Lo tengo escrito en otro lugar y dicho en más de un acto público: un poema debe leerse como se mira un cuadro, y un cuadro debe mirarse como se lee un poema: esto garantiza ver el cuadro, y aquello escuchar el poema. Y he aquí que en estos días ha llegado a mis manos un libro, en el que a modo de presentación figuran estas dos citas: “Ut pictura poesis” (como la pintura, así es la poesía), de Quinto Horacio Flaco, y “La poesía es pintura que habla y la pintura es poesía muda”, de Simónides de Ceos. Obviando, ahora, si la pintura tiene o no tiene voz, la palabra en el libro -palabra poética- la pone Limam Boisha, poeta saharaui, que escribe en español, y Presidente de Escritores por el Sáhara-Bubisher; la pintura se debe al artista, también saharaui, Moulud Yeslem, cuyos colores y figuras hablan de lo que dicen las palabras. El libro se titula “Ya calló la lluvia”, que se cierra con un Epílogo, firmado por el escritor Ricardo Gómez, en el que sitúa el marco de referencias personales, familiares, históricas, culturales, ambientales…desde las que se escriben y en las que se inscriben los poemas, en su conjunto, con un espacio para cada uno.
El saharaui es un pueblo ungido por la poesía. Como he escrito, hace unos días, en esta misma página, la poesía saharaui, tanto si escrita en hassania o en español, contiene un delicado componente lírico, que se manifiesta como un irreprimible amor por su tierra arrebatada, y, a la vez, una decidida intención épica, que se expresa como una llamada a evitar que los ladrones se queden con la tierra, sus gentes y sus recursos naturales. La poesía de Limam Boisha participa de esas dos dimensiones poéticas, mediante un despliegue de recursos poéticos, que permiten al lector mirar el desierto saharaui, la Badía, con los ojos del espíritu, iluminados por numerosas, todas hermosas, metáforas, que añaden delicada belleza a la dura belleza de una tierra, cuna del poeta, donde se libraron -y se libran- codiciosas batallas, como por la composición de sorprendentes imágenes, que revelan el carácter sagrado de una tierra, cuya cultura y sus manifestaciones, todas ellas familiares, son la expresión de una mística de la vida cotidiana, que, junto con la palabra del poeta, que la dice, el ilustrador, que la pinta, la deja ver.
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