Texto: Mohamed Salem, Ebnu. Foto: AeA
Una manada de enormes elefantes pastando petrificada en el tiempo, dinosaurios, anatomías deformes, hombres y mujeres, familias de pastores fosilizadas manteniendo un milenario abrazo desafiando al sol y al viento, bustos exuberantes, corazones desechos, todas las figuras que la imaginación, la fantasía y la poesía puedan concebir. Monumentales rocas de plata, majestuosas y altivas que se juntaron creando el paisaje más amado y a la vez el más temido por todos aquellos que en algún momento de sus vidas pasaron por ahí.
Los generosos, Layuad, así fueron bautizados como un deseo, como una intención evidente de que el nombre fuera a apaciguar cualquier furia o enemistad de los vecinos del frig más conocido de Tiris.
Layuad eran los espíritus que habitaban esas hermosas montañas.
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