Este próximo 5 de noviembre, se celebran las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. La carrera para ser el nuevo inquilino en la Casa Blanca está más que reñida y nadie da por segura la victoria de uno u otro candidato. Para Donald Trump, su vuelta al Despacho Oval se convertiría en una forma de legitimarse como verdadero ganador de las anteriores elecciones de 2020 injustamente apartado de la presidencia, pues sigue afirmando falsamente que las ganó. Para Kamala Harris, en cambio, el reto está en ser la primera mujer presidenta de la nación.
Pero estos comicios van a estar muy marcados por el contexto bélico de la guerra en Ucrania y, sobre todo, el genocidio en Gaza. ¿Cambiarían mucho las cosas dependiendo de si gana uno u otra las elecciones? Todo apunta a que sí va a ser un factor decisivo en el conflicto entre Rusia y Ucrania, pero la suerte de los palestinos parece que va a ser la misma sea quien sea quien se proclame vencedor el próximo martes. Y en relación al conflicto del Sáhara Occidental, ¿se puede esperar alguna cosa de alguno de los dos candidatos? Solo hace falta observar qué han hecho uno y otra cuando han estado en el poder para darse uno cuenta que el pueblo saharaui no puede esperar nada bueno de ninguno de los dos.
Es evidente que Donald Trump representa una amenaza para los saharauis, pues se atrevió a reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental en diciembre de 2020 una vez había perdido ya la reelección como presidente de los EEUU y se encontraba a sólo seis semanas de abandonar la Casa Blanca. A cambio, el régimen marroquí establecería relaciones diplomáticas con Israel.
El órdago de Trump se explica en el contexto de los Acuerdos de Abraham, con los que el mandatario trataba de favorecer el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado sionista y algunos países árabes.
La política exterior de Trump durante su mandato se caracterizó, en buena parte, por favorecer los intereses de Israel en Oriente Medio y siempre a expensas de las aspiraciones del pueblo palestino, que veía como su pretensión de constituir su propio Estado se encontraba cada vez más lejos. Con decisiones tan transcendentales como la de trasladar la embajada norteamericana en Israel a Jerusalén o la de retirar a su país del acuerdo nuclear con Irán, Trump contentaba continuamente al poderoso lobby judío de EEUU, al que pertenece su yerno, Jared Kushner, casado con su hija Ivanka. Nada más llegar a la Casa Blanca, Trump designó a Kushner como consejero superior del presidente de los Estados Unidos y le encomendó, como una de sus principales tareas, la de rediseñar la paz en Oriente Medio, pero, por supuesto, atendiendo siempre a los intereses tanto estadounidenses como israelíes en la región.
Trump consiguió que cuatro países árabes firmaran los Acuerdos de Abraham para establecer relaciones diplomáticas con Israel: EAU, Bahréin, Sudán y Marruecos. Pero las aspiraciones de Trump y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no solo se limitaban a estas tres monarquías árabes más Sudán, sino que pretendían hacer signatarios también de los Acuerdos de Abraham a otros países árabes, siendo Arabia Saudí la pieza de caza mayor más ansiada por Israel. Por su parte, los palestinos se veían cada vez más aislados mientras observaban como se iba conformando un nuevo paradigma en la región en el cual la causa palestina ya no era tan determinante a la hora de relacionarse con el Estado hebreo.
Hasta el 7 de octubre de 2023, día en el que Hamás dio al traste con todo ello.
Pero lo cierto es que el sucesor de Trump en la Casa Blanca, Joe Biden, no ha sido mejor. De hecho, algunos apuntan que ha sido peor para los palestinos, pues el aún actual presidente de los EEUU es un halcón dentro del Partido Demócrata y quizá haya sido el miembro más sionista que haya tenido nunca el Congreso estadounidense.
En 1973, Biden se convirtió en el senador más joven de la historia de los EEUU y posteriormente fue miembro principal de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado llegando a presidir más tarde este organismo. Para algunos, ha sido el más grande halcón de la guerra en la historia del país y, aunque se opuso a la Guerra del Golfo de 1991, apoyó la expansión de la alianza de la OTAN en la Europa del Este y su intervención en las guerras yugoslavas de la década de 1990. También respaldó la invasión de Afganistán y la resolución que autorizaba la guerra de Irak en 2002.
En el año 2000, Biden fue el enviado de Clinton para el Plan Colombia, utilizado en el país suramericano para la lucha contra la insurgencia, y, en 2001, votó a favor de la Patriot Act.
En cuanto a su relación directa con Israel, el octogenario presidente ha sido el mayor receptor de donaciones por parte del lobby sionista de toda la historia de los EEUU, pues, durante los 36 años de senador, llegó a recibir unos 4,2 millones de dólares. No en vano, en 1986, dijo aquello de que “si no existiera Israel, tendríamos que inventar uno”.
Pero con la perspectiva que da el tiempo, seguramente se recuerde a Biden como el presidente que no solo no hizo nada por evitar el genocidio que se está perpetrando en Gaza, sino como el que dio todo su apoyo a Israel para que cometiera esta masacre.
Pero, ¿puede que cambie alguna cosa si Kamala Harris logra hacerse con la presidencia de los EEUU? Lo cierto es que, en estos cuatro años de mandato, la administración Biden no ha hecho absolutamente nada para paliar ni siquiera los efectos más negativos de los Acuerdos de Abraham. Más bien, al contrario. En el caso del conflicto del Sáhara, por ejemplo, ni procedió a revocar el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Y Kamala Harris, como vicepresidenta del Gobierno de los EEUU, ha estado siempre presente en la toma de decisiones.
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