Sáhara Occidental: un territorio vivo que resiste entre la arena y la represión – Victoria G. Corera

Sáhara Occidental: un territorio vivo que resiste entre la arena y la represión – Victoria G. Corera

En las últimas semanas, la realidad del Sáhara Occidental ha vuelto a asomar tímidamente en algunos titulares, como una señal fugaz de que el conflicto sigue ahí, aunque gran parte del mundo prefiera mirar a otro lado. Marruecos expulsaba recientemente a dos periodistas españoles y a un activista que intentaban acceder a El Aaiún para informar sobre la situación en los territorios ocupados. Su único delito: querer contar lo que pasa tras el muro del silencio que Rabat impone férreamente.

Estos gestos autoritarios no son hechos aislados, sino parte de un patrón sostenido de represión, denunciado por organizaciones de derechos humanos y, más recientemente, por ocho expertos de la ONU que han instado a Marruecos a detener la demolición de viviendas saharauis y a garantizar la protección de los defensores de derechos humanos. La represión, silenciosa pero constante, se combina con una diplomacia internacional que sigue premiando al ocupante con acuerdos económicos y apoyos políticos.

Mientras tanto, el Frente Polisario reaviva su resistencia armada: en julio lanzó cohetes contra posiciones marroquíes cerca de Esmara, recordando que la guerra nunca terminó del todo desde que se rompió el alto el fuego en 2020. No hubo víctimas mortales, pero el mensaje es claro: el conflicto sigue vivo, aunque apenas ocupe unas líneas en la prensa.

Sin embargo, más allá de los titulares, hay una dimensión profunda que rara vez se explica: la que convierte a todo un territorio en espacio de expolio sistemático. Fosfatos, caladeros de pesca, megaproyectos de energías renovables… grandes empresas europeas y marroquíes extraen y comercian recursos del Sáhara Occidental sin el consentimiento de su población, como han denunciado reiteradamente el Tribunal de Justicia de la UE y colectivos saharauis. La riqueza natural de este territorio sostiene infraestructuras, contratos millonarios y planes de modernización que, paradójicamente, se construyen sobre la negación del derecho básico del pueblo saharaui a decidir sobre su tierra.

Porque tras cada contrato, cada puerto ampliado o cada parque eólico levantado en el desierto ocupado, hay vidas concretas que quedan relegadas a ser espectadoras de su propio futuro. Esa es la gran paradoja: se presenta el plan de autonomía marroquí como “serio y realista”, mientras se veta la entrada a observadores, se encarcela a periodistas saharauis y se destruyen viviendas de familias que llevan décadas resistiendo.

Y así late una pregunta incómoda: ¿quién decide qué historia se puede contar y cuál debe ser silenciada? ¿Quién otorga legitimidad a esos megaproyectos si no es la gente que habita la tierra? En cada expulsión de un periodista, en cada demolición de una casa, se revela el precio de la realpolitik: normalizar la ocupación a cambio de estabilidad, contratos y alianzas.

Frente a todo esto, el pueblo saharaui no ha dejado nunca de resistir, ni siquiera en los lugares más hostiles del desierto. En los campamentos de Tinduf, más de 170.000 personas viven desde hace casi medio siglo en condiciones extremas, sosteniéndose gracias a la solidaridad internacional y a la determinación de mantener viva su identidad. En las ciudades ocupadas, la resistencia se expresa en gestos cotidianos, banderas escondidas y actos de desobediencia que casi nunca trascienden a la prensa.

El Sáhara Occidental no es solo una cuestión geoestratégica o un “conflicto congelado”, como a veces se describe desde los despachos diplomáticos. Es un territorio vivo, poblado por un pueblo con memoria, cultura y dignidad. Un pueblo que sigue reclamando algo tan elemental como que se cumpla la legalidad internacional y se respete su derecho a decidir su futuro.

Por eso, urge volver a mirar el Sáhara Occidental no como un tablero de intereses o de alianzas estratégicas, sino como una tierra que sigue esperando justicia. Solo reconociendo su voz —y su derecho a decidir— podremos romper el espejismo de soluciones impuestas desde fuera. Porque hablar del Sáhara Occidental no debería ser solo hablar sobre un territorio, sino hacerlo con quienes lo habitan y lo resisten cada día.

PLATAFORMA No te olvides del Sahara Occidental