No creo en las casualidades cuando se trata de entender la política global. Tampoco creo que fuera una casualidad que cuando mi editor sugirió publicar un artículo sobre algunas informaciones básicas sobre Argelia que la mayoría de la sociedad española desconoce me encontrara inmersa en la búsqueda de un libro de 1996 llamado Colonial Mythologies: Algeria in the French Imagination (excelente, por cierto). Pasemos sin más dilación a repasar algunas de las realidades de Argelia que no todo el mundo parece controlar.
La política exterior de Argelia es más complicada y multidimensional de lo que se piensa
A pesar de que se ha presentado la decisión de Argelia de suspender el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación de 2002 con España como una reacción irracional y sorprendente, la iniciativa fue, al igual que la política exterior del país, mesurada y coherente. Poco se ha hablado de que Argel siempre ha cumplido sus compromisos. Esta política exterior también se ha caracterizado por la desconfianza hacia la UE, aunque no siempre con sus Estados miembro, por la significación del principio de no interferencia y por la búsqueda de estabilidad de sus vecinos. En los últimos años, también por la diversificación de aliados en el plano regional y global (estrategia también abrazada por Marruecos). Frente a España (y otros países), Argelia ha contado con potentes bazas: a todo el mundo se le viene a la cabeza el gas, pero también es necesario hablar de la movilidad humana y la seguridad, además de algunas inversiones recientes en sectores contados. Aunque el control migratorio ha representado un pilar del interés de Madrid en el Sur del Mediterráneo, no es baladí señar que Argelia trata este fenómeno de forma distinta a Marruecos, en atención a la sensibilidad social que existe en el país hacia los llamados ‘harraga’.
Esta política exterior no está esencialmente definida por dicotomías de la Guerra Fría (tampoco la marroquí, de hecho). Estos últimos días, desde gobierno y analistas en medios, se ha apuntado a la relación entre Argel y Moscú para explicar, en todo o en parte, la ruptura de relaciones. De forma intencional o no, se ha intentado desviar la atención del motivo central de la decisión. Es cierto que la estrecha relación con Rusia se ha mantenido durante años y hoy en día se despliega en numerosos ámbitos como el militar. A nadie escapó la abstención de Argelia cuando la Asamblea General de Naciones Unidas propuso sancionar la invasión de Ucrania (tampoco el rechazo a participar de Marruecos). No obstante, lo cierto es que la decisión del 8 de junio aconteció estrictamente en reacción a giro español. Argelia no fue informada (a pesar de que se declaró lo contrario), ni ha recibido una explicación clara y convincente de los motivos españoles (tampoco ante la sociedad y arena política españolas).
Los gestos por parte de España, como la repatriación exprés del disidente Mohamed Benhlikma, no fueron suficientes para apaciguar el enfado argelino. Y es aquí donde entra en juego una realidad puesta de relieve por numerosos expertos: la política exterior de España en esta parte del Magreb se ha visto condicionada durante décadas por el triángulo España-Marruecos-Argelia, obligado por estos dos últimos a ceñirse a un juego de suma cero. El ‘giro histórico’ del 18 de marzo representó un abandono de la neutralidad en favor de la postura de Marruecos, y por lo tanto fue lógicamente percibido como una clara preferencia por Rabat y la ‘solución’ que el Reino lleva desde el 2007 defendiendo para convalidar su ocupación del Sahara Occidental. Por si esto fuera poco, una vez anunciada la decisión, España, en vez de negociar, volvió a recurrir a un gesto unilateral de demostración de fuerza con la implicación de la UE.
Es imposible entender el Magreb sin prestar atención a la centralidad del conflicto entre Argelia y Marruecos
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