Antes de que su nombre se asociara a los grandes expedientes de la diplomacia global, Qatar ya había dejado huella en uno de los conflictos más delicados y silenciosos del MagrebFue a comienzos de los años 2000, cuando Doha actuó como intermediario en la liberación de un centenar de prisioneros de guerra marroquíes retenidos en los campamentos saharauis de Tinduf, en Argelia. La operación, culminada en febrero de 2004 con el traslado de los ex soldados marroquíes a Agadir, no sólo alivió una herida humanitaria largamente enquistada, sino que reveló la capacidad del pequeño emirato para moverse con discreción en un tablero dominado por desconfianzas históricas, rivalidades regionales y silencios diplomáticos.

Aquel episodio, hoy relegado a las notas a pie de página del conflicto del Sáhara Occidental, consolidó a Qatar como un actor capaz de hablar con todos, anticipando una de las claves de una mediación que desde entonces ha seguido ejerciendo con éxito en la Franja de Gaza, Afganistán, Yemen o más recientemente Colombia. Dos décadas después, cuando la administración Trump ambiciona un incierto acuerdo exprés entre Marruecos y Argelia y el futuro del pueblo saharaui sigue atrapado entre resoluciones incumplidas y fórmulas impuestas, la pregunta vuelve a emerger: ¿puede Qatar volver a ejercer de mediador en un conflicto que nunca llegó a cerrarse?

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