POR QUÉ ARGELIA DEBE MANTENER CERRADA SU FRONTERA CON MARRUECOS – Victoria G. Corera

POR QUÉ ARGELIA DEBE MANTENER CERRADA SU FRONTERA CON MARRUECOS – Victoria G. Corera

Mientras Washington pretende mediar en una supuesta “guerra” entre Argelia y Marruecos, el régimen de Rabat utiliza el cierre de fronteras para desviar la atención de su crisis interna y legitimar la ocupación del Sáhara Occidental. La frontera no es un signo de hostilidad, sino un acto de soberanía: una decisión legítima de Argelia para proteger su territorio, su estabilidad y los principios del derecho internacional frente a las provocaciones y alianzas del régimen marroquí.

No hay guerra entre Argelia y Marruecos. Lo que existe es una frontera cerrada desde 1994 por decisión soberana del Estado argelino, una medida de seguridad y defensa que las autoridades de Rabat intentan ahora transformar en un argumento diplomático. Con la complicidad de Washington, Marruecos promueve la ficción de una “reconciliación pendiente”, como si Argelia fuera responsable de una tensión que, en realidad, nace de las políticas expansionistas y desestabilizadoras del propio régimen marroquí.

En los últimos días, el supuesto “enviado especial” de Donald Trump para Oriente Medio, Steve Witkoff, ha afirmado que Estados Unidos trabaja en un “acuerdo de paz entre Argelia y Marruecos” que podría concretarse en sesenta días. La propuesta es tan absurda como reveladora: nadie firma la paz cuando no hay guerra. El verdadero objetivo de esta iniciativa no es pacificar la región, sino legitimar la ocupación del Sáhara Occidental y blanquear el “plan de autonomía” marroquí bajo el disfraz de una “distensión magrebí” impulsada por Washington.

Una historia de provocaciones

La frontera terrestre entre ambos países fue cerrada en agosto de 1994, tras el atentado de Marrakech, cuando Rabat acusó sin pruebas a Argelia y exigió visados a sus ciudadanos. Argel respondió cerrando la frontera y denunciando una campaña de hostigamiento y manipulación. Desde entonces, Marruecos ha intentado presentar ese cierre como un gesto de “enemistad”, cuando en realidad fue una respuesta legítima a una agresión diplomática.

En casi tres décadas, las razones de fondo no han cambiado. El reino alauí ha seguido vulnerando los principios de buena vecindad: espionaje contra dirigentes argelinos mediante el programa Pegasus, apoyo a organizaciones desestabilizadoras como el MAK o Rachad, narcotráfico transfronterizo, propaganda hostil y normalización militar con Israel. Ninguno de esos actos ha sido rectificado. Reabrir la frontera sin garantías equivaldría a abrir una brecha en la soberanía argelina.

La frontera como acto de soberanía

El cierre no es un castigo: es una medida preventiva. Argelia, que ha pagado un precio altísimo por su estabilidad, no puede permitir que un vecino en alianza con Israel y sumido en el autoritarismo utilice la “cooperación regional” como caballo de Troya. La frontera cerrada no es una barrera contra el pueblo marroquí —con el que Argelia mantiene vínculos históricos y culturales—, sino contra las políticas de un régimen que ha hecho del oportunismo diplomático y la represión interna su norma de gobierno.

Detrás de la retórica de la “fraternidad magrebí” se oculta otra realidad: la de un país en crisis profunda. Los jóvenes marroquíes no reclaman la reapertura de fronteras, sino la redistribución de la riqueza y una gobernanza digna. Frente a esas demandas, el régimen responde desviando la atención hacia un enemigo exterior: Argelia. Cada vez que Rabat enfrenta un estallido social o una crisis económica, resucita el mito de la frontera cerrada para alimentar un nacionalismo defensivo y consolidar su poder interno.

La manipulación diplomática

Estados Unidos, por su parte, pretende presentarse como mediador. Pero su “mediación” no busca la paz, sino consolidar los efectos del acuerdo de normalización firmado por Marruecos e Israel en 2020. Con el “plan de paz magrebí” que ahora insinúa Witkoff, Washington intenta reactivar la doctrina Trump: una paz sin justicia, basada en el trueque geopolítico. Argelia no puede prestarse a ese juego sin traicionar los principios que la han definido desde la independencia: soberanía, autodeterminación y no injerencia.

El cierre de la frontera no es un signo de aislamiento, sino una expresión de coherencia. Argelia defiende una visión del Magreb basada en la legalidad internacional, el respeto de las fronteras heredadas de la colonización y el derecho de los pueblos a decidir su destino. Marruecos, en cambio, ha convertido su política exterior en un negocio: vende acuerdos migratorios a Europa, intercambia reconocimiento diplomático con Israel y ahora pretende negociar la “paz” con Argelia mientras ocupa ilegalmente el Sáhara Occidental.

Conclusión: sin respeto, no hay apertura

Hablar de “paz entre Marruecos y Argelia” sin abordar las causas de fondo es una operación de propaganda. No puede haber paz sin verdad, ni reconciliación sin respeto. La frontera se cerró por razones legítimas y esas razones persisten: el espionaje, el narcotráfico, la alianza militar con Israel y la ocupación del Sáhara Occidental.

Reabrirla ahora sería premiar la impunidad. Mantenerla cerrada es una defensa del derecho y de la estabilidad regional. La verdadera paz no se mide en kilómetros de frontera abierta, sino en la honestidad de los gobiernos que la reclaman. Y mientras Marruecos siga construyendo su política sobre la mentira, Argelia tiene la obligación —no solo el derecho— de mantener sus puertas cerradas.

Victoria G. Corera – Plataforma “No te olvides del Sáhara Occidental”


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