España tiene que hacer algo más que ser uno del Grupo de los 5; tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica en el Sáhara Occidental.
✍️ Ángel Manuel Ballesteros
Madrid (ECS).- El enviado del secretario general de Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, Stefan de Mistura, termina de anunciar en el Consejo de Seguridad a puerta cerrada, la partición del Sáhara como posible solución al conflicto que el próximo año alcanzará los 50, medio siglo, así como suena. El bueno de De Mistura, que llegó a Rabat en noviembre del 21, y al que no se le ha permitido visitar El Aaiún hasta septiembre del 23, advierte sobre el papel de la ONU, que habrá que revisar el próximo abril, al tiempo que deja abierta la puerta a su despedida. En fin, nada nuevo ni sorprendente. Pasaría a engrosar la ya no corta lista de ilustres enviados especiales onusianos, que ciertamente no parece gozar del blessing del olimpo diplomático.
La opción de la partición ya la propuso, quizá sin mucho entusiasmo profesional, en tercer lugar de cuatro, Kofi Annam en el 2002, es decir hace casi cuatro lustros -enfatizamos las cifras a ver si así se consigue algo- y luego se ha invocado muy minoritariamente, de hecho yo sólo recuerdo entre los influyentes al geoestratega argentino Suárez Saponaro, aunque es de suponer que habrá más en esa categoría. Moratinos hará una década me dijo “antes pudo ser; ahora ya no“. Pero yo la he defendido a capa y espada durante bastantes de estos años, sencillamente porque parece la menos mala. Incluso, aunque con bastante buena voluntad, se la podría calificar de semi salomónica. No habrá necesidad de recordar que ha sido rechazada por ambas partes.
Aquí, en el Sáhara Occidental, hay que partir del acuerdo entre las partes, que es vinculante hasta por definición, sin el cual no existe salida, así de sencillo. Y después, la materialización de esa entente hay que dejarla a la bien probada imaginación árabe, tantas veces patentada, donde la realización del ya poco factible, en el obligado eufemismo, referéndum preceptuado por la ONU, abre la posibilidad de una tercera vía, superadora de los dos maximalismos. Ni Rabat va a a ceder más, porque implicaría un golpe de estado, esta vez definitivo contra el trono, el final de la dinastía alauita. Ni el Polisario puede aceptar menos, ya que se podría diluir en la gran autonomía que ofrece Marruecos, la entidad saharaui; se podría difuminar la presencia de los hijos de la nube; se extinguiría la RASD, que hoy reconocen más de ochenta países.
En la retahíla de obviedades que caracterizan las resoluciones onusianas, que sea justa, hombre, no va a proponerse que sea injusta; duradera, pues claro; viable, va de sí, hay dos, que amén de suficientes, centran la cuestión: “mutuamente aceptable”, ésta por definición, y que sea política. A pesar de la amplitud en los términos de la ONU, no parece haber otra que la partición. Desde la técnica diplomática, desde su asepsia, la salida mejor que la solución, aquí como en otras latitudes, la fórmula mágica se encuentra en la realpolitik, variable cuestionable, incluso “con sus dosis de contaminación”, que decía Kissinger y que sonaba inequívocamente más didáctica en su inglés con fuerte acento alemán, resulta operativa, y obedece a dos servidumbres en diplomacia, las imperfecciones de la política exterior y las insuficiencias del derecho internacional, al tiempo de responder a la lógica diplomática, otro concepto clave y evidente.
Hace tres años, en mayo del 21, se ha sugerido otra tercera vía, un acuerdo de libre asociación, por Hugh Lovatt y Jacob Mundy, tras entrevistar a “numerosos” expertos y recordar que ya fue formulada por Nagendra Singh, uno de los jueces del TIJ en el dictamen sobre el Sáhara Occidental en 1975. Propuesta imaginativa y factible (Palau, Micronesia y las Marshall con Estados Unidos, y Cook y Niue con Nueva Zelanda), que hay que agradecer en lo que vale y aquí también queda reseñada. Sin embargo, el caso saharaui parece particular, tan sui generis que nos facultaría para pronosticar, tan sin excesivos esfuerzos que se la podría quizá dar por buena en principio, que transcurrido un tiempo, y conociendo (bien) a las partes, quién sabe si no mutaría en la absorción saharaui por el poderoso y anexionista Rabat, por mucha cláusula de garantía que se incluya.
En el Sáhara, desde Madrid, en el cambio de postura, donde reiteramos que la vuelta a la tradicional posición de neutralidad activa anterior resulta insuficiente; que España tiene que hacer algo más que ser uno del Grupo de los 5; que tiene que adquirir mayor visibilidad derivada de su responsabilidad histórica; que nosotros hemos propuesto que se nos asigne para colaborar con el mediador de la ONU a fin de intentar desbloquear la situación de parálisis resolutiva que lo hipoteca hasta ab origine, y que es simultánea al deterioro que grava a los contendientes, más erosionante claro para los saharauis, donde alcanza cotas vivenciales, al tiempo que la hábil diplomacia rabatí prosigue consolidando su situación, vertebrada por dos miembros del Consejo de Seguridad, Francia y Estados Unido. Desde el plano geoestratégico, el general Argumosa ha apuntado que sería más peligroso para la seguridad de Canarias, la existencia en frente de un estado expansionista, que tener a dos países sin entendimiento mutuo bastante. El caso canario sería el único supuesto en que podría quebrar mi parece que fundado vaticinio de que, frente a la creencia generalizada, en el horizonte contemplable, no habrá ruptura de hostilidades entre Madrid y el por mí añorado Marruecos.
Siempre cuento que fuí el primer y único diplomático enviado al Sáhara tiempo después de nuestra salida, donde censé a los 339 españoles que allí quedaron, en lo que quizá fue una de las más relevantes operaciones de protección de compatriotas del siglo XX. Mientras, el cónsul marroquí en Las Palmas, no se recataba en inquirir que por qué yo viajaba al territorio. Hay un refrán del desierto siempre invocable y más en la complicada dialéctica moroccosaharaui: “Habla a quien comprenda tus palabras”.
NOTA: Ángel Manuel Ballesteros es un escritor y diplomático, que ha sido presidente del Consejo Superior de Asuntos Exteriores de España, director de Cooperación Internacional en el Ministerio de Asuntos Exteriores y primer embajador de España en la República de Guinea-Bisáu desde 2007 hasta 2011. Fue el último diplomático español en salir del Sáhara Occidental tras la marcha verde.
Origen: La insuficiente diplomacia española sobre el Sáhara Occidental – ECSAHARAUI