El interior del desierto más grande del mundo, el del Sáhara, ha sido históricamente el hogar de miles de personas que se han congregado en grupos socioculturales con características particulares, entre ellas, la tradición nómada.
Ubicado al norte del continente africano, el desierto del Sáhara nos impresiona por su inmensidad. Se trata de un espectáculo inefable; imágenes compuestas primordialmente por el azul y el cobre nos recuerdan lo inconmensurable que es el cielo, pero en este caso también la arena que se pisa al andar. Desde el caos citadino es frecuente que al pensarlo nos traslademos también hacia un paisaje desolado, sin vida. Las temperaturas poco hospitalarias y la dificultad para reproducir los modos de vida que acostumbramos a mirar son razones de peso para establecer esta vinculación; sin embargo, la realidad es que ha sido el hogar milenario para poblaciones como las que hoy conforman al pueblo saharaui.
Las particulares condiciones del terreno parecían la razón más visible para comprender su movimiento constante, sin embargo, hay que mencionar también el anhelo permanente de libertad; un espíritu errante que de pronto se vio amenazado. La embestida colonizadora de Europa se convirtió en la limitante nuclear, pues, aunque durante años habían mantenido interacción con distintas poblaciones, el establecimiento arbitrario de fronteras luego de la Conferencia de Berlín en 1884-1885, puso una barrera a su abierta movilidad. La ambición colonial excusada bajo una supuesta necesidad para la prevención de conflictos entre los países de aquel continente fue razón suficiente para enmarcar arbitrariamente la existencia de los pueblos africanos.
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— SAHARAUI OBSERVER (@CoreraGarcia) February 20, 2022
Origen: La historia de la dignidad y re-existencia saharaui – «La Jornada del Campo»