Ya ha pasado más de un año de aquella tarde del viernes 18 de marzo de 2022, en que nos dimos cuenta que Pedro Sánchez estaba definitivamente atrapado (cual insecto indefenso) en la telaraña del majzén. Y nos percatamos de que fue apresado, no porque él lo haya reconocido y haya luchado con todas sus fuerzas para desprenderse del pegajoso y pestilente entramado de la telaraña; sino porque el majzén, consciente de su pecado original (genocidio, invasión y masacre) y deseoso de blandir cualquier logro, (por ilusorio, falaz y efímero que sea); lo delató, difundiendo, a través de la Casa “i-Real” Marroquí, la misiva que el Presidente del Gobierno había enviado, furtivamente, a Mohamed VI el día 14.

El contenido de esta misiva (que, según los expertos, fue escrita originalmente en un francés que dejaba mucho que desear) se resume en que Pedro Sánchez tomó la decisión (que, aún siendo una decisión personal, no deja de comprometerlo como Presidente del Gobierno de España) de posicionarse al lado de un régimen policial y terrorista en su ocupación ilegal del Sáhara Occidental; contraviniendo las resoluciones en las que, desde 1963, Naciones Unidas viene definiendo, nítidamente, el Sáhara Occidental como un Territorio No Autónomo pendiente de descolonización, y cuya potencia administradora, a día de hoy, sigue siendo España.

Pedro Sánchez, avergonzado, susurra, sí, solo susurra (no se atreve a decirlo en voz alta, ya que sabe que es un acto de extrema incoherencia política y de cinismo infame) que apoya los propósitos anexionistas del majzén, sabiendo que el territorio cuya anexión alienta, es hoy una República (RASD) de pleno derecho y miembro fundador de la Unión Africana, y su bandera ondea al lado de la enseña alauí en la sede de esta organización continental; al igual que su presidente se sienta, de igual a igual, al lado de Mohamed VI en las cumbres de la Unión Africana.

El majzén, como araña que es, controla todos los hilos de su oscura y venenosa red, y la más leve vibración que siente en uno de ellos, suscita la inmediata y despiadada reacción de su instinto arácnido. Esta reacción siempre se traduce en una cesión que el gobierno de Sánchez, sin rechistar, se afana –enseguida– en aceptar, sea cual sea su calado y el ámbito (económico y/o político) que implica. Así es Pedro Sánchez, un mero feudatario del Majzén, siempre presto a  pagar el tributo que se le exige, como un azorado mudéjar de la época medieval.

En esta legislatura hemos asistido a un largo rosario de cesiones en las que Sánchez ha tenido que plegarse, sumisa y constantemente, a las exigencias del majzén

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