La producción del director de ‘Oppenheimer’ reaviva el debate sobre la responsabilidad ética del cine en zonas de conflicto y la denuncia de organizaciones saharauis
La Odisea de Nolan y la ocupación marroquí: arte, cine y una polémica ética en el Sáhara Occidental
El rodaje de la próxima superproducción de Christopher Nolan, La Odisea, ha levantado una fuerte ola de indignación entre organizaciones saharauis, activistas y figuras del cine internacional. El motivo: la elección de Dajla, ciudad del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos, como escenario de parte del filme. Lejos de ser un mero telón de fondo exótico, Dajla es una ciudad ocupada y militarizada, cuyo uso con fines cinematográficos ha sido denunciado como una forma de blanquear la ocupación ilegal del territorio.
La crítica más directa llegó desde el Festival Internacional de Cine del Sáhara Occidental (FiSahara), que denunció el rodaje como una “normalización cultural de la ocupación” y pidió a Nolan que se solidarice con el pueblo saharaui. “Dajla no es solo un paisaje cinematográfico, sino una ciudad ocupada donde se reprime a la población saharaui”, afirmó su directora, María Carrión. La organización recordó que el Sáhara Occidental es considerado por la ONU como un territorio no autónomo, pendiente de descolonización, y donde Marruecos reprime sistemáticamente las aspiraciones del pueblo saharaui.
El rodaje, que se llevó a cabo durante cuatro días en la ciudad, ha despertado también la reacción del actor español Javier Bardem, conocido defensor de la causa saharaui. A través de sus redes sociales, Bardem denunció el intento de Marruecos por convertir Dajla en un plató turístico y cinematográfico con el objetivo de borrar la identidad saharaui. “Es otra ocupación ilegal, otra represión contra un pueblo, con la complicidad de gobiernos occidentales, incluidos los españoles”, escribió, acompañando su mensaje con la etiqueta #FreeSaharaNow.
También el Ministerio de Cultura del Frente Polisario se ha pronunciado duramente. En un comunicado, calificó la filmación como “una peligrosa forma de explotación artística que intenta legitimar una situación colonial aún vigente”. Recordó que la lucha del pueblo saharaui, lejos de ser silenciada o estetizada por producciones extranjeras, merece respeto, justicia y visibilidad desde la verdad histórica y el compromiso ético.
Mientras tanto, sectores del cine marroquí celebran la filmación como un hito para la industria nacional, sin cuestionar el contexto político ni la situación de derechos humanos en el territorio. Pero para las organizaciones saharauis y solidarias, el cine no puede ser neutral en medio de una ocupación. Rodar en Dajla sin escuchar ni visibilizar a su pueblo originario, que no puede contar su propia historia ni filmar en libertad, no es una simple localización: es una forma de complicidad.