La vuelta al mundo SAHARAUI | Vivir bajo ocupación y en el exilio: la cotidianidad de un pueblo que resiste

La vuelta al mundo SAHARAUI | Vivir bajo ocupación y en el exilio: la cotidianidad de un pueblo que resiste

La causa saharaui suele abordarse desde lo geopolítico, lo diplomático o lo militar. Pero existe una dimensión igual de vital que a menudo queda oculta: la vida cotidiana de un pueblo que resiste desde lo íntimo, lo comunitario y lo invisible. El Sáhara Occidental no solo se defiende en las trincheras, sino también en los fogones de los campamentos, en las calles de El Aaiún ocupado, en los patios escolares, en los gestos de ayuda mutua. Porque para el pueblo saharaui, resistir es también seguir viviendo.

En los campamentos de refugiados de Tinduf, Argelia, más de 40 años de exilio forzado han dado lugar a una sociedad organizada desde abajo. En condiciones extremas de calor, escasez de recursos y aislamiento, los saharauis han construido escuelas, hospitales, centros culturales, instituciones políticas y redes comunitarias. Todo con muy pocos medios y mucha dignidad. El Estado saharaui existe, aunque en el exilio, y su funcionamiento cotidiano es una prueba de la voluntad de sobrevivir sin renunciar a la identidad ni a la esperanza de retorno.

Las condiciones de vida no son fáciles. La dependencia de la ayuda humanitaria, el desempleo crónico, las dificultades logísticas y la falta de acceso a recursos naturales golpean cada día. Sin embargo, lejos de quedar paralizado, el pueblo saharaui ha convertido la precariedad en motor de organización colectiva. Mujeres, jóvenes, mayores y niños participan en la vida comunal, repartiéndose tareas, levantando tiendas, manteniendo viva la lengua, la cultura y los vínculos. Cada gesto cotidiano es, en sí mismo, un acto de resistencia.

Al otro lado del muro marroquí, en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, la cotidianidad se vive bajo vigilancia constante. La presencia policial y militar marroquí es asfixiante. Activistas saharauis son acosados, detenidos y torturados por el simple hecho de ondear una bandera o compartir en redes sociales una consigna por la independencia. Aun así, miles de saharauis siguen resistiendo en sus propias ciudades, organizando protestas, celebrando fechas simbólicas, preservando su cultura e identidad frente al intento de marroquinización forzada.

La guerra, aunque de baja intensidad desde la ruptura del alto el fuego en 2020, también deja su huella psicológica. Las generaciones nacidas tras los Acuerdos de 1991 crecieron con la promesa de un referéndum que nunca llegó. Hoy ven cómo el conflicto se alarga sin solución, mientras Marruecos intensifica los ataques con drones incluso contra civiles. En este contexto, la frustración y el cansancio son reales, pero no paralizantes. La juventud saharaui, tanto en los campamentos como en la diáspora, se ha convertido en un nuevo motor de lucha, con otras herramientas, otros lenguajes, pero el mismo objetivo.

La vida en comunidad es el principal refugio contra el desgaste. Las estructuras sociales saharauis, basadas en la ayuda mutua, el respeto a los mayores y el liderazgo de las mujeres, permiten resistir a la fragmentación que suele provocar el exilio prolongado. Cada familia comparte lo poco que tiene. Cada niño que va a la escuela es una promesa de futuro. Cada comida compartida, cada ceremonia, cada espacio colectivo es una victoria frente a la deshumanización del despojo.

Las formas de resistencia civil no siempre son espectaculares, pero son esenciales. Es resistir cuando un joven documenta una violación de derechos humanos en El Aaiún. Es resistir cuando se canta una canción en hasanía, cuando se niegan a aceptar el pasaporte marroquí, cuando se forman cooperativas, cuando se insiste en educar para la libertad. La resistencia saharaui es diaria, constante, tejida con hilos invisibles pero irrompibles.

Porque resistir no es solo enfrentarse. Es también persistir, construir, imaginar. La vida saharaui, tanto bajo ocupación como en el exilio, demuestra que hay una fuerza profunda en lo cotidiano, en lo colectivo, en lo aparentemente pequeño. Mientras el mundo calla, el pueblo saharaui sigue viviendo. Y vivir, en estas circunstancias, es el primer acto de libertad.

PLATAFORMA «NO TE OLVIDES DEL SAHARA OCCIDENTAL» – Victoria G. Corera




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