FERNANDO MAURAExdiputado de Ciudadanos |
Hace ya algún tiempo que no participo en las actividades internas del partido y que tampoco asisto a sus convocatorias públicas, que ahora se reanudan una vez relajadas las restricciones consecuentes a la pandemia. No obstante, soy de la opinión de que, como dice el refrán, “hay que estar a las duras y a las maduras”; y pese a que Ciudadanos no conseguía remontar en las encuestas, ni siquiera en el peor momento de crisis del PP -dimisión de su presidente después del aparatoso desencuentro con Ayuso- y con un PSOE acosado por un sinfín de turbulencias -Covid-19, invasión de Ucrania, alza de precios, huelga del transporte…-, el partido presidido por Inés Arrimadas se encuentra en una situación más que delicada y los errores de gestión que la dirección ha protagonizado -la moción de censura en Murcia entre ellos, pero no el único- acercan a esta formación política a una muy probable desaparición. A pesar de todo, he mantenido mi afiliación a este partido.
Consecuente con un proyecto que, desde el año 2014, ayudé a construir junto con mi amigo el profesor Sosa Wagner y los eurodiputados de Cs Javier Nart y Juan Carlos Girauta, tratando de establecer un entendimiento en el que confluyeran los dos partidos liberales presentes en el panorama político español de entonces: UPyD y Cs. No fueron pocas ni agradables las críticas que recibí por esta actuación que derivaría finalmente en mi expulsión del partido de Rosa Díez. También, junto con mi equipo del Parlamento Europeo, contribuí a la integración del partido, entonces presidido por Albert Rivera, en la estructura liberal europea de ALDE, antes de dimitir como eurodiputado para integrarme en las listas de Ciudadanos al Congreso, donde fui portavoz en la Comisión de Asuntos Exteriores, así como en la Comisión Mixta Congreso-Senado para el seguimiento de los asuntos de la Unión Europea. En esa condición asistí -previa conformidad del secretario general del partido, José Manuel Villegas- al congreso del Frente Polisario celebrado en julio de 2016 en los campamentos de Tinduf, que nombraría presidente a Brahim Galli. Posteriormente sería yo elegido miembro de la ejecutiva de Cs como responsable de política exterior.
Mi estrella, si alguna vez brilló, comenzaría a declinar a raíz de que confluyera mi criterio -y mi voto- con el de otros tres miembros de la ejecutiva en la solicitud de que el partido hiciera una oferta de acuerdo a Pedro Sánchez que podría haber evitado los trastornos que España viene padeciendo en los últimos años. Nuevamente pasé a formar parte del ejército de los apestados, a pesar de haber mantenido una prudente discreción cuando los medios de comunicación me pedían que les hiciera públicas las razones de mi voto.
Todo tiene, sin embargo, sus límites; y hay un momento en el que es preciso poner pie en pared. Y ese momento ha llegado. Cuando acepté el ofrecimiento de Albert Rivera para ser diputado y después miembro de la ejecutiva, tenía yo una agenda política que incorporaba tres dimensiones nunca contradictorias: el cumplimiento del Derecho Internacional, el respeto a los Derechos Humanos y la utilización de la lengua española como principal “soft power” de nuestra acción exterior.
Los tres ámbitos evocados quedaron ampliamente preteridos en la intervención del diputado de Cs Miguel Gutiérrez el pasado día 6 para justificar el criterio de su grupo parlamentario respecto de una iniciativa sobre el Sáhara. No parece haber tenido en cuenta Gutiérrez los criterios del Derecho Internacional relativos al proceso de descolonización -no sólo en relación con el Sáhara Occidental, sino con todos los procesos de este tipo, que deben concluir con un referéndum de autodeterminación-, tampoco con los derechos humanos de la población saharaui a ambos lados de la berma o muro que la separa, ni siquiera al idioma que tantos saharauis aún siguen utilizando en sus comunicaciones.
Afirmar que el Frente Polisario es un movimiento terrorista, adjudicando al legítimo representante del pueblo saharaui -de acuerdo con las Naciones Unidas- y vinculándolo con ETA, no es sólo un despropósito y un error, supone además una flagrante injusticia y evidencia una ocultación de la verdad que no cabe adjudicar a desconocimiento del ya bregado en tantas batallas representante de Cs.
El diagnóstico de equiparar el Polisario con ETA, no pasa de ser un brochazo de pintura gruesa que no soporta el más mínimo de los análisis. El País Vasco nunca fue una colonia española. El señorío de Vizcaya está ligado a la Corona de Castilla desde el siglo XIV, los vizcainos -o vascos- repoblaron las tierras de España en la reconquista y marinos y marineros vascos llevaron la lengua y los valores occidentales a una población sojuzgada por sus dirigentes tribales y sus bárbaras creencias. No, Euskadi carece del derecho de autodeterminación, como también de esa variante sólo en apariencia menos indigesta: el derecho a decidir.
Abonarse a la tesis de Gutiérrez es poco menos que afirmar que Ucrania debería rendirse ante la invasión rusa y aceptar su conversión en una autonomía sometida a los particulares designios de Putin. Supone negar el derecho de un país soberano a decidir sobre sus alianzas y su modo de vida.
En una de las reuniones virtuales celebradas en mi agrupación local del partido escuché la afirmación de una afiliada que, antes de abandonar Ciudadanos, aseguraba que no era capaz de militar en un partido al que ella no podía votar. Me parece una postura más que razonable y que ahora hago mía: yo no podría votar una lista en la que Miguel Gutiérrez esté presente, ni a un partido que haya perdido de tal manera sus valores que le presente como candidato.
Entrego -de manera simbólica, no lo he tenido nunca físicamente- mi carnet de Ciudadanos, pero sigo siendo un ciudadano liberal. Creo en el individuo y desconfío de la tribu y aún más de su sectarismo. Afirmo que el Estado debería ayudar a los débiles, sin estorbar a las personas y a las empresas, acompañándolas y nunca sustituyéndolas. Y espero contribuir a que algún día pueda existir en España un partido que aporte los valores en los que creo.
Origen: Por qué me he dado de baja en Ciudadanos | El Imparcial