La resolución 690 de la ONU de 29 de abril de 1991 reconoce el derecho del pueblo saharaui a su autodeterminación. Pero Marruecos ha ocupado todo el territorio contraviniendo los acuerdos de la ONU expulsando a toda la población saharaui a campamentos en Tinduf en Argelia.
España ha mantenido su tradicional actitud ambigua en su política exterior “adaptándose al sol que más calienta” porque quiere preservar Ceuta y Melilla, territorios de Marruecos que Mohamed VI utiliza para meter el dedo en el ojo de España acosándole por sus múltiples puntos débiles.
Malas compañías han inducido al cambio de postura favorable al pueblo saharaui defendiendo repentinamente la tesis de Marruecos con el escándalo de la comunidad progresista internacional y la vergonzante defensa que tuvo que argumentar España para justificar el cambio. Era evidente que alguien presionaba a España para provocar esa metamorfosis.
Sánchez, al frente a su cohorte de ministros y asesores haciéndole la ola se desplazaron a Rabat para materializar la traición al pueblo saharaui y burlarse del mandato de la ONU y tragar las lecciones de diplomacia internacional de Mohamed, pues no se dignó ni cumplir el protocolo mínimo y se ausentó para viajar a Gabon a “trabajar en sus playas” y para dejar clara a la misión española quién lleva la iniciativa con un cúmulo de despropósitos que España, un estado miembro de la UE, tiene que soportar. Según Eduardo Castro, presidente de la ciudad de Melilla: “Marruecos es un vecino que te la puede jugar”.