Dicen que en los campamentos de refugiados saharauis los cuervos vuelan boca arriba para no ver la miseria que tienen debajo. Cuando lo oyes por primera vez sientes un escalofrío en el cuerpo. Cuando viajas allí, descubres el porqué.
Es imposible describir mi infancia y parte de mi adolescencia sin la presencia de dos niñas saharauis en mi familia. Cuando era pequeña y me hablaban de su hogar en el desierto mi mente imaginaba algo totalmente diferente a lo que descubriría años después. Jamás imaginé que el mundo estuviese permitiendo que una sociedad sobreviviese en medio de la nada, en la hamada argelina, donde el agua es escasa y no pueden cultivar.
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En mi primer viaje allí descubrí como al pueblo saharaui podrían robarle muchas cosas pero jamás podrán robarle soñar. Una sociedad que sueña con recuperar lo que les arrebataron de la noche a la mañana; sus tierras y sus derechos humanos.
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