazón de cada uno de ellos. “Sin embargo, a medida que vas creciendo vas descubriendo que hay cosas que no te han contado, que hay una realidad que no conoces, de la que no eres consciente. Había un silencio que me impedía conocer la verdad de mi gente y de mi historia. Luego, cuando vives buscando esa identidad y queriendo complacer la identidad saharaui pero también la de aquí te preguntas mucho el por qué. Ahí empiezas a tirar del hilo y a reencontrarte”.
A lo largo de su vida confiesa que se encuentra atrapada entre dos mundos, dos identidades que no siempre encajan perfectamente. El Sahara, su pueblo, y la idea de ser saharaui se convierten en una fuerza compleja: una identidad colectiva a veces tan pesada como liberadora. Pero, al mismo tiempo, esa identidad puede ser una trampa que limita la libertad personal. “Yo como mujer, llego a Europa, quiero seguir siendo esa mujer saharaui, pero también voy descubriendo otras cosas, veo deficiencias con esa identidad de mi yo como mujer y se produce la búsqueda de una identidad individual. Lo colectivo está muy bien, pero necesitas también encontrar una propia que es la que más se va a ajustar a tu realidad. Nuestra vida es esa dualidad de esos dos mundos opuestos. No puede ser que la lucha del pueblo saharaui esté por encima de la libertad individual de sus mujeres”. Hay aún un largo camino que recorrer en el campo de la igualdad y el respeto a la diversidad.
En su búsqueda por entender su lugar en el mundo, el periodismo se ha convertido en su herramienta de autodefinición. “Mi profesión me ha ayudado a ubicarme en el mundo. Cuando vives en un contexto de conflicto, piensas al principio que solo te pasa a ti, pero a través del periodismo descubrí que hay muchos agujeros negros informativos, muchos lugares en el mundo que no son noticia, que hay muchas guerras que no se cuentan, muchos conflictos que se olvidan. Descubrir otras realidades me han ayudado a mucho a situar el Sahara y a ubicarme, a completar las piezas del puzzle de mi vida. El periodismo me ha permitido contar historias de otros, romper silencios, servir de altavoz, aprender a escuchar y comprender a otras personas y otras realidades”.
Explica que ser refugiada significa vivir con una constante crisis identitaria. Al no pertenecer completamente a ningún lugar, siempre vive con el anhelo de regresar al Sahara, pero sabe que ese retorno parece inalcanzable. En su caso, la migración fue un viaje privilegiado, donde pudo encontrar un hogar y un futuro en Europa, pero aun así reconoce las dificultades emocionales y psicológicas que conlleva. “Yo he nacido refugiada, lo peor es sentirse de ninguna parte, no poder abrazar ninguna tierra, vivir constantemente con un anhelo o un sueño que la realidad te muestra que es inalcanzable. No es duro desde el punto de vista romántico de soñar con una tierra, si no que como refugiada estás en búsqueda siempre: buscas la paz, buscas familia, buscas construir, pero en un territorio prestado nunca se construye y eso repercute en todo tu día a día. Esta nostalgia eterna, te marca”. Es importante aceptar todo. “Ahora bien, cuando dejas de arrastrar el pasado y aprendes a vivir en el presente, aprendes a no hacerte castillos de arena, y a no vivir del sueño de tus padres de volver a la tierra soñada. Aprendes a vivir en la tierra que te ha tocado vivir con esa diversidad identitaria que puede ser una enorme riqueza en realidad. Eso es algo muy bonito”.
Contar las historias en primera persona tiene una carga emocional complicada. “Siempre he intentado escribir con honestidad. Por eso, cuando hay una implicación emocional, soy incapaz de encontrar la distancia necesaria para ese rigor. Yo siento el Sahara, me atraviesa, me late dentro”. Por eso el formato para contar su historia y la de los suyos no podía ser un reportaje periodístico si no una novela. Cinco años le ha llevado escribir Flores de papel historia se sitúa en un contexto multicultural, entre Marruecos y España, y nos presenta los conflictos internos de Aisha mientras lidia con la dualidad de su identidad, entre sus raíces musulmanas y las influencias occidentales. “Ha sido una catarsis emocional, de reconstrucción y de sanación”.
El retorno parece inalcanzable, pero la libertad de seguir soñando y construir un presente en medio de la diversidad identitaria es su mayor lección. Así es Ebbaba, una mujer saharaui que se levanta cada día con la memoria del desierto y la esperanza de un futuro mejor para su pueblo. Seguirá luchando, soñando, y sobre todo, siendo fiel al testimonio vivo de fortaleza y resiliencia de las mujeres que la precedieron.
Rocío Gayarre
Origen: Entre el desierto y el exilio: un viaje de libertad y esperanza