Por: Malainin Lakhal – Diplomático saharaui
El régimen de ocupación marroquí atraviesa una fase crítica que anuncia su inminente colapso. Las instituciones del Estado profundo, en particular el Palacio Real, sufren una clara crisis de liderazgo, con crecientes interrogantes sobre la legitimidad y la continuidad de la familia real, así como sobre la sucesión de un rey ausente que pasa la mayor parte de su tiempo fuera de Marruecos, absorto en deseos personales y dudosos negocios financieros.
En su ausencia, el país ha quedado presa de un círculo que ha explotado sus recursos, se ha apoderado de las palancas del poder y de la economía y ha aplastado al pueblo marroquí bajo las botas de sus fuerzas de seguridad. Nadie ha escapado a su brutalidad, como bien dijo el difunto poeta palestino Mahmoud Darwish: “En la prisión hay sitio para todos, desde los ancianos hasta los niños, desde los clérigos hasta los dirigentes sindicales y los trabajadores domésticos”.
Cabe destacar que la continuación de la brutal ocupación del Sáhara Occidental por Marruecos es una de las principales razones que pueden llevar al reino a la perdición. Lo que Rabat pretende imponer como realidad colonial en el Sáhara Occidental es jurídicamente rechazado, moralmente inadmisible y se enfrenta a la feroz resistencia del pueblo saharaui, que históricamente se niega a doblegarse ante todas las ambiciones expansionistas.
Los saharauis se han resistido constantemente a la agenda colonial de Francia, que ha apoyado a Marruecos durante décadas. Recientemente, París reveló abiertamente su apoyo a la ocupación marroquí en el Sáhara Occidental después de que el presidente Macron hiciera una declaración clara, poniendo todas las cartas coloniales de Francia sobre la mesa. Esta posición expuso la hipocresía de las consignas de la Quinta República, que desde hace tiempo afirman defender los derechos humanos y la legitimidad internacional en otras cuestiones, pero respaldan firmemente la ocupación ilegal cuando se trata del Sáhara Occidental.
Sin embargo, el régimen marroquí, creación de Francia por excelencia y protectorado del dinero del Golfo, sigue siendo una anomalía en el escenario internacional. Es un sistema que carece de soberanía e independencia política en la gestión de sus relaciones internacionales e incluso internas. Prueba de ello es la naturaleza de las relaciones económicas que rigen a Marruecos, donde los países occidentales e Israel son los verdaderos propietarios de todas las riquezas del reino.
El régimen ha vendido todo a potencias extranjeras, incluso a su pueblo, hundiendo a la población marroquí en las profundidades más profundas de la pobreza, la ignorancia y la dependencia, mientras silencia cualquier voz marroquí libre que intente exponer esta verdad, ya sea mediante el asesinato, el exilio o la prisión. La clase política ha quedado reducida a oportunistas o colaboradores que rinden culto a su “Comendador de los Creyentes”, a capos de la droga y a unos pocos políticos honorables que luchan al margen, oprimidos y agotados por el encarcelamiento, la tortura y la intimidación.
Tras fracasar en todos sus intentos de controlar el Sáhara Occidental, el régimen marroquí se ha lanzado al abrazo del sionismo global, su gemelo histórico, vinculando su destino al del régimen sionista, que está atravesando sus últimas etapas. De hecho, empiezan a aparecer los signos del colapso de este último, como lo demuestra el crecimiento global del apoyo a Palestina, incluso dentro de los bastiones del lobby sionista en Washington.
Lo verdaderamente asombroso es que, a pesar del deterioro de sus condiciones económicas, sociales, políticas, morales, sanitarias y educativas, el régimen cliente marroquí sigue gastando millones de dólares comprando a los llamados medios de comunicación internacionales e influyendo en las plataformas globales, vendiendo ilusiones no sólo a los marroquíes sino incluso a la opinión pública internacional, que a veces se ve confundida y engañada por sus propios medios de comunicación y políticos.
