Hoy tocan, como cada año por estas fechas, unas letras para recordar al pueblo saharaui. Podría escribir de cualquiera de nuestras miserias propias –la alta velocidad se está convirtiendo en un serial entre chusco y apasionante–, o las más cercanas como la condonación de la deuda por valor de casi 83.000 millones a todas las comunidades autónomas del régimen común, es decir a todas menos a Navarra y la CAV que mantienen sus regímenes forales. U otra vez del caos en el que navegan malamente la alta política y la economía global. Pero es tiempo de recuerdo para el pueblo saharaui, uno de esos pueblos olvidados como los rohingya, afganos, sirios, libios, africanos, yemeníes, kurdos, sudaneses, iraquíes, asiáticos, palestinos, hondureños, guatemaltecos, mexicanos, ahora ucranios… y otros muchos más abandonados.

La República Árabe Saharaui Democrática va camino de cumplir 50 años –el año próximo creo–, de existencia, resistencia a la ilegal ocupación de parte de su territorio por parte de Marruecos y de lucha por la independencia. Y lo hace en pleno conflicto militar desde que hace cinco años el Ejército Popular de Liberación Saharaui volviera a las armas tras 30 años de alto el fuego ante los reiterados incumplimientos de Marruecos y la incapacidad de la ONU para hacer cumplir en el Sahara sus reiteradas resoluciones en favor de un referéndum para cumplir con el derecho de autodeterminación en el Sahara Occidental.
Un conflicto de descolonización silenciado en los grandes medios de comunicación del Estado español, porque de nuevo los intereses de la geopolítica y la ansia por el negocio de la apropiación y explotación de los recursos naturales se sobreponen a la legalidad internacional. El Sahara es una presa anhelada en el concierto de los intereses económicos por su riqueza en fosfatos, bancos de pesca y petróleo. Casi medio siglo, desde la traición del Gobierno franquista en la agonía de sus últimos días al pueblo saharaui –eran ciudadanos españoles–, y a sus obligaciones internacionales de controlar la descolonización del Sáhara, padeciendo una situación de exilio y ocupación militar y colonización ilegales de su territorio La democracia ha sucumbido al incumplimiento de sus propias normas.

A aquella primera traición franquista, le siguieron todas las demás: la de Juan Carlos de Borbón y Felipe González, primero, y a partir de ahí las de los sucesivos gobiernos de PSOE y PP y ahora también del PSOE de Sánchez y de sus socios. Y de Francia y EEUU con el entusiasta apoyo del sionismo supremacista de Israel. No se trata de geopolítica, sino de neocolonialismo, expolio y robo al pueblo saharaui con la complicidad, una vez más de, nuestro democrático Occidente. Para colmo, la ineptitud política de Albares halagando sumisamente al sátrapa Mohamed VI que dirige con mano de hierro y violencia los destinos de la zona desde Rabat.

No sólo contra los saharauis, también contra la resistencia cultural del Rif o contra las protestas por la desigualdad social y la pobreza en el país. Todavía hoy, cerca de 200.000 personas siguen abandonadas en el desierto y refugiadas en los campos de Argelia y en los territorios liberados y decenas de miles más perseguidas, encarceladas y sometidas a la violación sistemática de derechos humanos en las zonas ocupadas. No olvidarlos.