
Ese es el objetivo de Vacaciones en Paz, un programa impulsado por el Frente Polisario y las asociaciones de solidaridad con el pueblo saharaui en España y que en Galicia, de la mano de Solidariedade Galega co Pobo Saharaui (Sogaps), lleva desde 1991 conectando a familias gallegas con menores procedentes de los campamentos de refugiados en los que residen exiliados y descendientes de la excolonia española del Sáhara Occidental.
Leila, «una más de la familia»
En los últimos once veranos, salvo los que interrumpió la pandemia, por la casa de Mónica Vázquez han pasado Salek, Mohamed, Sidi Mohamed (hermano pequeño de Salek) y Leila, una niña de 12 años que desde hace once días disfruta de sus cuartas vacaciones, ya las últimas, con esta familia pontevedresa –el programa está abierto a niños de entre 8 y 12 años con la posibilidad de repetir la experiencia hasta alcanzar la edad máxima–. «El primer año Leila era una niña pequeña, lejos de mamá y papá, que, lógicamente, los primeros días lloraba porque los echaba mucho de menos. Hay que darse cuenta de que son niños que vienen aterrorizados, jamás han salido de su casa, jamás han cogido un avión, no saben nada de este mundo, porque aquello es arena y piedra. En los campamentos saharauis no hay nada: allí no hay un grifo, no hay una llave de la luz, no hay una escalera, no hay una cama… De hecho, al estar acostumbrados a dormir en el suelo al principio se caen. Aquí todo es nuevo», destaca Mónica Vázquez, que visitó los campamentos saharauis en 2018 en compañía de su hijo, de 31 años en la actualidad. «Aunque –aclara– no es lo mismo para los niños de ahora que para los que venían al principio. Ahora tienen acceso a internet y ven cosas, pero una cosa es verlo y otra cosa es vivirlo. Ellos saben que se les da una llave y hay luz, pero alucinan al ir con su dedito a darle o al abrir un grifo».
«Estos niños no tienen carencias afectivas. No es un acto de caridad. Se trata de un problema político»
Una vez superados los miedos iniciales, enseguida se convierten en «uno más de la familia» y si repiten la experiencia, como Leila, la ilusión se dispara. «Llega diciendo: Quiero ir a la playa, quiero ir a la piscina, quiero comer esto... En casa mi pareja y yo trabajamos y por la mañana va a campamentos con otros niños y cuando vuelve pregunta por los amigos de aquí, también por los abuelos, por los tíos…», cuenta Mónica.
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