En estos días se conmemora el cuarenta y nueve aniversario de la Marcha Verde. Casi medio siglo ha trascurrido desde el día en que comenzó la invasión y la posterior colonización marroquí de los territorios del Sáhara Occidental –antiguamente, el Sáhara español–.
Huelga apuntar a España como responsable en un proceso de descolonización inconcluso. La excolonia española se ha integrado como parte del Reino de Marruecos sin la aceptación del derecho internacional ni de las Naciones Unidas. Tras la Marcha Verde se inició la guerra por el territorio del Sáhara Occidental (1975-1991).
Uno de los conflictos más olvidados de este siglo
A causa de la guerra, de la construcción del muro defensivo que divide de norte a sur el Sáhara Occidental, de las condiciones de vida en los campamentos de refugio de Argelia y de la violencia perpetrada contra los saharauis en el Sáhara Occidental, la población continua dispersa o en la apatridia.
Recientemente, diferentes episodios han visibilizado la causa saharaui. Sin embargo, el del Sáhara es uno los conflictos más olvidados de este siglo XXI. O, al menos, uno de los que menor atención mediática y académica suscita.
Es importante recordar el escándalo de los juicios de Gdeim Izik, en los que 19 saharauis fueron condenados a prisión habiéndose obtenido sus declaraciones bajo tortura. También la reactivación del conflicto armado entre Marruecos y el Frente Polisario en 2020 a causa de la ampliación unilateral de territorio por parte de Marruecos y de la construcción de un nuevo muro en el paso fronterizo de Guerguerat. O la atención sanitaria dispensada en España al líder del Frente Polisario Brahim Ghali en plena pandemia, y que motivó una apertura de fronteras sin precedentes en Marruecos.
La población saharaui se encuentra dividida. La deslocalización geográfica les ubica principalmente en el territorio del Sáhara Occidental y en los campamentos saharauis de Tinduf (Argelia). Pese a ello, la realidad saharaui está interconectada. En mis primeros viajes a Tinduf me di cuenta de que lo que pasa en un lugar tiene repercusión en otro. Más aún cuando se trata de un asunto de identidad nacional. De esta manera, el bienestar de unos depende de la realidad de otros.
¿Y qué efecto tiene lo que ocurre en el Sáhara Occidental para los compatriotas en el exilio en Tinduf? En 2017 publicamos el primer estudio específico sobre salud mental y población refugiada saharaui.
Los datos revelaron que, pese a que la esperanza de futuro no estaba presente en el casi 42 % de las mujeres evaluadas, más del 35 % sí manifestaron dicha esperanza. Sin embargo, ellas expresaron preocupación por sus familiares y por sus compatriotas en el Sáhara Occidental como una de sus principales causas de malestar. Además, más del 64 % reconocieron sentir miedo por la situación de violencia que se vive en el Sáhara Occidental.
Pensamientos negativos en el exilio
Cuatro años después, encontramos una cifra similar. Casi el 43 % de los evaluados en Tinduf expresaron una falta de esperanza en el futuro. El 50 % reconocieron tener miedos relacionados con el cese de la cooperación y con la situación de los saharauis en el Sáhara Occidental. Además, la mayoría reconoció que estos pensamientos les consumían mucho tiempo y energía.
En 2021 recogimos datos para nuestro último estudio. En esta ocasión, los saharauis evaluados llevaban una media de casi 38 años como refugiados. Algunas de estas personas no habían salido nunca de estos campos de refugio. Para más del 58 % sus principales miedos y preocupaciones fueron la reactivación de la guerra en el Sáhara Occidental.
Uno de cada cuatro expresó miedo por la situación de sus familias en el Sáhara Occidental y, de forma más residual, también se encontró inquietud por los efectos de la pandemia. Sin embargo, lo relevante de este estudio, en comparación con los anteriores, fue el factor de esperanza en el futuro expresado por casi el 84 % de los entrevistados.
A tenor de los resultados, y a la espera de una resolución que no llega, podemos anticipar algunas preguntas. ¿Se convirtió la reactivación del conflicto en un factor de afrontamiento pese a asumirse el miedo por las pérdidas que una guerra ocasiona? ¿Aporta evidencia este dato para sostener que la identidad y la acción política son elementos resilientes?
Dicho de otro modo: ¿nos sentimos con más esperanza cuando pensamos que hacemos cosas por cambiar la realidad? ¿En qué medida la sensación de acción tiene repercusiones positivas en nuestro bienestar? Y en última instancia: ¿es un sentir colectivo y reforzado por la comunidad?
La resiliencia es el proceso y el resultado de adaptarnos con éxito a las dificultades y a los retos vitales a través de procesos mentales, emocionales y de comportamiento que nos llevan a la flexibilidad y a los ajustes de expectativas. El pueblo saharaui es por definición paciente, familiar y resiliente, lo que define sus fortalezas. Pero ¿es ético plantearlo como una comunidad resiliente tras casi 50 años de espera pacífica para la solución de un conflicto con base en el derecho internacional? Sea como fuere, la cuestión del Sáhara Occidental no es un asunto cerrado.
ARTÍCULO COMPLETO en el original: La diáspora saharaui: entre la resiliencia y la lucha por la identidad tras medio siglo de conflicto – theconversation