En cambio, esos recursos deberían haberse utilizado para pagar las deudas de Marruecos con el Banco Mundial y otras instituciones financieras, o al menos para mejorar la terrible situación del oprimido pueblo marroquí, como las víctimas del reciente terremoto de Al Haouz, o las inundaciones y otros desastres que han expuesto la fragilidad y el fracaso del régimen.
Marruecos, que la propaganda del régimen presenta como un caso de éxito en África, es en realidad un Estado fallido que vive del dinero de la droga, de los ingresos procedentes de las redes de prostitución y de la venta de sus propios hijos y niñas menores de edad a pedófilos occidentales. Ha vendido los recursos del país a un precio exiguo a empresas extranjeras, dejando a los inversores marroquíes como extraños en su propia patria, incapaces de competir con el capital extranjero que controla todos los sectores de la economía. Un simple vistazo a las empresas internacionales más importantes que operan en Marruecos revela el grave agotamiento de la riqueza del país causado por este régimen cliente.
Además, el daño causado por el régimen no se limita sólo al pueblo marroquí; se extiende a los países vecinos, especialmente Argelia y España, pero sobre todo al Sáhara Occidental, donde la ocupación de los colonos marroquíes ha robado más de cinco décadas de las vidas del pueblo saharaui, saqueando sus recursos e involucrando a potencias coloniales como Francia, España, Japón y otros en este robo, a cambio de cobertura propagandística de los medios de comunicación.
Además, el daño que causa el régimen marroquí va más allá de sus fronteras, ya que desempeña el papel de un Estado funcional al servicio de los programas coloniales occidentales, especialmente los de Francia e Israel en África. En este contexto, el régimen ha llevado a cabo muchas operaciones sucias en varios países africanos, apoyando a los regímenes reaccionarios de Francia contra la voluntad de sus pueblos, incluso enviando sus fuerzas a reprimir a esas poblaciones, como fue el caso en Zaire (hoy República Democrática del Congo), donde Rabat apoyó a Mobutu Sese Seko hasta que fue derrotado en 1997, cuando huyó a pedir asilo con sus amigos en Marruecos, donde murió solo en el exilio.
De manera similar, el ex presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré, quien asesinó a su presidente Thomas Sankara en 1987, también huyó a Marruecos en busca de asilo después de que las protestas populares lo obligaran a dimitir a fines de 2014. Sin embargo, su estancia en Rabat fue breve, ya que tuvo que mudarse a Costa de Marfil, que le concedió asilo después de percibir una posible traición por parte de sus amigos marroquíes.
Recientemente, el régimen marroquí ha caído de lleno en la trampa de los sionistas, firmando con ellos acuerdos militares y de seguridad sin precedentes, e incluso enviando a sus soldados a la guerra contra los palestinos. Cabe señalar que hay más de un millón de israelíes de origen marroquí, la mayoría de los cuales tienen ciudadanía y pasaporte marroquíes, y muchos pertenecen a la extrema derecha. Esto revela el alcance de la interrelación entre los dos regímenes ocupantes, gemelos tanto en métodos como en objetivos.
Sin duda, la monarquía se enfrenta a la posibilidad de un colapso casi total debido a su incapacidad para aprovechar las oportunidades para lograr una independencia real de las interferencias extranjeras, construir una economía nacional fuerte y fomentar buenas relaciones con sus vecinos, especialmente los saharauis, los argelinos y los españoles, quienes sufren la irresponsabilidad y el expansionismo de Rabat.
También es cierto que Marruecos no podrá disfrutar de estabilidad ni seguridad mientras insista en continuar con su ocupación ilegal del Sáhara Occidental. Esta persistencia puede convertir a Marruecos en el “enfermo” del norte de África, con el riesgo de fragmentarse en pequeños Estados debido a las profundas divisiones y hostilidades que el régimen ha fomentado entre el pueblo marroquí en función de las identidades culturales y étnicas.
En conclusión, sólo es posible salvar a Marruecos si cambia la monarquía y se establece un nuevo régimen democrático, reconciliado con su pueblo y sus vecinos, capaz de respetar la legitimidad internacional y contribuir a la estabilidad necesaria para crear una verdadera unidad del Magreb que trascienda las fronteras y sirva a los intereses de todos los pueblos de la región.