En un contexto de retroceso generalizado en África, con una pérdida de influencia a pasos agigantados en el Sahel, Francia privilegia a su mejor aliado en el continente y oficializa la que de facto ya era su política hacía el Sáhara Occidental. El Palacio del Elíseo “considera que el presente y el futuro del Sáhara Occidental se inscriben en el marco de la soberanía marroquí”. En estos términos se expresó el presidente Emmanuel Macron en una misiva destinada a Mohamed VI que fue publicada por la agencia estatal de noticias marroquí (MAP).
El país galo siempre ha sido el principal valedor de Rabat en la esfera internacional –con permiso de Estados Unidos–, y su apoyo indisimulado al plan de autonomía era un hecho. Pero este respaldo adquiere ahora forma de declaración institucional. Un gesto simbólico que, si bien no cambia el estatus del territorio saharaui, si da un espaldarazo y envalentona a la diplomacia alauí. El coste de esta operación es una crisis de dimensiones inciertas entre Argelia y Francia; y una significativa oposición política interna.
Con este giro, París rompe su posición histórica que, como el grueso de la comunidad internacional, se fundamenta en resolver el conflicto de acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas. Resoluciones que, desde 1966, reconocen el derecho a la autodeterminación del Sáhara; un principio blindado en los acuerdos para el alto el fuego de 1991 y la creación de la Misión para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO).
Hoy la posición francesa rebasa el marco de las Naciones Unidas y “se sitúa al margen de la legalidad internacional”, advierte Argelia. En la nota publicada por MAP –no ha sido publicada la carta original, sino una nota de prensa de la misma–, Macron aseveraba que el plan de autonomía “constituye ahora la única base para llegar a una solución política, justa, sostenible y negociada, de acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas”. Además, afirma que “Francia está tomando parte con esta posición en todos los foros afectados”.
La derivada argelina
Esta decisión agita el tablero del Magreb. Si bien Francia comunicó de manera anticipada a Argelia el cambio de posición, el país norteafricano –mayor aliado de la causa saharaui– calificó de “colonial” la decisión y se apresuró a retirar a su embajador en una nueva crisis diplomática de dimensiones inciertas. El ministro de Asuntos Exteriores argelino, Ahmed Attaf, aseguró en declaraciones a la prensa que “esta es una primera medida, estamos sacando todas las conclusiones que se necesitan y tomaremos las medidas necesarias para expresar nuestro rechazo al paso dado por Francia”.
En el horizonte, parece desaparecer la visita que el presidente argelino Abdelmadjid Tebboune tenía previsto realizar a Francia el próximo otoño. Una cita al más alto nivel con la que se esperaba estabilizar las siempre convulsas relaciones entre excolonia y exmetrópoli. La política migratoria –con una basta colonia argelina en Francia–, energética –con el papel estratégico que Argel tiene– y comercial se resentirá a priori por este giro.
Esta crisis recuerda a la desatada por el presidente del gobierno Pedro Sánchez en marzo de 2022. Cuando, también mediante el envío de una carta que fue filtrada por la prensa marroquí, se conoció el cambio de posición de España respecto a la que durante casi un siglo fue colonia. Desde entonces, las relaciones entre Argel y Madrid continúan heridas, y el expediente saharaui ha salido con frecuencia a la arena política española.
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