Traducción y adaptación a partir del artículo original de L’Algérie Aujourd’hui
La consultora estadounidense North Africa Risk Consulting (NARCO) ha asestado un golpe definitivo al proyecto de gasoducto África–Atlántico (GAA) que Marruecos presenta desde hace años como rival del gasoducto transahariano Nigeria–Argelia–Europa. Según el análisis publicado por el medio argelino L’Algérie Aujourd’hui y recogido también por Europa Press, el proyecto marroquí no es más que un “elefante blanco”: un megaproyecto extremadamente costoso, de viabilidad dudosa y sin retorno económico razonable.
A partir de los datos financieros, técnicos y logísticos, NARCO concluye que el GAA es simplemente imposible de construir: su coste inicial estimado en 25.000 millones de dólares podría escalar hasta los 38.000 millones, sin contar la complejidad derivada de la participación de 13 países de África Occidental. Frente a ello, el gasoducto transahariano —con la misma capacidad de transporte— avanza con estudios sólidos y un trazado mucho más viable.
Un gasoducto demasiado caro… y con demasiado poco gas para Europa
Según la consultora, las cifras desmienten la narrativa oficial marroquí.
El gasoducto atlántico tendría una capacidad teórica de 30.000 millones de m³, pero esa cifra es engañosa: los 11 países por los que atravesaría el tubo cobrarían un peaje del 5 % del volumen, por lo que solo 15.000 millones de m³ llegarían realmente a Marruecos.
De esa cantidad, Rabat necesitaría 3.000 millones de m³ para cubrir su propio consumo energético en 2040.
Es decir: solamente quedarían 12.000 millones de m³ para exportar a Europa, una cifra ridícula comparada con los 44.000 millones de m³ anuales que Argelia exporta actualmente a Italia y España.
La magnitud de la disparidad muestra hasta qué punto el proyecto marroquí es más propaganda que propuesta técnica realista.
Un retorno de inversión que tardaría siglos
NARCO compara el GAA con un proyecto real y probado: el Medgaz, que une Argelia con España.
Medgaz transporta 10.000 millones de m³ y costó 1.400 millones de dólares. Aunque se terminó en 2009, solo comenzó a generar beneficios en 2021.
Aplicando la misma lógica al GAA —cuyo coste es casi 30 veces superior—, el retorno de inversión se demoraría en torno a 288 años.
Una cifra que muestra el absurdo económico del gasoducto promovido por Rabat y que explica la contundencia de los analistas al calificarlo como un proyecto muerto antes de nacer.
Mientras tanto, el gasoducto transahariano avanza
En contraste, el gasoducto Nigeria–Níger–Argelia–Europa, también de 30.000 millones de m³, sigue su hoja de ruta.
El estudio técnico de los 1.800 km restantes —de un total de 4.200 km— está siendo elaborado por la firma británica Penspen y se publicará en 2026.
El análisis de NARCO, firmado por Geoff Porter, destaca varias ventajas:
- Solo atraviesa dos países, reduciendo costes y riesgos.
- El único país que retiene parte del gas es Níger, simplificando la gestión.
- Es un gasoducto terrestre, mucho más fácil de construir y mantener que un tubo submarino de miles de kilómetros.
- Las amenazas de seguridad están “exageradas”, limitándose principalmente a las estaciones de compresión, que pueden protegerse con relativa facilidad.
Conclusión: propaganda geopolítica disfrazada de ingeniería
El artículo original —“Un cabinet américain enterre le projet de gazoduc transatlantique”, publicado en L’Algérie Aujourd’hui— deja claro que el gasoducto atlántico marroquí es, en palabras de los expertos, el gasoducto más caro del mundo, con un rendimiento insuficiente y una complejidad técnica incompatible con cualquier calendario serio de ejecución.
Mientras Marruecos insiste en presentar el proyecto como un bloque alternativo a Argelia, las cifras revelan que su propuesta es irrealizable, financieramente insostenible y geopolíticamente forzada.
Frente a ello, el corredor energético transahariano aparece como la única opción viable para conectar el gas de Nigeria con Europa.
Y, como subtexto, vuelve a quedar patente que parte de la narrativa energética marroquí —como ocurre con la “marroquinización” de los recursos saharauis— se sostiene sobre discursos aspiracionales que chocan con la realidad técnica, jurídica y económica.
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