En un contexto de incertidumbre global y crisis climática, la población refugiada saharaui sobrevive en uno de los entornos más hostiles. Tal vez el mundo pueda aprender del modelo de soberanía alimentaria y agricultura de oasis de las mujeres saharauis.
Climática lleva a cabo una serie de tres artículos desde los campamentos de personas refugiadas saharauis. Queremos explicar la pequeña revolución verde que unas mujeres están llevando a cabo en las más difíciles condiciones: crear una red de huertos en el desierto.
En el último día en los campamentos del Sáhara visitamos el huerto-oasis de Njaila. Njaila significa «palmerita». Como nosotros, la cultura árabe adora los diminutivos. Este lugar se me aparece como un milagro. Ciertamente es un vergel creado por el ser humano en medio de la desolación. No es casual que en la tradición islámica el Paraíso se describa como un jardín, fresco, regado y cultivado. En la tradición científica, la palmera datilera fue bautizada como Phoenix dactylifera por su legendaria resistencia a medios extremos. Originaria de la península arábiga, fue difundida por todo el Mediterráneo por las civilizaciones fenicia y egipcia hace tres milenios. Y hace más de mil años, tras el colapso del imperio romano, en el territorio semiárido de Elche, Elx en valenciano y árabe, se inició un proyecto de geoingeniería: transformar una tierra yerma en un vergel. Se excavaron pozos, se levantaron pequeños muros de adobe, se sembraron palmeras y se trazaron acequias. Tras años de crecimiento, las palmeritas se transformaron en un bosque y una umbría protectora. Resguardados del inclemente sol se plantaron naranjos, limoneros, granados, olivos e higueras. Y más abajo, huertos, hortalizas, verduras y legumbres. Todo ello acompañado de ovejas, cabras y gallinas. Las comunidades campesinas de al-Ándalus, herederas de las culturas íberas, fenicias, romanas, bizantinas, árabes y amazighs, habían logrado hacer un edén de un desierto. Un edén que continua vivo hoy en día como el palmeral más grande de Europa. Mil años después, el milagro de la ciencia agrícola se repite. Pero esta vez en la hamada, un terreno mucho más duro. Las campesinas saharauis llevan dos décadas en la labor. Y ya han logrado levantar cientos de huertos. Pero, ¿todo esto es retroceder al pasado o es avanzarse al futuro?

Comencemos aclarando un punto clave: esta pequeña revolución verde se produce en los campamentos de refugiados de personas saharauis en Argelia. Y es que la mitad del pueblo saharaui vive en sus tierras tradicionales junto al Atlántico, territorio hoy bajo dominio del reino de Marruecos. La otra mitad vive bajo el autogobierno saharaui en la república de Argelia. Y por eso cada campamento replica el nombre de la ciudad de donde tuvieron que huir. Así, hay dos El Aaiún, dos Dajla, dos Smara y dos Auserd. Hace ya medio siglo que las familias están separadas por millones de minas, el mayor muro del mundo y drones de última generación.
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