FUENTE: Jalil Moh. Abdelaziz اÙØ®ÙÙÙ @JalilWs
ðð²ððŽð®ð¿ð¿ð®ð±ðŒð¿ ðð²ððð¶ðºðŒð»ð¶ðŒ ð±ð²ð¹ ð²ð ðœð¿ð²ððŒ ðœðŒð¹Ãðð¶ð°ðŒ ðð®ðµð®ð¿ð®ðð¶ ð ðð¶ð°ð²ðœð¿ð²ðð¶ð±ð²ð»ðð² ð±ð²ð¹ ððŒð¹ð²ð°ðð¶ððŒ ð±ð² ðð²ð³ð²ð»ððŒð¿ð²ð ðŠð®ðµð®ð¿ð®ðð¶ð ð±ð² ð¹ðŒð ðð²ð¿ð²ð°ðµðŒð ðððºð®ð»ðŒð (@CODESA_SO ), ðð²ð¶ð°ðµ ðð®ð³.âŠ
— Jalil Moh. Abdelaziz ðªð اÙØ®ÙÙÙ (@JalilWs) December 19, 2024
ðð²ððŽð®ð¿ð¿ð®ð±ðŒð¿ ðð²ððð¶ðºðŒð»ð¶ðŒ ð±ð²ð¹ ð²ð
ðœð¿ð²ððŒ ðœðŒð¹Ãðð¶ð°ðŒ ðð®ðµð®ð¿ð®ðð¶ ð ðð¶ð°ð²ðœð¿ð²ðð¶ð±ð²ð»ðð² ð±ð²ð¹ ððŒð¹ð²ð°ðð¶ððŒ ð±ð² ðð²ð³ð²ð»ððŒð¿ð²ð ðŠð®ðµð®ð¿ð®ðð¶ð ð±ð² ð¹ðŒð ðð²ð¿ð²ð°ðµðŒð ðððºð®ð»ðŒð (@CODESA_SO), ðð²ð¶ð°ðµ ðð®ð³.
Mi nombre es Deich Daf. Soy vicepresidente del Colectivo de Defensores de Derechos Humanos en el Sahara Occidental (CODESA), uno de los fundadores del campamento de protesta «ðððð¢ðŠ ðð³ð¢ð€Â» y miembro del comité de diálogo que lo representaba ante las autoridades del régimen de ocupación marroquÃ.
La noche del 2 de diciembre de 2010, mientras me preparaba para dormir junto a mi esposa, nuestro hogar fue allanado por una fuerza de ocupación marroquÃ. Los atacantes, armados hasta los dientes y encapuchados, eran conocidos entre los saharauis desde los tiempos de los secuestros forzados como «ð¥ðð¬ ðð«ð¢ð ðððð¬ ðð ð¥ð ðŠð®ðð«ðð, ð¯ð¢ð¬ð¢ððð§ððð¬ ðð ð¥ð ð§ðšðð¡ð».
Confieso que en ese momento me invadió el miedo y el pánico. Sin previo aviso, uno de los encapuchados, tras irrumpir de forma aterradora, preguntó directamente por mi nombre. Intentando ganar tiempo, respondà rápidamente y con dificultad: «Me llamo Ahmed», usando el nombre de mi hermano en un intento de despistarlos. Sin embargo, después de que uno de los hombres golpeara a mi esposa, no pude soportar la escena y confesé mi verdadero nombre: Deich Daf. Era evidente que habÃan estado esperando ese nombre con ansias.
Todos gritaron al unÃsono: «¡ðððŠðšð¬ ðð§ððšð§ðð«ðððš ðð¥ ð©ðð«ð«ðš!». Inmediatamente, me arrancaron a la fuerza el pijama, dejándome solo con ropa interior. Luego, el lÃder del grupo ordenó que me llevaran con la cabeza baja. Intenté consolar a mi esposa con unas palabras apresuradas: «ððš ððð§ð ðð¬ ðŠð¢ðððš, ð¯ðšð¥ð¯ðð«Ã© ð©ð«ðšð§ððšÂ». Fue lo último que le dije antes de ser llevado y condenado ante un tribunal militar. El jefe del comando soltó una risa sarcástica y cruel, diciendo: «ððš ðð ð©ð«ððšðð®ð©ðð¬, ððð£ðð«ððŠðšð¬ ð ð§ð®ðð¬ðð«ðšð¬ ð¡ðšðŠðð«ðð¬ ð©ðð«ð ðªð®ð ððšð§ðð¢ð§Ãºðð§ ð¥ð ðð¢ðð¬ðð ððšð§ ðð® ðð¬ð©ðšð¬ð…». Estas palabras, que insinuaban que los encapuchados abusarÃan de ella, me destrozaron por completo.
Fui esposado con bridas de plástico, me cubrieron los ojos con un trozo de tela y me metieron en su vehÃculo. Dos hombres me escoltaban a cada lado, lo supe por las voces que oÃ. El coche avanzó rápidamente, dando vueltas por la ciudad para desorientarme, hasta llegar a su destino, que no parecÃa estar lejos. Entre insultos, golpes y amenazas, me bajaron violentamente del coche, me desnudaron completamente y me sentaron en una silla. Cambiaron mis esposas por otras metálicas y me ataron las piernas.
Escuché pasos acercándose antes de que comenzara el interrogatorio. Me preguntaron por mi papel en el campamento de Gdeim Izik, por qué no se izaron banderas marroquÃes allà y cuál era mi relación con el Ministerio de Territorios Ocupados del Estado Saharaui.
El interrogatorio fue acompañado de torturas fÃsicas y psicológicas brutales. Usaron un dispositivo que jalaba el vello de mi pecho y piernas, me obligaron a arrodillarme y luego me violaron con un objeto punzante. En ese momento, sentà humillación, quebranto y una pérdida absoluta de dignidad, mezclados con un dolor insoportable que me hacÃa gritar como si intentara romper una montaña. Los torturadores, lejos de detenerse, se burlaban de mis gritos, encendiendo los motores de los coches en el garaje para asegurarse de que nadie me escuchara. Deseé morir para escapar de esos monstruos.
Después de horas de tortura, uno de ellos se acercó y me hizo más preguntas: ¿Quién financiaba el campamento de Gdeim Izik? ¿Cuál era nuestra relación con los llamados «separatistas» ?, en referencia al Frente POLISARIO, ¿Por qué no ondearon banderas marroquÃes? Tras agotar su cuestionario, se marcharon.
Durante esa noche de horror, pedà permiso para ir al baño. Uno de los guardias se burló: «Hazlo ahà mismo, ¿quién te crees que eres para tener derecho a un baño?». El dolor me obligó a hacerlo en el lugar, quedándome sentado, empapado de orina.
No pude dormir debido al dolor en mi oÃdo, que habÃa perdido la audición tras recibir un golpe con una barra de hierro, causando una discapacidad permanente. Más tarde, otro de los guardias, fingiendo compasión, me prometió llevarme al médico. En mi estado de vulnerabilidad, quise creerle, aunque sabÃa que era solo otra mentira.
Me trasladaron en coche a otro lugar. Durante el trayecto, me acostaron boca abajo mientras los guardias ponÃan sus pies sobre mi espalda. Al llegar, me obligaron a ducharme para limpiar la sangre. El agua era sucia, maloliente y me provocó infecciones. Un supuesto «médico» vertió alcohol en mi oÃdo, lo que me causó un dolor tan intenso que perdà el conocimiento. Desperté con bofetadas y gritos que me ordenaban levantarme.